II: Desconocido

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"'Un perfecto idiota' recuerdo que así Katsuki me llamó un tiempo después.

Un idiota que había salvado de ser arrastrado otra vez por la corriente y que le provocó volver tarde al hogar de los dragones aquel día.

Por supuesto, cuando lo dijo no tuvo tiempo de ocultar el sonrojo que se formó en su rostro. Tan adorable e inepto con los sentimientos. Aunque yo también lo era. Puedo decir que he mejorado con el pasar de los años, pero en ese tiempo ni siquiera pude reconocer como amor lo que se estaba formando entre nosotros hasta tiempo después.

Al principio solo fue inocencia, solo curiosidad..."

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Los tonos rosas del atardecer lentamente se convertían en naranja. El cálido viento de verano hacía mover las hojas desde la copa de los árboles y fue el único sonido que llenó ese momento. Simplemente paz, una conexión que se formó en segundos sin la necesidad de palabras, solo sintiendo al ser frente a sí mismos.

No recordaba ni una sola vez en la que estuviera tan maravillado con una simple persona. Había conocido tantas princesas, muchas candidatas para un matrimonio arreglado, pero ninguna le provocó aquel sentimiento; esa inquietud en el pecho que hacía cosquillas. Tanto cosquilleo le hacía querer quitarse el corazón.   

El sol se reflejó en aquellos ojos rubíes, tan brillante que Shōto creyó estar cegado por unos segundos. Las manos se alejaron, sintió el frío y la falta de calor.  Los iris del salvaje recorrieron su rostro, su ropa, cada característica en su apariencia que lo hacía parecer tan diferentes entre sí. Solo los diferenciaba un estatus, una crianza, pero eran iguales al fin y al cabo.

Entonces, recordó que no habían cruzado ni una palabra. No sabía si el salvaje hablaba como él, si entendería su idioma, si es que acaso sabía hablar o comportarse como un ser humano. Hasta ahora, y con el poco contacto, parecía tan solo dejarse guiar por el instinto y cada movimiento de su cuerpo decía mucho. Como un animal.

Shōto carraspeó, los ojos rubíes volvieron a posarse en los bicolor y esperó. La impaciencia se reflejaba.

—Yo... Príncipe, reino, allá... ¿Entender?

—Mierda, eres retrasado.

Eso... Eso no lo esperaba.

—¿Qué? No soy... —El príncipe se detuvo, la grosería lo había impresionado más de  lo  que quiso admitir—. Espera, ¿puedes hablar y entenderme?

— Tengo boca, ¿estás ciego? Por supuesto que puedo entenderte, imbécil... ¿Por qué no podría?   

— Bueno, pues... — Sus ojos recorrieron el atuendo del otro, más revelador de lo que esperaba, aumentando la salvaje apariencia.

—¿Qué? — preguntó.

—No, nada... Me callaré.

— Por tu propio bien, hazlo.

Volvieron al silencio. El salvaje se acercó al príncipe. Invadió  el espacio personal, tocó su pecho, el palpitar de su corazón se mantenía tranquilo aún cuando la cercanía rozaba la incomodidad.

Notó que el salvaje no quería hacerle daño en ese momento. Sus ojos rubíes miraban con curiosidad la ropa que traía, los colores, cada bordado dorado que acentuaban su aparecían real, la forma en que abrazaba cada parte de su cuerpo y guardaba el calor que emanaba. Tocó el terciopelo de la chaquetilla, delineó los contornos, tocó cada botón y su mirada se fijó en el príncipe otra vez.

Donde nadie nos encuentre © | TDBK |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora