XXI: Vida

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Cuando el dragón de oscuras escamas clavó los dientes en el cuello de Eijiro, traspasó la carne e hizo brotar la sangre. Aun así, el dragón del Nigromante, tan maltratado como estaba, no era lo suficientemente fuerte. Sus garras y colmillos no eran tan poderosas como creía.

Eijiro rugió, recuperando la voz perdida al escuchar la desesperación reflejada en la voz de su hermano y novio. 

¿Qué clase de dragón, hijo del último Rey, sería si se dejaba vencer tan fácilmente? Katsuki había sido claro, estaban ahí para ganar. Sus escamas eran duras, las más impenetrables de cualquiera de los dragones. Una pequeña herida, un poco de sangre, no era nada. 

Con las garras delanteras empujó al dragón de oscuras escamas. Los colmillos de este se aferraban con obstinación a su piel, podía oler en él el miedo y nerviosismo, la ira y la sed de sangre al mismo tiempo. Por un momento, Eijiro sintió compasión por el otro dragón, pero aquel sentimiento rápidamente fue desplazado ante el deseo de ganar y sobrevivir que compartía con su hermano adoptivo.

Un rugido, fuertes golpes contra el cuerpo de la otra bestia, buscando quitárselo de encima no importaba qué, si le arrancaban un par de escamas o hacía brotar la sangre; no se dejaría vencer. 

Ayudándose de tanto las garras delanteras como traseras, de un fuerte empujón, un rugido amenazante y el fuego saliendo desde el interior de su vientre, Eijiro se quitó al otro dragón de encima. Las escamas rojizas, junto a un poco de sangre, saltaron en cuando los colmillos se desprendieron de su piel. 

La bestia oscura se notó confundida por un segundo, y nuevamente, enloquecida ante la ira, se lanzó contra Eijiro. Dando zarpazos descontrolados, intentando volver a morder el cuello del dragón de escamas rojas. Mas aun, sus movimientos torpes eran fáciles de leer por la otra bestia. El único problema era el fuego que salía desde sus fauces.

Cuando la mascota del Nigromante exhaló una bola de fuego directamente hacia los seres humanos atrapados en aquel laberinto, Eijiro no lo pensó más de una vez y bloqueó la llama con su propio cuerpo. Esta bien, el fuego no afectaba a los dragones.

Las escamas rojizas tomaron el calor del fuego, y brillaron.

Deben salir de aquí —rugió—. ¡Ahora!

Lanzando un rugido y una llamarada. Eijiro volvió a cubrir con su cuerpo a los humanos, pero la bola de fuego no apuntaba a ellos. No, siguió su camino de largo como un meteorito, y se estrelló contra la pared artificial de aquel laberinto. Por suerte estaban lejos del impacto, pues los escombros cayeron pero bloquearon el único camino de escape. 

Eijiro dio un quejido, los pasajes estaban bloqueados en ambas direcciones. Por un lado el dragón oscuro, por el otro el derrumbe y escombros que tomaría mucho tiempo en escalar si es que el grupo de humanos lo intentaba. 

¿Qué debería hacer? No podría protegerlos todo el tiempo. Escavar tomaría demasiado esfuerzo y necesitaban toda la energía durante la batalla. Llevar al grupo sobre su lomo y sacarlos del lugar tampoco funcionaría, el otro dragón los perseguiría y atacaría directamente a los humanos si se daba cuenta de que intentaba protegerlos.

Entonces, ¿qué? ¿Qué haría su padre en esta situación? ¿Cómo ganaría esta batalla...?

Cierto, era una batalla. Todo lo que hiciera, le guste o no, estaría justificado. Si, no tendría otra opción. Tendría que matar a ese dragón. 

No quería hacerlo. Era parte de su gente, corrompido o no. 

—¡Eijiro...! —La voz de Izuku lo despertó de sus cavilaciones.

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