XXII: Seguir

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"La batalla de recuperación de Hemal fue rápida, pero no así su reconstrucción.

Aquella noche después del ataque, una vez que los desniveles en la tierra habían regresado a su nivel original, Katsuki envió un dragón informando a los civiles que el Rey había muerto a manos del legitimo soberano. Incluso si no era la verdad, Shinzou prefirió esparcir esa versión. Así, ningún adherente al usurpador pensaría en intentar arrebatarle el trono otra vez, ni mucho menos cuando se enteraron de que los dragones estaban de su lado.

Con el reino destruido, pero felices de ya no estar bajo el poder del tirano, la gente de Hemal recibió cálidamente a Shinzou una vez más. 

Tengo vagas memorias de aquella noche. 

Recuerdo la tristeza que sentía, recuerdo cubrir el cuerpo de Inasa con una delgada tela blanca y luego abrazar a Katsuki hasta que la noche llegó. 

Recuerdo ver a Shinzou llorar con su hermana pequeña en brazos, presentarnos a Eri con la más amplia sonrisa que jamás vi de él. 

Recuerdo el frío, recuerdo alzar la espada contra su propio hermano...

Recuerdo que aquel fue el inicio del breve periodo de paz antes de que el verdadero y último mal se levantara contra nosotros. 

Las memorias de aquellos días traen paz y felicidad a mi corazón. Es melancólico, si, pero hace muchos años decidí que recordaría los días felices junto a mi esposo y no la tragedia..."



[•••]

La noche después de la batalla, los reyes y príncipe se reunieron dentro del palacio de Hemal, en el salón comedor. 

A excepción del Rey de los Dragones, cada representante de los cinco reinos humanos esta ahí, solos, sin su guardia ni caballero. A la luz de las velas, ocultando en la suave oscuridad la aflicción en sus rostros, la perdida sufrida y las secuelas de las batallas consecutivas en las cuales tres de ellos habían participado una tras otra. 

Debió ser una noche de celebración, pero nadie festejó. Ni ellos, ni los civiles, ni las estrellas se asomaron, mucho menos la luna. El desgaste emocional era más fuerte que el físico, pero eran Reyes, representantes de sus pueblos, aquellos que estaban destinados a gobernar el futuro que los plebeyos tanto anhelaban. Ellos, que decidieron tomar ese papel que los privaba de la tan ansiada libertad.

Ochako y Tamaki se estaban encargando de Eri en ese mismo momento. Midoriya y Lemillion se habían encargado de esposar al Nigromante por ordenes de Katsuki, así como llevarlo a uno de los calabozos que seguía en pie. Además de ello, ambos caballeros, para honrar a uno de sus compañeros, envolvieron el cuerpo del fallecido caballero del Rey de Mesarthim en las más delicadas telas que pudieron encontrar. 

A eso del anochecer, en cuanto entraron al palacio, el Rey de los Dragones subió al lomo de su hermano adoptivo y voló en dirección a las periferias del reino. ¿Para qué? Nadie lo sabía, ni siquiera su prometido. Todos asumieron que necesitaba estar solo un momento. 

Shinzou suspiró. Paseó la mirada por cada uno de los presentes en la larga mesa real; la Reina Momo, el Rey Shouto, el Rey Tensei y el príncipe Aoyama. Este último parecía el menos desgastado de los tres, aun cuando todos habían perdido una cantidad considerable de soldados a manos de los demonios.

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