- ¿Vas a venir más tarde? - ronroneó Isabelle al otro lado del teléfono. - He comprado un conjunto nuevo
De verdad, qué no entendía qué hacía con esa chica. Hacía meses que ni el sexo me interesaba con ella. Había llegado un momento que hasta su tono de voz me molestaba, y desde la llegada de Mir, todo se había masificado debido a sus asquerosos celos.
- No lo sé, Isa. Tenía que ir al taller
- Cuándo salgas.
- Ya veremos - le dije e inmediatamente colgué.
Sonreí desde la puerta de la habitación.
El novio de mi hermana se acababa de ir, la verdad es que Miranda tenía razón, Tana, ya era toda una mujer y era inevitable que encontrara a alguien que quisiera hacerla sonreír.
Tana se encontraba con una peluca morada en su cabeza, y unos grandes gafas verdes. A su lado, Mir, que jugueteaba con un vestido gris y una peluca rubia platino. Bailaban un ritmo de música reggae, mientras se inventaban las canciones cantándole al espejo con un cepillo del pelo cada una.
No pude evitar mirar a Mir. Su vuelta había supuesto tanto que no sabía muy bien cómo procesarlo. En el fondo de mi mismo, sólo quería protegerla, bajo mi edredón, cómo cuándo dormíamos juntos. Nunca habíamos hecho nada más que dormir, pero nunca nos hizo falta nada más, porque todo lo hacía especial. Durante años, había querido encontrar a personas que se le asemejaran, y pese haberla casi encontrado hacía unos años, nunca había sido calabaza.
- ¿Se puede saber qué estáis haciendo? - dije divertido
Ambas me miraron, y en vez de avergonzarse de que las viera, me cogieron cada una por un brazo, y entre pelucas y colores explosivos hicieron que por una tarde, olvidara lo complicada que era mi vida.
Sin lugar a dudas, Mir, nuestra Mir, había vuelto.
- Tana me contó la razón por la qué no te llamas Jason - dijo una insegura Miranda a mi lado mientras conducía hacía ninguna parte. En realidad, sólo quería aguantarla un poco más, allí.
No me importaba que Tana le hubiera contado la razón, ya que tarde o temprano ella me lo preguntaría y no dudaría en contárselo. Lo que realmente me importaba era que estaba empezando a tener celos de mi hermana.
- Mi padre nos jodió la vida, calabaza - me sinceré
- No dejes que un recuerdo, te haga mal
Quería decirle tantas cosas. Quería regresar ocho años atrás y protegerla de todo lo malo que estuviera por venir. Quería abrazarla. Quería cuidarla, raptarla. Quería verla sonreír, porque aunque ella misma sonriera sin parar, sabía que esa no era su sonrisa sincera.
- Necesito que me cuentes qué le sucedió a Maison - me rogó - Por favor.
- Calabaza, no sé si es buena idea
- Por favor
- Maison lo pasó muy mal con tu marcha. Seguíamos quedando muchas veces para salir, pero poco a poco se fue desplazando del grupo - recordaba cómo Shara llamaba a su casa, y su madre le decía que estaba con nosotros - Empezó a salir con un chico, algo mayor que ella. Parecía buen chico - me sinceré - Pero corría en carreras ilegales
- No sigas - dijo con dos pequeñas lágrimas saliendo por sus bellos ojos castaños.
No se daba cuenta, pero incluso cuándo estaba cubierta de lágrimas, era la mujer más guapa que había visto nunca.
- ¿Fue en una carrera? - preguntó tras unos segundos en silencio - No puedo imaginarme a la dulce Maison en ese tipo de ambiente. Le gustaban las locuras, pero las clásicas.
- La Maison que vimos meses después, no era la que queríamos. Llegaba a clase y no se relacionaba con nadie. Incluso se pegó con Shara estando embarazada. ¡Shara, calabaza! - le expliqué
- Fue mi culpa
- No, cariño - le acaricié la mejilla izquierda que estaba cubierta por lágrimas - No sé como habríamos reaccionado nosotros ante la pérdida de una madre - le dije diciendo lo que siempre había creído. Ella se veía cobarde, por irse. Cuándo era la persona más valiente del mundo, por dejarlo todo, para cuidar de su familia. Miranda era todo bondad y corazón.
- Durante un par de años estuvimos en contacto - me contó haciendo que no pudiera creérmelo. Maison. Maison siempre había dicho que Mir nunca había contestado a ninguna de sus llamadas, ni a nada, pero en realidad se hablaban
- Maison siempre dijo que no habíais vuelto a hablar
- Inmediatamente tras mi marcha no. - suspiró - Un día, encontré una foto, y le escribí a uno de esos tantos correos que se acumulaban en mi bandeja de entrada. Eso pasó a escribirnos cada semana, luego muy de vez en cuándo. Quizás alguna llamada. Pero no podía soportarlo. Y siento que fue yo quién la llevó a esa vida.
- Tú no la mataste
- Ella quería estudiar veterinaria - me comentó sabiendo que era cierto
- Empezó la carrera, incluso sacaba buenas notas - sonreí recordando como muchas veces Maison tenía momentos de lucidez y se pasaba por mi casa a contarme lo feliz que le hacía aquel rumbo en su vida
- Necesito saber qué ocurrió - suspiró
- Fue un viernes de primavera. A nosotros nos avisó Claudia - su madre - al parecer se quería escapar con Ben, su novio, pero para irse tenían que ganar el dinero apostado en la carrera de esa noche. Maison ya no era ella. Se había teñido el pelo a rojo, vestía provocativa, y se emborrachaba cada noche. - me costaba contar aquello, a ella - La cuestión es que Shara, embarazada de ocho meses, nos condujo al polígono abandonado. Estaba lleno de motos, coches y gente animando. La vimos a lo lejos, le rogamos que era peligroso, que pensara en ti - miré hacía ella, que tenía los ojos apretados con fuerza mientras se arañaba la mano, algo que hacía ya desde niña. Le cogí la mano, me la llevé a la mejilla y la sentí tranquilizarse - Ella nos gritó. No quería que te nombráramos. Se subió a esa moto con Ben. - suspiré entre temblores - En una curva, otra moto envistió la moto de Ben, y ambos salieron disparados 30 metros
- ¿Sufrió? - tembló
- No, cariño. Ninguno de los dos.
- No puedo imaginarme cómo sería aquello para Claudia.
- Ella se fue tras enterrarla. Cogió lo poco que tenían en su apartamento, y huyó sin mirar atrás. Aquí, ya no le quedaba nada
- No puedo creer que Maison no esté. - se limitó a decir antes de caer rendida entre mis brazos. Llorando sin parar.
Lloró tanto que se quedó dormida en mi pecho, y con toda la delicadeza que pude la volví a acomodar sobre el asiento del copiloto, le puse el cinturón y la miré unos instantes más, sin acabar de creerme que ella estuviera allí, en mi coche, conmigo.
Comprendiendo que para ella enfrentarse a toda esta realidad estaba afectándole más de lo que ella misma creía.
Y cómo cuándo éramos niños, me prometí cuidarla. Cuidarla pesase a quién le pesase.
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Déjame caer contigo.
Teen FictionMiranda regresa a la ciudad para comenzar sus cursos en la universidad que soñó de niña, sabiendo que allí ya nada será como cuándo se fue, empezando por sus amigos. Sabe que ya no es la misma niña que se fue por miedo a no encontrar las respuestas...