- Capítulo 16 -

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Dicen que no hay mayor excitación que cuándo suena el teléfono a determinadas horas de la noche para avisarte que tenías un mensaje. Lo que no dicen es la sensación de ahogamiento cuándo el remitente no es quién deseas que sea.

Eran pasadas las dos de la madrugada, cuándo recibí un mensaje de Lucas, invitándome a regresar a casa el fin de semana siguiente. Con todo el alboroto, había olvidado que iba a ser el cumpleaños de Brandon, y me dolía tener que recordarlo por mi novio. Le contesté rápidamente y sonreí, pensando que quizás no era tan malo regresar a casa, que podía hacerle un buen regalo y dejarme cuidar por mi familia. Los necesitaba.

Los días siguientes no vi a Jason y compañía, algo que agradecía. Rita ni siquiera me saludaba a lo lejos. Pensándolo bien, tampoco estaba mal el encontrarme sola, al menos podría poner un poco de espacio y tiempo entre mi pasado y mi presente. Tenía claro que todo esa mezcla de emociones y sensaciones se debía a la nostalgia acumulada durante tanto tiempo. Sí, tenía que ser eso.

Una tarde, decidí coger el metro y visitar a Bill en su cafetería. Me sentía mal no ir tan a menudo como quería, pero pese a excusarme a mi misma con que no iba porque nunca había entendido las combinaciones de metro y autobuses, sabía que la verdadera razón era que aquello era pegarme de bruces con los recuerdos del pasado. Dolían, mucho. Tanto como saber que ese bello hombre, con un poco menos de pelo y una barba blanca, acabaría por desaparecer de la tierra, dejándonos sin la facilidad de encontrar las respuestas a nuestras preguntas más internas. Era injusto.

- Pequeña, Miranda - anunció la voz de Rosaura - ¡Qué alegría tan grande la de tenerte por aquí - dijo abrazándome
Sonreí. Si Bill intentaba ser el duro de la relación, Rosaura era todo ternura.
- Hola Rosi - sonreí con emoción
- ¿Qué haces por aquí?
- El otro día apenas pudimos hablar - dije siguiéndola hasta el final de la cafetería, donde para ser la hora que era, estaba abarrotada de clientela. - ¡Vaya! Parece que aquí nada cambia
- El que el negocio nos vaya bien, es lo único que se mantiene estable - dijo con la voz apagada - Supongo que Jason, te contó todo.
Asentí.
- Sabes como es él. Dice que ya ha hecho bastante en su vida, que se va a morir tranquilo - dijo mordiendo el labio con fuerza - ¿Cómo voy a aprender a vivir sin él, mi pequeña?
No sabía muy bien que decirle, porque en esos casos las palabras sobraban, por lo qué, la abracé con toda la fuerza que le podía dar. No mucha, pero parecía calmarla.
Si para los de fuera, la muerte de Bill suponía un duro revés de la vida, una pregunta cuestionable dónde no se entendía que hacían muchos canallas por ahí danzando y él, alguien que nunca había hecho daño a nadie, se lo consumía un tumor poco a poco.
- Siento todo esto, pequeña
Negué - Puedes recurrir a mí, Rosi. Somos Ohana.
Sonrió con ese brillo tan característico de ella, tan maternal, tan libre. Seguía siendo la bella mujer rubia, salvo que con unas arrugas de más en los contornos de sus ojos claros. Siempre había sido muy bella, como su hija.
- Quiero hacerte una proposición - le pedí con sus manos sobre mi cuello.
- Dime - sonrió.

Le conté mi plan de querer llevarme a su hija al cumpleaños de mi hermano. Ese pequeño enamoramiento que habían tenido de niños, había aumentado con los años, haciendo que durante una temporada larga, Brandon, se refugiaba en Rachel. Pero después, ella encontró un chico, y mi hermano decidió hacer lo mismo que yo, caer en el error de eliminarla de su vida.
Rosi tomó la noticia con una felicidad extrema, pero no acabé ahí, les rogué que nos acompañaran. Bill necesitaba descansar ya, dejar de trabajar. Y aunque al principio rechazaron la idea, veinte minutos después y un millón de pestañeos, aceptaron con humor.
Eso era la familia ¿no? Hacer que los problemas se olvidaran, aunque fueran durante unos días. Bill tenía que celebrar la vida.

Regresé a la habitación con una sensación de alivio y cariño en mis entrañas, también de miedo. Aquello suponía una despedida para nuestro Bill, la persona que te obligaba a derribar las puertas con cabezazos si eso suponía que eras feliz. Atrás quedaban todos esos recuerdos que empezaban y terminaban con Jason.
Jason. Me dolía llamarlo. Pero me habían rogado que él fuera también, y aunque al principio temí porque se juntaría mi presente y mi pasado, no pude negarme, cuándo a mi me apetecía tenerlo allí.

                                                             Mir
                                    Necesito que hablemos. Es importante   20:32
                                                              Jota
                                                    Abreme la puerta 20:32
                                                                 
Y cómo una idiota abrí la puerta con esas ganas ansiosas que sólo su presencia causa en mí.
Ahí estaba. Con el pelo peinado cuidadosamente a un lado, sus vaqueros azules, una camiseta con un logotipo raro en el centro, y sus vans rojas.
Le sonreí con nerviosismo. Así me sentía. Nerviosa, cómo cuándo tienes tu primera cita, o no sabes muy bien que haces con el chico que te gusta en una habitación tan minúscula. Con una cama.

- Hola - le dije animándolo a pasar dentro.
Cerró la puerta con delicadeza mirando a todos lados, cómo si a él, aquello le diera miedo.
- Es bonita - dijo - Sé que es tuya por todos esos libros que se acaparan por todos lados. - dijo sonriendo mientras recogía un libro de la mesa - ¿Estás bien?
Asentí - ¿Tu?
Asintió - ¿Por qué debería estar mal?
- No me has escrito, ni llamado - Dios, me veía más patética que antes.
- ¿Me has echado de menos, calabaza? - preguntó mordiéndose el labio inferior y mirándome fijamente desde el otro lado de la habitación.
Me senté en la silla más apartada, y lo miré, simplemente por el placer de tenerlo allí, en mi habitación recostado en la cama dónde yo dormía cada noche.
¡Maldición, tendría su delicioso olor en mi almohada durante días!
- Responde  - ordenó con los ojos cerrados
- Sí
- Ven - me rogó - Tumbate conmigo aquí en la cama
- ¿Qué? ¡Claro que no!
- Calabaza, olvida lo que hay fuera de esta habitación, y acuéstate aquí conmigo, aunque sea por unos minutos. No sabes lo que lo necesito. Casi tanto como respirar
Entonces, comprendí que tenía razón. No temía lo de ahí fuera. Temía lo que estaba allí acostado en mi cama, porque muy a mi pesar, era mi debilidad.
Me acerqué con sigilo sintiendo sus claros ojos sobre cada uno de mis movimientos, y me eché lo más alejada de él posible, porque aquello estaba mal. Muy mal. Ambos teníamos pareja.
No dejó que estuviera muy lejos, porque abrazó mi cintura con fuerza, atrayéndome a su pecho.
Por primera vez, me sentí en paz. Allí con él, disfrutando de su cercanía, de sus caricias bajo mi camiseta, de sus labios sobre mi pelo, de mí, con los ojos cerrados y de él, allí, cómo si supiera quitarme todos esos miedos que habitaban en mí.
- Duerme - me pidió.
- No puedo - me levanté - Esto está mal.
- ¿Mal? - rió - Nunca me había sentido tan bien. Por favor, vuelve aquí.
Y como una estúpida niña, regresé a sus brazos, a lo que consideraba hogar. Dejé que dibujara con sus dedos ásperos el contorno de mis labios. Mis ojos seguían cerrados, disfrutando de su compañía, de su olor, de ese momento, porque con él, nunca necesité decir nada para sentirme bien.
- No sigas - le imploré
- ¿Por qué?
No le contesté.
Me levanté de la cama, sentándome sobre el suelo. Lo sentí gruñir, también lo hice yo. Por mucho que quisiera aquello, mi ética no me permitía hacer algo así. Además, no quería ser como la puta de su novia, que le estaba poniendo los cuernos y él, seguía allí.
- Te llamé para hacerte una oferta
Se sentó sobre la cama mirándome atentamente, algo que me demostraba que tenía toda su atención.
- Vamos a hacerle una fiesta a Bill
Cuándo dije aquello miró al suelo. Nadie mejor que yo, sabía lo que Bill significaba para Jota. Cuándo su padre se ponía agresivo o lo expulsaba de casa durante días, Bill lo recogía como un hijo.
- Una fiesta de despedida. Esto no es qué se vaya de la ciudad, Mir. ¡SE MUERE, JODER! - gritó dolido.
No podía verlo así, por lo qué, estaba vez fui yo quién lo abrazó con toda la rabia y el dolor contenido. Creía que me rechazaría. Todo lo contrario, hundió su cara en mi cuello, y me abrazó tan fuerte que no sabía donde empezaba yo y dónde terminaba él.
- Gracias - repitió diez veces - Tu vuelta era tan necesario

Déjame caer contigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora