XV: Eterno

1.7K 279 205
                                    

El sol salió, pero dentro de las mazmorras del Nigromante era imposible saber dónde estaban, qué momento del día era, si el amanecer o si casi se acercaba al atardecer. Una oscuridad eterna sin un principio ni fin, la angustia que perseguía cada uno de sus pasos, cada una de sus exhalaciones temblorosas y sus ojos rubíes observando las sombras a su alrededor. 

¿Y si ya era tarde?, ¿y si los monarcas ya habían apresado a su esposo? O en el caso contrario, ¿y si Shouto ya se hubiese manchado las manos con la sangre de aquellos que consideraba sus aliados? No deseaba ver ninguna de aquellas dos imágenes; su esposo de pie en medio de cadáveres, con un semblante ausente, completamente sumergido en la oscuridad. Y tampoco quería encontrarse con el otro extremo: haber perdido, con el único consuelo de poder enterrar a su amor sin siquiera un último intento para salvarlo.

La oscuridad y el estrecho camino que seguía comenzaba a producirle claustrofobia.  

Aquella era la cuarta guarida a la cual se internaban. Después de recorrer la mayor parte de los bosques, evitaron luchar contra los demonios que seguían recorriendo estos, y al encontrar aquella nueva entrada tuvieron que dejar a los caballos atrás. Los animales no podían seguirlos más allá, no solo por el pequeño pasillo oscuro que estaba frente a sus ojos, sino también porque estaban cerca de Mesarthim-Etamin y sería la única oportunidad que tendría para regresar, y que al menos los corceles vivieran en paz.

Dejar ir al caballo de Shouto casi fue como dejar ir al propio bicolor. Pero, con la mano de Izuku sobre su hombro, los ojos esmeraldas brillantes y repletos de apoyo, pudo seguir. 

Caminaron y caminaron a ciegas. De vez en cuando deteniéndose, sin saber si iban por el camino correcto, o si es que seguían juntos. Tan solo bastaba chocar con el otro, una grosería y una disculpa para volver a andar. Katsuki no lo diría en voz alta, jamás lo haría, pero saber que Midoriya estaba ahí con él, siguiendo sus pasos y con esa obstinación por seguirlo; le hizo sentir más tranquilo, incluso más seguro del sendero que tomaron. 

La mayor parte en silencio, respetando los pensamientos que iban de un lado a otro en la cabeza del Rey de los Dragones, sin detenerse y apaciguar la preocupación que sentía. La ansiedad que crecía y la angustia que parecía tatuada en su pecho. Pero, cuando ya no podía soportarlo más, cuando todo iba a desbordarse, Izuku hablaba. 

Tal vez podía sentir u oler su estado de animo, tal vez leía su cabeza y escuchaba cada uno de sus pensamientos. Fuese lo que fuese, el peliverde actuaba como su ancla. 

—Esta bien, vamos bien, solo han pasado un par de horas desde el amanecer —comentó. 

Katsuki ladeó la cabeza, buscando con una visión de reojo el semblante ajeno pero poco o nada podía distinguir de él más allá del tenue brillo de los ojos esmeralda. 

 —¿Cómo demonios lo sabes? 

—He estado contando los segundos desde que salimos de Hemal —explicó. 

—Es lo más estúpido que alguien podría hacer—comentó—. Pero conveniente.

Izuku rió. El sonido de su risa resonó en la caverna. Fue un tanto tranquilizador escuchar algo más que solo las pisadas y el latir de sus corazones. 

—Estará bien —murmuró Izuku—. Sabes que es fuerte y que podrá resistir hasta que lleguemos.

—Eso no es todo lo que me preocupa. 

Un camino se abrió ante ellos tan sorpresivamente que los hizo detenerse de golpe y, otra vez, el peliverde chocó contra la espalda de Katsuki. Masculló una disculpa y se preocupo de haberlo hecho enfadar más, pero su silencio no era por la ira. 

Donde nadie nos encuentre © | TDBK |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora