De verdad que no lo entendía.
No comprendía cómo la vida era tan injusta, cómo para vaciarle el bufete a mi padre sólo por ayudar a un pobre padre de familia, una persona que sólo luchaba por lo suyo, y que mi padre, cómo buen hombre, había decidido ayudar altruistamente.
En esos momentos, lo quería más que ayer, pero también me dolía el pecho de pensar de lo desolado que se debía encontrar.
Al parecer, Mar, la madre de Lucas, se había enterado del percance y había decidido contratarlo para su gabinete en el ayuntamiento cuándo las deudas se acumulaban en el buzón de mi casa.
- ¿Por qué no me habéis llamado? - lloré - Lo hubiera dejado todo, para trabajar.
- Por eso, cielo. Tu padre se culpa de haberte obligado a estudiar derecho cuándo lo detestas. No se hubiera perdonado esto tampoco.
- Lind, sabes qué te quiero como una madre, pero no puedes decirme esto - gimoteé - Es muy injusto
- No, cielo. Te has pasado tu vida dejando de hacer las cosas por los demás. Tu padre es el adulto, y tú, alguien que está empezando a vivir la vida adulta. Es el momento que entiendas que no puedes ser madre de tu familia, porque eso no es vivir
Lind siempre había sido una mujer sabia. Tenía razón. Toda la vida había antepuesto el bienestar de mi familia, por el simple hecho que una lágrima de ellos era como pisar piedras en llamas, y cuándo se trata de pasarlo, prefería pasarlo yo a ellos.
- Tengo que colgar - dije mirando a la entrada dónde Lucas me miraba con ternura.
- Cuídate cielo.
- Iré en cuánto pueda - prometí.
- Te queremos.
Durante unos segundos me quedé mirando la pantalla de mi móvil que anunciaba el tiempo trascurrido que me había desahogado con ella, cuándo se suponía que era ella, la que debía hacerlo. Luchaba por mi familia, porque pertenecía a ella.
- ¿Estás bien?
Asentí
Con delicadeza, me levanté y me encerré en el baño. Necesitaba ese momento para mí, para recapacitar todo lo que acababa de pasar, pero sobre todo, para entender que esto no tenía marcha atrás: mi familia siempre estaría por delante de cualquier otra cosa.
Era el momento: debía desligarme de todo lo que tuviera que ver con Jason, aunque eso me costara la razón y el corazón.
Suspiré. Borré tres, cuatro, diez, veces el mismo mensaje y sin leerlo, con los ojos en llamas le di a enviar, sin saber muy bien que habían escrito mis dedos y mi corazón.
Jota
Nunca llegué a creer que esto sucedería, ni mucho menos que iba a ser yo la que se encargara de esto. Pero se acabó, Jason. Se acabó. Debo hacerlo. No preguntes por qué, aún sabiendo que no seré capaz de no contestarte, porque siempre has sido mi maldita debilidad. ¡Quién iba a decir que creería en los hilos rojos y en los finales del cuento! ¡Mucho menos quién se hubiera pensado que años después, ocho, seguirías haciendo que mi mano temblara sin consecuencia alguna, que seguiría teniendo la misma inquietud y el mismo nerviosismo que en nuestra primera cita, que iba a desear que tus dedos me acariciasen, incluso más que la primera vez. Pero cómo buenas realidades, la vida nos muestra que no somos de mucha estrategia. Se acabó. Y sigo poniéndolo otras mil veces y mis lágrimas siguen empapando la pantalla. Se acabó. No me odies. No sigamos haciéndonos mal. Siempre te querré más que a mi misma. 10:23
Y como cruel realidad, salí de su conversación eliminando todo rastro de nuestra historia.
Quité las últimas lágrimas, lavé mi cara y salí de aquel baño con más gana que nunca de aprender lo que era amar incondicional, pese a que mi incondicional acababa de caer por el lavabo.
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Déjame caer contigo.
Teen FictionMiranda regresa a la ciudad para comenzar sus cursos en la universidad que soñó de niña, sabiendo que allí ya nada será como cuándo se fue, empezando por sus amigos. Sabe que ya no es la misma niña que se fue por miedo a no encontrar las respuestas...