- Capítulo 21 -

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Dicen que cuándo el miedo se adentra por la puerta, tu naturaleza humana quiere sacarlo por la ventana. Salvo si ese miedo te impide dar pasos largos.

- ¿Todo bien? - preguntó Lucas 

Asentí sin saber muy bien qué debía contestarle. Nuevamente se había adentrado en mí una sensación de agobio, de querer abandonarlo todo y ser libre. Pero no libre cómo el viento, que por diferentes circunstancias acaba siendo derrotado. Quería ser libre como los pájaros, que vuelan a casa cuándo el invierno se acerca, o cómo los niños, cuándo buscan desesperados a su familiar. 

Quería ser libre. Y Lucas no me daba ni felicidad ni libertad.

Era cierto lo qué me decían muchas personas, mi mayor temor en la vida era ver llorar a las personas, por lo qué, como una vil estúpida, aguantaba hasta que al final todo se rompía, incluida yo.

- Estás muy seria - comentó con un puchero.

Besó mi frente cómo tantas veces hacía, salvo que esta vez, ya no me apasionaban ni sus besos ni sus carantoñas. 

- Tengo un mal día, sólo eso - expliqué. - Lucas, ¿podrías llevarme a la residencia? Tengo aún un montón de cosas que terminar para mañana.

- Pensé que te quedarías. Hace mucho que no estamos juntos 

- Lucas, lo primero es lo primero - expliqué cansada.

Lo cierto era que tanto en el terreno amoroso, cómo en el pasional, las cosas no nos iban bien, algo que cualquiera hubiera dicho ¿y por qué permaneces a su lado?

Nunca lo sabré. Quizás simplemente me aterra la idea de hacerle llorar o de pensar que todo ese plan de futuro que construimos se hundía por viejos sentimientos que florecían en mi piel.


Diez ruegos más tarde, Lucas aparcó el coche delante de la residencia con un gesto enfadado, tanto que ni siquiera se dignó a darme buenas noches. Se limitó a esperar a que saliera y arrancó hacía ninguna dirección.

Me sentía mal por hacerle eso.

Me sentía mal por él. Más que por mí. 

- Tienes una cara cómo si te hubieras pegado con él - bromeó una voz a mi lado

Jason.

A mi lado había un Jason que me miraba con intensidad.

- Hola - le sonreí.

- ¿Cómo estás, calabaza? 

- He estado mejor, la verdad 

- Sabes qué puedes contar conmigo ¿verdad?

El problema era que si contaba con él, aquello se torcería más de la cuenta.  Ya no me fiaba ni de mí, ni de mis actos, porque cuándo el rondaba cerca, volvía a ser la chica que un día perdí.

Asentí, limitándome a sentir su acercamiento. 

Me odiaba en esos momentos, pero a la vez me encantaba. 

Me encantaba que no necesitáramos palabras, ni frases, ni fotos, ni momentos, para convertirlo todo en recuerdos.

Me encantaba que supiera cómo debía cuidarme, cuándo ni siquiera yo sabía que lo necesitaba.

Me encanta y lo odiaba a la vez, que me conociera tanto.

- ¿Nos vamos de aquí? - preguntó acariciando mi mejilla 

Lo miré durante unos segundos, sabiendo que la media naranja no existía. Nos han hecho creer que necesitamos encontrar a nuestra mitad cuándo en realidad, ya estamos completos. Sólo necesitamos encontrar a esa persona ideal con la que compartir nuevas experiencias, y con la que entender que eran los pequeños placeres de la vida los que nos hacían sentir completos.

Luego pensé en el mito del hilo rojo, y reí. Porque nunca había creído en él, y en momentos como esos, pensaba si de verdad era un simple mito, u ocurría de verdad.

- Vayámonos de aquí - sentencié subiéndome en su coche.

Estaba mal. Sabía que lo estaba. No por Lucas, ni por Isabelle, ni siquiera por nosotros, tal vez por mí. Estaba mal porque mi orgullo me gritaba desde dentro que estaba volviendo a caer en las manos de quién tanto me dañó, que quién había recogido esos pedazos no se lo merecía. 

Estaba mal, porque si esto seguía ese juego iba a acabar nuevamente encerrada con los fantasmas de mi pasado.

Estaba mal necesitarlo tanto, pero a diferencia de la otra vez, estaba era yo quién necesitaba ese contacto, esas nuevas sensaciones, esos miedos que desaparecían con sus sonrisas. 

Y por primera vez en mucho tiempo, no tuve miedo.

Déjame caer contigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora