XIX: Recuperar

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Extrañamente, el día era más caluroso de lo que debería ser un día en plena temporada de invierno.

Aun así, los habitantes de Hemal agradecieron las pocas nubes que adornaban el cielo, el sol que aumentaba un par de grados la temperatura y alejaba el frío que parecía haberse aferrados a sus huesos. 

La luz extra del día fue bien recibida, parecía una señal de esperanza para todo el pueblo, puesto que el reino estaba a mitad de las reconstrucciones de la pasada, y fallida, guerra civil de hace solo dos semanas. Los hogares debían se reconstruidos, la sangre de los traidores que, solo hace un par de días, habían sido ejecutados frente a todo el pueblo y pintaron de rojo las calles. 

Cada persona, partidaria del reinado o no, quería borrar aquella imagen de sus cabezas. El Rey había sido cruel, ni siquiera le permitió a los padres cubrir los ojos de sus hijos cuando ejecutó a los traidores. Una clara y silenciosa proclamación de aquel hombre usurpador del trono; cualquiera que osara oponerse a su gobierno, sea hombre, mujer o niño, tendría el mismo final.

Los guardias del Rey observaban los trabajos del día, y el pueblo no tenía más opción que fingir una sonrisa y trabajar arduamente. 

Desde los ventanales del palacio de Hemal, el Rey usurpador, Chisaki, miraba la tranquilidad del reino. El sol tan resplandeciente lo irritaba.

—Es un buen día, ¿no? —cuestionó, y giró para mirar a la pequeña niña de pie frente a la puerta del despacho junto a dos guardias—. ¿No lo cree, princesa Eri?

La niña de cabello blanco y ojos rubíes bajó la cabeza, su cuerpo temblaba completamente, las pequeñas manos se aferraban al vestido blanco que las sirvientas habían escogido para ella aquella mañana. Las lágrimas se agrupaban, pero no podía dejarlas caer. No, si lloraba, el castigo sería peor. Lo sabía bien.

—Te he hecho una pregunta —La pequeña se sobresaltó ante la voz dura—. Mírame cuando te este hablando. 

Los ojos rojizos se elevaron. Ver el temor en ellos fue suficiente para mejorar el día del Rey.

—S-si, mi Rey... Es un buen día. 

—Lo es. 

Los dos guardias junto a la princesa mantuvieron la vista al frente en todo momento, con una expresión neutral pero a la vez silenciosamente lamentándose por ser tan débiles y no poder cuidar correctamente a la hija del antiguo Rey. 

El Rey se dio la vuelta nuevamente, los ojos fijos en el reino más allá del cristal que lo protegía de una caída segura. Hubiese sido tan fácil simplemente correr y empujarlo, darle muerte a aquel usurpador a la corona y vengar a los antiguos reyes, al príncipe que habían perdido. Pero, el miedo se los impedía.

El miedo irreal, aquel que les hacía pensar que no eran lo suficientemente fuertes como para luchar contra el Rey, ni mucho menos, contra el Nigromante que Chisaki había vuelto a contratar para acabar con la revolución. 

El contrato del Nigromante aun no acababa. El Rey de Hemal quería asegurarse de tenerlo de su lado si es que el levantamiento del pueblo resurgía, motivados por la rebelión en los reinos de Aldebaran y Mesarthim

Mesarthim... Aquel maldito reino que se proclamaba a si mismo como el más fuerte cuando Todoroki Enji estaba a la cabeza. Ahora, con el nuevo Rey, Chisaki había recibido hace días una carta de renuncia a la guerra que estaba pactada entre ambos. Quisiera o no, debía aceptar la momentánea paz para primero poner en orden su propio reino. Pero, la paz no duraría mucho. No, de una u otra forma Hemal se posicionaría como el reinado más fuerte por sobre los cinco reinos humanos y destruiría Mesarthim

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