Capítulo 8

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-Esta vez solo vas a observar -le dije a Veintidós la siguiente noche, cuando estábamos parados sobre el techo de CAHR-. Recuerda eso.
Asintió. No paró de frotarse los brazos con las manos y balancearse sobre sus talones. Los novatos siempre estaban nerviosos, pero yo pensaba que tal vez se pasearía por el techo con la sonrisa de siempre. No lo había hecho, y casi extrañaba eso.
Había diez Reiniciados parados en el techo de CAHR, en la oscuridad, esperando el transbordador. Cinco eran novatos con sus entrenadores. Lissy le lanzó una mirada desdeñosa a Veintidós, al tiempo que se balanceaba, luego miró a su Cuatro-Tres con aire de suficiencia. Cuatro-Tres con sus brazos diminutos y un extraño tic facial no parecía ofrecer mucho para sentirse superior.
-No hables a menos que te hablen -proseguí, ignorando a Lissy-. Haz todo lo que te digan los oficiales en el campo de operaciones. Si no, te dan un tiro.
Asintió de nuevo mientras el transbordador aterrizaba de golpe en el techo, trayendo una ráfaga de viento que hizo que se levantara mi cola de caballo. La puerta lateral se abrió y Leb se paró ahí, con las mangas negras enrolladas hasta los codos aunque fuera una noche fresca. Era un tipo alto y musculoso, y a menudo lucía incómodo en el tieso uniforme de CAHR.
Hizo señas con la mano para que nos metiéramos. Dimos un paso adentro; el metal sonó bajo nuestras botas. Aunque esta noche salíamos diez, estábamos en uno de los transbordadores de tamaño mediano. Los pequeños asientos de plástico negro formaban una fila al lado del transbordador, que miraban hacia una silla más grande para el oficial. La puerta que conducía al asiento del piloto todavía estaba abierta, y pude ver la nuca de una cabeza humana. Los pilotos jamás dejaban el transbordador bajo ninguna circunstancia, y no interactuaban con los Reiniciados que iban atrás.
Veintidós se sentó junto a mí, sin moverse, como lo instruí, y Leb tomó su brazo y lo volteó para mirar su código de barras. Se carcajeó, las líneas de su rostro cuadrado y duro eran más pronunciadas cuando sonreía.
-Supe que escogiste a Veintidós -dijo-. Tenía que verlo con mis propios ojos.
No tenía la menor idea de cómo responder a eso. Asentí ligeramente y sonrió, era el único guardia que le sonreía a cualquier Reiniciado; ellos no sonreían y mucho menos a mí. Era un humano extraño.

-Siéntate -dijo, cerró la puerta del piloto de golpe y se dejó caer en su asiento. Ni siquiera se había sacado la pistola de la funda. Era uno de los pocos oficiales que la dejaban en su cadera cuando los Reiniciados entraban al transbordador. La mayoría de ellos nos la ponían en la cara, tratando de que no les temblara.
Me senté primero, seguida de Veintidós, quien jaló los cinturones sobre su pecho y trató de abrocharlos con torpeza. Ahora sí temblaba. Los novatos siempre le tenían miedo al transbordador; en sus vidas humanas nunca habían estado dentro de nada que se moviera tan rápidamente o se levantara del suelo. La mayoría escondía su miedo. Solo fue Cuatro-Tres quien dejó entrever su terror abiertamente, con una respiración pesada y vacilante. Lissy le dio un golpe en la cabeza.
Me quedé mirando a Veintidós cuando nos elevábamos en el aire. Cerró los ojos. Parecía casi humano con sus ojos negros cerrados. No había desarrollado todavía la velocidad o calidad depredadora que definía a los Reiniciados. Todavía tenía muchas características humanas de torpeza. Pero cuando estiró las piernas frente a él y recorrió sus manos por sus muslos, pude ver al Reiniciado en él: el movimiento lento y controlado, la manera en que parecía ocupar cada centímetro de espacio en una habitación por la manera en que sostenía su cuerpo. Era una diferencia sutil la que había entre humanos y Reiniciados, pero era inconfundible.
Leb me sorprendió mirándolo y arqueó las cejas. Enfoqué mi vista rápidamente en mis manos.
-Pueden hablar con libertad -dijo.
Veintidós se quedó en silencio; sus dedos se aferraban al asiento cada vez que se sacudía. Entre tanto, los otros novatos susurraban con sus entrenadores.
-No hay razón para asustarse -le dije-. Aunque chocáramos, lo más probable es que estaríamos bien.
-A menos que nos decapiten.
-Pues sí, pero eso parece poco probable.
-O si se cae el techo y nos aplasta la cabeza -su mirada voló hacia el metal negro sobre nosotros.
-Créeme cuando te digo que esta noche estrellarnos en un transbordador es la menor de tus preocupaciones.
-Gracias. Me siento mucho mejor -miró a Leb-. ¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto? ¿Alguna vez has...?
-Veintidós -le dije mordazmente. Me miró y negué con la cabeza. El transbordador había quedado en silencio de nuevo.
-¿Qué? Dijo que podíamos hablar libremente.
-Eso no lo incluía a él.
Veintidós puso los ojos en blanco y sentí una chispa de enojo en el pecho.
-Podría castigarte por eso -miré a Leb. Miré el bastón junto a su mano. Un oficial de transbordador jamás lo había usado sobre mí.
-¿Quieres que lo haga? -Leb miró a Veintidós. No alcanzó el bastón.

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