- Capítulo 10 -

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Desperté con un horrible dolor de cabeza, y en la única persona que podía pensar mi cabeza, era en Jason. Esa misma noche, tras contestarle al mensaje, sólo había podido echarle de menos. No me había dado cuenta lo mucho que lo había añorado hasta el momento en el qué volvimos a reencontrarnos. Y aquello no estaba bien.

Miré mi móvil encontrándome con unas cuántas notificaciones en Facebook, fotos etiquetadas en Instagram y unos cuántos mensajes escritos. Pero el corazón sólo me latía con rapidez ante el nerviosismo de encontrarme algo de él. 

Nada. No había nada.

Suspiré con resignación, y en esos momentos, me sentí de nuevo como la niña de dieciséis años que jugaba con sus dedos, esperando una contestación suya. La misma sensación que tenía al no saber que me esperaba ese día en clase cuándo lo viera tras muchos mensajes sin sentido de la noche anterior. Porque nuevamente, Jason, había conseguido que me sintiera como una niña insegura.

- ¿Estás bien? - me preguntó una Rita entrando por la habitación.

- Traigo una resaca del quince - mentí - Cómo la tuya - sonreí al ver su vestimenta, una sudadera gris, tres tallas mayor y un pantalón verde de pijama

- Dios, no me digas más - gruñó cayendo en mi cama - No pienso volver a beber más

Reí, sabiendo que eso era una frase tan hecha como el pan.

-¿Tienes algún plan para hoy? - preguntó en un bostezo.

- Pensaba quedarme aquí, tapada en la cama, con un par de botes de helado de chocolate, mientras veo alguna película en Netflix, ¿por qué?

- Al parecer Jason e Isabelle ayer tuvieron una discusión bastante importante anoche, y ella no está muy bien que digamos. Tenía pensada llevarla a tomar un batido, ¿por qué no te vienes?

Negué con la cabeza - Os lo agradezco, pero mejor me quedo aquí.

- ¿Segura?

Asentí. Lo último que deseaba era pasarme toda la tarde con la novia de Jason, mientras contaba lo mal o lo bien que le iban las cosas. Me negaba. Pese a que ya no estuviera enamorada de él, aún me importaba a quién tocara como me tocaba a mí. Aún dolía saber que sus caricias pertenecían a otra piel. Aún dolía dentro de mis entrañas, comprender que si tal vez me hubiera decidido quedar, o incluso llamarlo, podríamos haberlo intentando tal y como le dijimos a Bill.


Eran pasadas las tres de la tarde cuándo un sonido extraño me despertó de la siesta, haciendo que me pusiera en guardia. Era sábado. Por lo que el resto de las chicas del pasillo, debían estar con sus familias pasando el fin de semana, algo qué me daba envidia. Y quiénes no estuvieran con sus familias, estaban durmiendo o por ahí de compras. Nadie se quedaba jugando en el pasillo de una residencia un sábado por la tarde.

Me levanté de la cama, abriendo la puerta despacio, encontrándome con dos grandes cabelleras al final del pasillo. Podría asegurar que uno era Jason.

- ¿Dónde cojones dices qué está? - le preguntó el otro chico

- No tengo ni idea - dijo una Jason desesperado

- ¿No sería mejor llamarla? 

- ¿Jason? - carraspeé 

Los dos chicos se dieron la vuelta, e inmediatamente corrieron, adentrándose en mi habitación con una rapidez qué me hizo preguntarme si aquello era real o no.

- ¿Qué pasa? - pregunté

El otro chico, moreno, algo más alto que Jason me sonrió con simpatía - Soy Alex. Mucho gusto, calabaza

- Te dije que calabaza sólo podía llamarla yo - le riñó Jason - Para ti, Miranda

- Puedes llamarme Mir, Alex - le sonreí con simpatía - ¿Qué hacéis aquí ? ¿A quién buscabais?

- A ti - dijeron los dos  a la vez, a lo que luego se pusieron a reír.

- Verás - carraspeó Alex - Aquí, mi amigo, que parece nuevo, tenía muchas ganas de verte. Muchísimas. No pienso callarme - le dijo mirando para él, cuando recibió un tortazo por su parte - Por lo que, soy la coartada.

- ¿La coartada? - pregunté sonriente

- La coartada para los dos - siguió hablando - Jason está conmigo y tú estás conmigo. Podéis iros solos. Fin.

- Si quieres - habló Jason.

- Lo has llamado Jason - sonreí con complicidad.

- Yo, le digo que os podéis ir a nunca jamás, y ella me dice que te llamo Jason. En serio, tío, ahora entiendo qué viste en ella. - dijo con falsa resignación - Tú, pequeña Mir, y yo, somos los únicos que podemos llamarlo Jason.

- Hombre, tampoco es eso - respondió el susodicho - Mi madre y mi hermana también.

- Ellas no cuentan que son de la familia.

Me limité a sonreír, igual que ellos, pero eso si, con algo más de vergüenza, haciendo que mis ojos se supieran de memoria el color de las vans de cada uno

- ¿A dónde se supone que vamos a ir? - pregunté por fin.

- Yo había pensado en dos opciones - contestó Jason - Podemos ir a mi apartamento, aunque sé que eso te pondrá nerviosa, o podemos ir a casa de mi madre. Tana se muere por verte.

Levanté la mirada y me mordí el labio. Le había hablado a su hermana de mi vuelta. Su hermana, que cuándo me fui era una pequeña muñeca que metíamos en el carricoche y la mareábamos a paseos interminables. Tana era la persona más importante en su vida.

- ¿Tana sabe de mi vuelta?

- Tana sabe absolutamente todo - contestó con una sonrisa.

- Salir de la habitación - les dije

- ¿Qué? ¿Por qué? - preguntaron ambos

- Tengo que cambiarme 

Ambos sonrieron, pero fue Alex, quién después se llevó una colleja quién dijo lo que tenía claro que ambos pensaban.

- Podíamos quedarte a ayudarte.

Déjame caer contigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora