III: preparación

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El atardecer visto desde la costa era algo completamente diferente a los atardeceres vistos desde la montaña de los dragones.

Katsuki se sintió nostálgico ante la luz anaranjada. El olor a sal, a vida marina que tan pacíficamente vivía alejados del hombre. El silencio solo llenado por las olas al romper, o el viento frío que murmuraba que ahí también el invierno estaba por llegar. Aun así, a pesar del frío, el cielo estuvo despejado aquel día y regaló la más hermosa vista del atardecer que Katsuki jamás allá visto. Aun así, aquel paisaje le recordó a un momento especifico de su vida. 

Recordó aquel día en que conoció al príncipe, cuando no sabía nada del mundo, cuando creía que no existía otro como él o que incluso pudiera amar a algo más que no fuese si mismo y su pueblo. 

Si, aquel lugar era perfecto.   

Escuchó el rugido de un dragón. Cierto, había dejado a su compañero lejos de la playa mientras él se dedicaba a pasear. Era el momento de regresar, ya había encontrado un sitio perfecto para que los dragones y los clanes pudieran vivir todo lo que la guerra durase. Y bien, si esta se extendía, fácilmente podrían volar hacia el otro lado del mar. Se aseguraría de llevar con ellos al medio príncipe. 

Se alejó de la costa, cruzando la linea natural que dividía la costa entre bosque y arena. Camino siguiendo los ruidos que podía escuchar del dragón que lo acompañó. Un dragón albino, parte de la guardia de su padre adoptivo, y que además bordeaba su edad. Era fuerte y leal al Rey, no dudo ni un segundo en aceptar acompañar al rubio a la búsqueda de un nuevo hogar para los dragones.

—Regresemos, Shoji —masculló el rubio.

—¿Dónde te habías metido? — preguntó el dragón, inclinándose para que el ser humano subiera a su espalda—. No regresaste desde la dirección donde estará el nuevo nido. 

Katsuki gruñó ante la pregunta. Subió al lomo del dragón, sin comentar nada y dándole una patada que, sabía, el dragón no sentiría a causa de las gruesas escamas. 

—No es asunto tuyo, maldición, solo regresemos ya. 

El rubio escuchó al dragón albino suspirar, pero no volvió a cuestionar sobre asuntos que, noto, no le incumbía en nada. Dejaría al humano tener sus secretos, después de todo, era el próximo líder de los dragones. 

Emprendió vuelo, logrando que las hojas se soltaran desde las frágiles ramitas de las cuales se sostenían sin mayor esfuerzo. El viento salado y frío del mar golpeó el rostro de Katsuki, cerró los ojos hasta que el dragón tomó la altura que creía suficiente y se estabilizó. 

Katsuki abrió los ojos, el cielo se tornó de un color rosa que mientras más se alejaba del sol, más oscuro se volvía. El rubio notó las primeras estrellas aparecer en el cielo, y no podía creer que tan solo había pasado un día desde que el medio príncipe había abandonado la tierra de los dragones. Sentía que mucho más tiempo había pasado desde su partida. 

Miró hacia atrás, hacia donde el sol era engullido por el mar, destruyendo su fuego que, de una u otra forma, se alzaría a la mañana siguiente. Si, era el lugar perfecto. Para los dragones. Para él. Para ellos.

Este será nuestro futuro hogar, medio príncipe...

[•••]

—¿Tu informe de hoy?

El soldando asintió. Se inclinó ante el Rey, y comenzó a recitar.

—La rebeldía del príncipe ha decaído poco a poco después de su intento de huida —respondió—, durante las últimas semanas, el príncipe Shouto se ha dedicado a tan solo asistir a sus tutorías, asistir a las reuniones que le ha encomendado con los nobles del reino y a las cenas con ellos. Su personalidad ha vuelto a lo que era antes; poco interesado en los asuntos sociales, poco interesado en la política y poco interesado en el mundo exterior a Mesarthim.

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