Capítulo 25

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Nos dirigimos por la calle pavimentada y dimos vuelta sobre una calle más angosta. Las casas eran más pequeñas de lo que había imaginado, pero estaban limpias y bien cuidadas, sin la basura que cubría los patios de los barrios de Rosa.
-¿Estamos cerca? -pregunté. Apunté hacia los grandes árboles cerca de la orilla de los límites de la ciudad-. Podría esperar ahí. Tal vez revise la seguridad alrededor del muro del barrio.
-No, tienes que venir conmigo -dijo Callum, y me miró sorprendido.
-No creo que sea buena idea -dije- pero me quedaré cerca.
-No, tienes que venir. Te van a querer conocer.
-No van a querer conocerme en absoluto.
-Sí lo harán. Me salvaste. Suspiré.
-Iré, pero me quedaré atrás. Los aterrorizaría.
-No lo harás. No das miedo hasta que comienzas a atacar a la gente.
-Lo haré. Y tú también lo harás.
-Definitivamente no soy aterrador. Ni tantito. Solté un suspiro de derrota y sonrió.
De verdad esperaba que tuviera razón.
Miré detrás de nosotros, donde podía ver los contornos de las casas más grandes asomándose entre los árboles. No podía ver mucho más allá de los techos, pero solo el tamaño sugería riqueza.
-¿Qué hay ahí? -pregunté.
-Gente rica -dijo.
-Pensaba que todos aquí eran ricos.
Me miró divertido. Le había regresado el color después de comer carne y casi parecía ser el de siempre otra vez.
-La mayoría solo estamos aquí porque la propiedad se transmite de padres a hijos. Mis papás nunca tuvieron dinero. Tampoco mis abuelos.
-¿Qué hacen? -pregunté. Pensaba que los ricos no hacían nada, pero si Callum trabajaba en los campos, sus padres debían tener trabajos.
-Mi mamá es maestra y mi papá trabaja en una procesadora de alimentos. Pero despidieron a mi mamá cuando enfermé, así que no sé si todavía enseña.

-¿Por qué? -pregunté.
-Riesgo de infección -dijo Callum-. Le dio una de las variedades más ligeras de KDH cuando enfermé. No se arriesgan a que los niños se infecten.
-Quizá le volvieron a dar el trabajo después de que mejoró -las casitas tenían patios traseros con cercas de madera, y pude entrever jardines y flores. Todo se veía más alegre aquí.
Doblamos la esquina y Callum se detuvo de repente, su rostro mostró una expresión de tristeza.
Seguí su mirada hasta una casita blanca de persianas azules. Un sendero empedrado llevaba hasta la puerta de entrada y las ventanitas que daban hacia la calle la hacían lucir encantadora y pintoresca.
Pero enfrente, sobre un letrero de madera con letras grandes y negras, estaba escrito: En cuarentena hasta el 24 de noviembre. Subasta el 1 de diciembre.
Lo miré rápidamente.
-¿Subasta? ¿Eso quiere decir que...?
-La perdieron -dijo, y se le quebró la voz.
-¿La perdieron? ¿Cómo?
-Tenían muchas deudas. Se gastaron todo lo que tenían tratando de salvarme y deben... -tragó saliva y le tomé la mano.
-¿Tenían amigos?
-Sí, pero nadie les ofrecería una habitación. Y no estarían dispuestos a aceptar tres bocas adicionales cuando todo el mundo ya la está pasando mal.
-¿Entonces a dónde irían? -pregunté.
-No lo sé. Por allá, supongo -su mirada se dirigió al este, hacia los barrios bajos-. CAHR manda a los sin techo hacia allá. No quieren ese tipo de cosas aquí.
Un hombre salió de su casa unas cuantas casas más adelante, y golpeó la puerta de malla metálica detrás de él al dirigirse hacia sus flores.
-No deberíamos quedarnos a campo abierto -dije. Callum aún miraba en dirección a los barrios, y el pánico creció en mi pecho ante la idea de ir ahí. Pensé que tendría más tiempo.
-Vamos adentro -lo jalé de la mano-. Por lo menos hasta que se ponga el sol.
Nadie va a poner un pie en una casa en cuarentena.
-Podríamos ir a los barrios ahora.
-Será más seguro de noche -le jalé la mano otra vez y, finalmente, volteó a verme. Su expresión se suavizó. Tal vez el pánico que yo sentía inundaba mi rostro.
-Sí, está bien.
Subimos por los escalones de piedra hasta la pequeña puerta blanca del frente.
Estaba cerrada con llave, pero una fuerte patada de Callum la abrió de golpe.
A primera vista, la casa lucía más grande de lo que era. Las habitaciones estaban escasamente amuebladas y abiertas; los pisos eran de una madera brillante que nunca antes había visto. No había mesa en la cocina, nada más un sofá sucio y una

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