- Capítulo 5 -

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El ambiente había pasado de incómodo a tenso. 

Entendía que Jason hubiera intentado que no probara los frutos secos, sabiendo mi grave alergia. Quise agradecérselo, pero no volvimos a cruzar palabra ni mirada en toda la comida.

Veía la incomodidad de mis compañeros de mesa, empezando por Mauro que intentaba buscar al camarero con la mirada como quién busca agua en medio del desierto. Al parecer, no era el único que necesitaba salir de allí, lo más rápido posible.

Luego estaba, Isabelle, que parecía haber encontrado un enemigo al que crucificar. A mí. Tenía claro que no tenía un pelo de tonta, y que esa intimidad que habíamos compartido su novio y yo, no eran de dos desconocidos. Tenía claro que ella sabía que algo escondíamos ambos, pero no acababa de razonar muy bien el qué. Y era lógico, ya que a los ojos de cualquier persona, Jason y yo, no encajábamos. Dos polos opuestos que por causas de la vida o de las circunstancias tendieron a atraerse.

- ¿No creéis que será mejor irnos? Mañana es la fiesta de Will - comentó Rita con una sonrisa

- Por supuesto - sentenciamos los cuatro, levantándonos con rapidez.

Diez minutos después, Jason aparcaba delante de mi residencia, y con la misma ansia de antes, salí del coche sin apenas despedirme. 

- ¿Puedo hacerte una pregunta? - preguntó Rita a mi lado 

- Claro - respondí 

- ¿Qué fue eso? ¿Qué hay entre David y tú? 

- ¿Por qué dices eso? 

- Porque sé que es imposible, pero diría que hay un pasado entre los dos - comentó con seriedad - Sólo voy a decirte una cosa, como amiga que me considero ya tuya, ten cuidado con David. Isabelle está hundida en la miseria por su culpa.

- ¿No son pareja? - pregunté

- Son pareja, pero les ha costado llegar a ese punto. Por eso, aléjate, por favor - me rogó con timidez

- No hay ni habrá nada entre él y yo. Te lo aseguro - y esta vez fui yo quién la abrazó para tranquilizarla. 

Era cierto. No pensaba perder la oportunidad que se me había brindado por tener tanta mala suerte de reencontrarme con mi pasado. Mi interés hacía él, era estrictamente protector, debido a qué no habíamos tenido ese momento de despedida, pero lejos de lo que el corazón pudiera decirme en algún momento anterior, regresar a Jason era regresar a la oscuridad, y eso ya lo había dejado bien atrás.

- Hola cariño - me dijo Lucas interrumpiendo nuestro tierno abrazo 

- Hola amor - besé su mejilla - Estaba conociendo nuevos amigos.

- Cómo me alegró - sonrió - Soy Lucas - dijo ofreciendo su mano a Rita que se la estrechó con sinceridad

- Rita, pero me tengo que ir. ¡Os espero mañana en la fiesta de Will! Te mando la ubicación al móvil - chilló mientras corría lejos de nosotros - ¡A las ocho! 

- ¿Una fiesta? - preguntó Lucas

Asentí - ¿Quieres ser mi acompañante?

- Sabes perfectamente que contigo iría al fin del mundo, preciosa - besó mi oreja - ¿Quieres ir a algún lado?

- Quiero dormir hoy contigo - le aseguré - Mañana no tengo clase

Su cara se iluminó de tal manera que parecía que en vez de decirle que dormiría con él, le había tocado la lotería. Así era él. Tan dulce. Tan delicado. Tan tierno. Tenía imperfecciones como el resto del mundo, algo que a veces me sacaba de mis casillas, pero luego tenía esas pequeñas perfecciones que lo hacía quererlo siempre un poquito más.

Con mucha delicadeza me ayudó a montar en su coche y recorrimos parte de Nueva York, con su tráfico y sus millones de personas en silencio. Reencontrándome con una ciudad que tantas cosas me había dado, pero tantas más me había quitado. Nueva York era de esas ciudades que se atrapaba en el momento que pisabas tierra. No sabías muy bien la razón, sólo lo hacía. Querías explorar cada rincón, cada parada de metro. Querías conocer cada cultura, adentrarte en museos a altas horas de la madrugada e impregnarte del ambiente Neoyorquino. Nueva York era eso que una persona necesitaba vivir una vez en la vida.

- ¿Qué piensas? - preguntó Lucas acariciando mi pierna.

- En mi madre. Le hubiera encantado verme aquí.

- ¿Has pensado ir a visitarla?

- ¿Al cementerio? ¡Claro! - ironicé - Ni siquiera sé si mi abuela la cambió de cementerio 

- ¿Por qué?

- Mi abuela dejó de querernos en el momento que nos fuimos con Lindsey y mi padre - afirmé - Para ella fue una puñalada. Lo entiendo.


El piso de Lucas era cómo su personalidad, clasista. Todo estaba decorado con colores claros, pero con gusto. La familia de Lucas estaba mejor acomodada que la mía, algo que le permitía viajar en primera clase, comer en los mejores lugares de las ciudades y ser conocido. Todo por su padre, un político que pese haber sido "invitado" a salir de su cargo, seguía teniendo los suficientes contactos como para poder encontrar el mejor piso, de la mejor zona de Nueva York para sus hijos. Odiaba aquello. Odiaba tener que explicarle entre gritos a Lucas que no quería sus lujos en mí, y eso le costaba.

- ¿Qué te parece?

- Muy bonito - mentí 

- ¿Quieres qué te enseñé mi habitación? - sonrió - Tiene una terraza dónde ves Times Square.

Su habitación era igual que el piso de abajo, salvo por una cama de matrimonio que era tan grande como mi habitación en la residencia. Era cierto que lo más bonito era la terraza. No una terraza cualquiera, una terraza dónde entraban perfectamente 10 personas. Tenía una zona cubierta de sofás aterciopelados con una mesa en medio, y al fondo de la terraza estaba nuestra mascota, Bim, un perro que me había regalado él por mi anterior cumpleaños.

- ¡Bim! - lo besé en su pequeña cabeza peluda - ¡Lo has traído!

- ¿De verdad qué te creías que lo dejaría con mis padres? Sino pueden cuidar de mi tortuga, como para hacerlo con un perro. 

- Gracias - lo besé con amor. Aquello significaba para mí, más de lo que creía. Bim era la realidad en Nueva York. Bim era mi padre en su despacho riñendo a Clare, la asistenta, por dejarlo entrar en su despacho. Bim era mi hermano enseñándolo a sentarse. Bim era casa.

Lucas me besó con pasión, con amor y con ternura, como siempre hacía. Besó mi cuello, dejando un mordisco en el, pero no me importó, porque me dejé llevar. Me dejé llevar por sus manos recorriendo mi cuerpo asustado. Me cogió en brazos adentrándonos en su habitación y dejé que me recorriera el cuerpo a través de besos y caricias.

Porque de eso se trataba querer ¿no?

Simplemente cerré los ojos con cariño, mientras tomaba yo el control de la situación.

- Te quiero - dijo entre besos y jadeos.

- Te quiero - repetí.

Sus caricias eran torpes, tan torpes como siempre habían sido sus manos. Sus besos eran besos llenos de desesperación, sin perder ese amor tan grande que sentía por mí.

Déjame caer contigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora