I: Limbo

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—¡Shouto! ¡Regresa aquí! —gritó Touya.

El niño de cabello rojo tan solo se rió, volteó la cabeza por un instante antes de volver a correr lejos de su hermano mayor. 

El príncipe heredero al trono suspiró, y corrió detrás de su hermano pequeño antes de que este pudiese llegar a los salones del palacio donde su abuelo, el antiguo Rey, y la guardia real estaban reunidos, esperando las noticias de la Bruja sobre los resultados del ataque de aquel día. 

No quería, por nada del mundo, que su hermanito se topara más de lo necesario con el antiguo monarca o con su propia madre. La misma Rei le había pedido cuidar de todos sus hermanos. Ya poco control tenía sobre si misma con los avances de la maldición, y el odio profundo que sentía hacia la corona solo aumentaba y tomaba más de su persona mientras que la guerra entre los cinco reinos por parte de las tierras de los dragones y clanes avanzaba. 

Temía. Ella, Enji y el propio Touya que conocía cada uno de los detalles de la maldición. Temían que, en algún descuido, su madre maldiga a alguno de ellos contra su voluntad al estar bajo la oscuridad de la dinastía. 

Por supuesto, el ideal de la maldición era aquel vástago que nació con dotes para la magia, pero Rei se esforzaba por mantener controlado el deseo de traspasar la oscuridad. Quería ser ella la última en sufrir el mal, y al fin darle la libertad a sus hijos y descendientes. 

—¡Shouto, regresa! —volvió a ordenar, y nuevamente fue ignorado—. ¡Es tarde y tienes que dormir!

—¡No! ¡Quiero ver a mamá! 

—¡Sabes que mamá aún no volverá!

El niño lo ignoró. Por un segundo, Touya perdió al pequeño de ojos bicolores y cabello rojo como el suyo cuando dio la vuelta por unos de los pasillos; hacía el despacho del Rey. 

Maldita sea, ¿por qué tenía que ser tan inquieto? Se preguntó. Natsuo y Fuyumi estaban ya en sus recamaras, como era debido. No habían impuesto queja alguna, pero era de esperarse, ellos dos siempre fueron los más sumisos de los cuatro hijos de la Bruja. Además, ya tenían la consciencia suficiente para comprender que ese momento, cuando el reino estaba a la mitad de una guerra, lo mejor era acatar las ordenes de su padre y mantenerse tranquilos. 

Pero, ¿cómo se le podía pedir algo así a un niño de cinco años? Especialmente cuando ignoraba cada detalle escabroso de la guerra, siempre siendo cuidado por su hermano mayor y las sirvientas; su mundo era pequeño, en su infantil percepción de la realidad la guerra no existía. Tan solo existía para él algo real y era lo mucho que extrañaba a su madre. 

Siguiendo el sonido de la risa infantil, Touya caminó hasta el despacho del Rey. El cuarto estaba vació, tanto su madre como padre estaban en el frente de batalla y no sabían cuando volverían. Bien, aquello le dio un poco más de tranquilidad. Shouto estaba a salvo. 

Entró en silencio, mirando la cabeza rojiza que se asomaba por detrás del escritorio, cara a cara con el ventanal cerrado que llevaba hasta el balcón. Con el mismo cuidado con el cual entró, Touya cerró la puerta, no quería tener que toparse con su abuelo en ese mismo momento. Aquel hombre estaba tan podrido como la familia real.

Caminó tranquilamente hasta donde Shouto estaba, mirando por la ventana a la distancia del reino. Era una noche oscura, la nieve había estado cayendo durante el día a pesar de que era primavera. Por supuesto, aquella tormenta inusual fue provocada por la magia de su madre. Mucho más destructiva, mucho más despiadada a causa de la guerra en la cual fue obligada a participar. 

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