II: Edén

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El paisaje y el aire salado del mar no podían alejar sus pesares esta vez.

Agradeció estar solo en la cabaña en ese momento, dándole la privacidad y el tiempo para pensar, comprender aquellas imágenes que lo habían despertado, y que dejaron un sentimiento de angustia en su pecho que no sabía cuánto perduraría.

 Katsuki había salido a pasear por su cuenta una vez que desayunaron. Por supuesto que su esposo fácilmente notó su estado de ánimo, y ya que ambos necesitaban poner en orden sus ideas antes de transmitirlas, lo mejor era estar cada uno por su lado durante un tiempo. 

Masculló que saldría a caminar, no le ofreció ir con él pues sabía que el bicolor se negaría, y salió de la cabaña dándole al Rey la oportunidad de enfrentarse cara a cara con su pesar. Luego, si su ayuda era necesaria, sabía Shouto confesaría el problema. Era una táctica que comenzaron a implementar desde hace dos años para evitar los malentendidos que surgieron, y mucho, durante su primer año de casados.

Ambos apreciaban su tiempo a solas, pero no mucho más de lo que amaban estar juntos. Aun así, comprendían que a veces necesitaban tomar un respiro cada uno por su lado cuando la situación lo requería. Como en aquel momento.  

Shouto no lo transmitió, pero estaba agradecido con su esposo. Saber que el rubio lo conocía tan bien como para leer su temple de ánimo, y saber lo que necesitaba, producía en el pecho del bicolor una sensación de calidez a la cual, con los años, se había acostumbrado y amaba cada día más. 

Disfrutando del silencio de la cabaña, con solo el sonido de las olas y su imagen como fondo, el Rey de Mesarthim-Etamin se sentó en los últimos escalones que conducían a la entrada de la cabaña, mirando aquel paisaje que tanto amaba y dejando que su cabeza rememorara cada... ¿sueño?, ¿pesadilla?, ¿recuerdo? No estaba seguro. 

¿Por qué el pequeño paraíso que tanto soñó debía derrumbarse?  ¿Qué tan maldito debía estar para no poder disfrutar de una eterna paz? Si, Shouto sabía que el sueño de una tranquilidad infinita era un deseo infantil, uno que abandonó hace años atrás. Pero, siempre creyó que si la oscuridad volvía a las tierras, sería de la mano de los desacuerdos entre los hombres. Creyó que sería un conflicto político, uno que podría fácilmente arreglarse hablando, con un acuerdo y, en el peor de los casos, una batalla.

Pero no. La oscuridad parecía siempre venir desde su propia sangre. Afectado a él más que a nadie.

¿Qué debería hacer?, ¿cómo debería sentirse? Sabía que no podría retener aquellos recuerdos reprimidos. Le había hecho un juramento a Katsuki el día de su boda, uno entre los muchos y el cual más valoraban; siempre ser sinceros el uno con el otro, jamás ocultarse nada. 

Pero, ¿cómo decirlo? ¿Cómo decirle a su esposo que su Edén no duraría para siempre? Sabía poco sobre la maldición, y aquello que sabía le disgustaba. No quería caer ante ella, no quería convertirse en el mismo monstruos que su madre alguna vez fue; un ser capaz de dañar, contra su voluntad o no, a aquellos que amaba más que nada.

No, no quería convertirse en eso. No quería hacerle daño a Katsuki. No a su Sol

Entonces, ¿qué hacer? Se preguntó, la brisa marina alborotando su cabello, el cabello blanca llamando su atención y aceptando rápidamente la idea de que, aquel color tan peculiar, no estaba ahí desde su nacimiento. 

La clara señal física de la maldición. ¿Por qué nadie nunca la notó?, ¿por qué nadie nunca lo cuestionó?

La luz del sol se reflejó en las aguas y el brillo captó la atención de Shouto por un momento y en la persona que volvía.

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