- Capítulo 6 -

14 0 0
                                    

Desperté con terrible dolor de cabeza y buscando en la cama a Lucas, sabiendo que me encontraría una cama vacía. Salvo hoy. Toqué a mi lado, y allí estaba, su calor humano dándome la espalda, como tantas veces había hecho. Parecía que Nueva York le estaba sentando mejor de lo que él creía, porque sin querer queriendo se había adaptado a la vida apurada que desprendía aquella ciudad. Me alegraba notarlo, el ver que ahora era capaz de quedarse aunque fueran cinco minutos más en la cama junto a mí, también como estaba encontrando su lugar poco a poco. Pero una parte de mí, también se hundió, creyendo que él, no sería capaz de adaptarse y hubiera tenido que regresar, a casa.

No me malinterpretéis, adoraba que estuviera allí, como en esos momentos, donde su sonrisa me hacía querer quedarme en aquella cama toda la mañana, pero cuándo tu futuro está en tu mano, empiezas a sumar prioridades, y eso era algo que él, no conseguía comprender.

- ¿Cómo has dormido? - besó mi mejilla 

- Lo poco que he dormido, bastante bien - sonreí con picardia - ¿Bajas a hacerme el desayuno? Sabes que el sexo me deja exhausta

- ¿Avena con yogur y zumo natural? - preguntó con ese amor tan típico de él.

- Añade un café. Lo necesitaré. - guiñé mi ojo izquierdo.

No hizo falta decirle más. Salió corriendo de la habitación, como si la habitación se estuviera quemando. Eso era algo que amaba cada vez más de él, su afan por hacerme sentir como en casa. Lo había hecho en la casa de sus padres, en la casa de su hermana, e incluso en casa de alguno de sus amigos. Lucas era eso. Lucas era necesitar de hacer a las personas que lo rodeaban, sentirse seguros, algo que muchas veces había conseguido hacernos discutir. Tenía tanta pasión por las personas que quería, que muchas veces se olvidaba de sí mismo. Lucas no era de esos chicos que se anteponía a todo, sino que era de esas personas que temían perderte tanto que hacían lo imposible por verte feliz.

Me levanté de la cama, yendo hacía el baño, donde me di una ducha lo bastante rápida, como para casi no dejar que el agua calentara. Me gustaba esa casa. Pero no podía considerarlo como un hogar, cuándo no lo era. 

Cuándo salí del baño ya vestida, me encontré con un Lucas aún con el pantalón del pijama comiéndose un donut de chocolate

- ¿No trabajas hoy? - le pregunté

- Sí - dijo apenado - Había querido pedirme el día, pero Linda me mataría si se entera que estoy dejando que las influencias de mi padre puedan sobre mi profesionalidad - suspiró. Lucas odiaba ser abogado, sólo que él no lo sabía. Se resignaba a hacerlo, ya que era lo que se esperaba de él, como su hermana y su madre. Mi opinión era que aún no había encontrado su lugar en el mundo - Voy a la ducha y te llevo hasta la residencia si quieres. O puedes quedarte.

Negué tomándome como excusa la fiesta de esa noche. 

Veinte minutos después, Lucas aparcó delante de mi residencia con una sonrisa en los labios, prometiéndome que a las siete vendría a recogerme para irnos a la fiesta. No me apetecía mucho ir, debido a que conocía la poca atracción que encontraba mi novio en las fiestas, pero mi necesidad por desconectar era superior a mi incomodidad.

- Hola, madrugadora - dijo una voz seductora a mi lado. Jason. 

Me quedé mirando al chico que se escondía bajo aquellas grandes gafas de sol y no pude evitar mirarlo detenidamente por primera vez desde nuestro reencuentro. Había cambiado bastante, atrás, le quedaban esos rizos locos que peinaba constantemente con mis dedos, ahora tenía el pelo bastante corto como para no saber que era rizoso de nacimiento. Su vestimenta había madurado, pero no dejaba de querer parecer ese chico malo de las cuáles la protagonista caía rendida

- ¿Qué haces aquí ? - pregunté por primera vez.

- He venido a dejar a Isabelle y me iba a desayunar, ¿te apetece?

- Ya lo he hecho - corté

- ¿Un café? - preguntó mientras jugueteaba con las llaves de su coche.

- Jota - carraspeé - Quiero decir Jason, te agradezco que quieras normalizar las cosas, de verdad que lo hago, pero no me apetece mucho. Tengo ganas de meterme en la cama.

Lo vi sonreír. Esa sonrisa no había cambiado mucho desde la última vez. Seguía poseyendo esos pequeños y finos labios rosas que cuándo estaba nervioso se mordía y cuándo buscaba una travesura se los mojaba, como ahora.

- Jason David Marton espero que no estés pensando en nada malo - le advertí 

- ¿Cuándo te has vuelto una vieja, Miranda Elizabeth James? - repitió 

- Te odio - le bufé 

- Vamos, será divertido, como en los viejos tiempos. Tú. Yo. Nueva York - parecía tentador. ¿Y por qué no admitirlo? Ambos sabíamos que necesitábamos tener esa maldita conversación que debíamos haber tenido hacía años atrás.

- Solamente un rato. Una hora - le señalé.

- Con una hora no tenemos ni para salir del tráfico - dijo quitándose la gorra y poniéndome en la cabeza - No te arrepentirás, calabaza.

Sonreí. Calabaza. Lo había vuelto a decir. Calabaza era mi apodo de niña, el que tenía solamente para él, como un chiste interno, dónde yo lo llamaba Jota. De ahí, que cuándo me fui de Nueva York dejara de disfrazarme en Halloween, de comer calabaza o de visitar el huerto de mis abuelos. Todo me recordaba a él.

Y en ese momento, cuándo lo vi mirarme como lo hacía cuándo era niña, supe que estaba adentrándome en un juego del cuál, las cartas no estaban encima de la mesa. Pero en esos momentos solamente podía pensar en una cosa...

... ¿Qué mal hacíamos si recorríamos Nueva York como dos viejos amigos?


Déjame caer contigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora