VII: Decepción

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La alarma del reino seguía sonando. Fue tan fuerte el llamado de alerta que incluso los dragones despertaron y rugieron. Alzaron el vuelo hacia el palacio de Mesarthim-Etamin donde recibieron las ordenes de la mano derecha de su Rey: Sobrevolar por el reino, buscar alguna pista del desaparecido Rey Shouto y, si lograban encontrar a aquel que osó romper la paz, capturarlo inmediatamente. 

Sería ejecutado en el acto por el Rey de los Dragones.

Con las bestias volando sobre el reino y los guardias buscando pistas del bicolor por la tierra, la noche se acabó. La población despertó en su mayoría con la alarma emitida desde el palacio, otros por el sonido del metal chocando contra el asfalto mientras los soldados corrían de un lado a otro, y unos pocos despertaron con el grito horrorizado de una muchacha. 

Vieron el cuerpo decapitado del noble de la casa Monoma. Las madres gritaron, cubrieron los ojos de sus hijos que curiosos salieron de la cama. Los padres intentaron proteger a su familia, un grupo de ellos socorrió a Itsuka, intentaron alejarla del escenario del crimen mientras que miraban de un lado a otro, entre la oscuridad del sector; buscando al asesino. 

Preguntaron a la pelinaranja si había visto el rostro del criminal, pero la chica no pudo responder. Seguía sollozando, los ojos abiertos de par en par sin mirar nada ni a nadie, con una expresión completamente horrorizada que al poco tiempo se transformó en una de pánico y comenzó a sufrir un ataque de ansiedad. Alertó a los guardias que se encaminaban en aquella dirección, intentaron ayudarla y calmarla, obtener más información que los vagos detalles que la gente alrededor les dio. 

Horrorizados, miraron el cuerpo del noble y ordenaron a los curiosos entrar y no salir hasta el amanecer. Una familia aceptó cuidar de la chica que, sin poder resistir más, se desmayó.

Se quitaron las capas que cubrían sus hombros y cubrieron con estas el cuerpo del noble. La alarma del reino seguía sonando, los dragones volaban sobre ellos y la noche jamás se sintió tan fría, tan oscura.  El general de la tropa envió inmediatamente un comunicado a su monarca. Su reino estaba siendo atacado sin duda. Primero el secuestrador del Rey Shouto, y ahora un asesino en serie. 

Si solo hubiesen sabido que no existía secuestro, y que aquellas dos personas eran una sola. 

Dentro del palacio, la seguridad se había fortalecido. No solamente el número de guardias había aumentado para resguardar la seguridad del Rey, sino que también muchos dragones resguardaban el lugar desde lo alto o las puertas de esta; solo dejando pasar a quienes vestían de soldados.

Eijiro intentaba calmar a Katsuki. Entre el dragón, Natsuo y Midoriya intentaban evitar que el rubio saliera del salón del trono y siguiera a los soldados hacia el exterior. Era tanta la desesperación del Rey que tuvieron que implementar la fuerza bruta y las amenazas para detenerlo. Pero, por supuesto, aquello no era nada para el rubio, y lo sabían.

—¡Déjenme salir, maldita sea! —gritó el rubio, pateando e intentando liberarse de los brazos del dragón. 

—¡No hasta que te calmes! —respondió Eijiro.

—Sé que estas preocupado por mi hermano pero ahora no es el momento para alterarse —intentó tranquilizar Natsuo.

El rubio gruñó e intentó patearlo. Sin dejar de removerse entre los brazos ajenos. Si no fuese por la fuerza de dragón que el pelirrojo poseía, Katsuki hace mucho que los hubiese derribado y salido del palacio. 

Pero incluso sin Eijiro, sabía que Midoriya haría hasta lo imposible por frenarlo.

No lo entendían. No entendían lo que sucedía con Shouto. Tenía que llegar a él antes de que la oscuridad se extendiera y no hubiese vuelta atrás. 

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