Shouto despertó a mitad de la noche.
La cabeza le daba vueltas, sentía un dolor en el abdomen y estaba desorientado. ¿Dónde estaba?, ¿qué había ocurrido? Lo último que recordaba era la iglesia ardiendo en llamas, la promesa del eterno y profundo odio de Dios. Katsuki siendo llevado por aquella ave hecha de brea.
Katsuki...
Inmediatamente, ante el recuerdo del rubio, el príncipe se levantó de sobre las mantas en las cuales dormía. Sintió que sus piernas fallaban así como su visión. Poco a poco la oscuridad que lo rodeaba se volvía mayor, volvía a perder el conocimiento. Unos brazos detuvieron su caía, poco a poco sus ojos lograron enfocar su entorno.
Estaba a la intemperie, con el cielo oscuro sobre su cabeza, con los árboles a su alrededor, el olor a la madera quemada impregnando el aire. Sus ojos miraron los rostros que reconocía con esfuerzo, aquellos con los cuales comenzó aquel viaje. Todos lo miraban, con una expresión preocupada. Miró a quien había detenido su caía, Eijiro, el hermano de su cortejo.
Lentamente, se enderezó, recuperando el equilibrio. Miró los rostros descansados, pero serios de todo el grupo. Recordó su actitud anterior, su desesperación que había ganado por sobre su raciocinio. Sin siquiera dudarlo, se inclinó en disculpa frente a todos sus compañeros. Los ojos de aquellos plebeyos se ampliaron, sin poder creer que un príncipe se inclinara ante ellos, pidiendo su perdón.
Midoriya fue el primero en levantarse e intentar que el príncipe no se rebajara.
—¡Su alteza, por favor no...!
— Está bien, Midoriya, solo acepta mi disculpa. —Levantó la cabeza y se llevó la mano al corazón—. Como un próximo monarca, no puedo pensar egoistamente...
—¡Claro que puede! —exclamó Mina. Se acercó a Shouto, tomó sus manos y lo hizo levantarse—. Puede ser egoísta, puede querer anteponer a su persona especial por sobre todo lo demás. No estamos enfadados, si eso le preocupa.
—Todos queríamos ir en rescate del líder en ese mismo momento —comentó Sero—, pero no podíamos. Nos hacía falta un plan y recuperar fuerzas.
—No sabemos a qué nos enfrentaremos ahora... —murmuró Kaminari y levantó la cabeza, mirando directamente al príncipe—. Pero, estamos listos. Sea lo que sea.
Shouto miró a cada uno con absoluta gratitud. La soledad se alejaba cada vez más de su vida, sentía un compañerismo que nunca antes había experimentado. Comprendía, al fin, la valía de las alianzas entre los seres humanos, más allá de la monarquía, más allá del beneficio, más allá de la guerra.
El príncipe de Mesarthim tomó su espada, la desenvainó y apuntó con ella hacía las montañas de fuego. El filo brilló, parpadeó suavemente. Ahí estaba su enemigo, su amor, y la promesa reciente que comenzaba a tomar más fuerza dentro de su cabeza.
Bajó la espada, la guardó y miró al hermano adoptivo de su cortejo. Ambos compartieron una conversación silenciosa, y asintieron al mismo tiempo.
Cada uno desenvainó sus armas. Se cubrieron con capas oscuras para ocultarse fácilmente entre las sombras de la noche y de la montaña. A por la cabeza del hechicero.
—Estamos listos —dijo Eijiro—. Esta noche, mataremos al Nigromante.
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La guerra, la sangre que derramamos sumó años a nuestros cuerpos.
Mientras otros chicos de nuestra edad seguían divirtiéndose, a salvo dentro de los reinos, con la ilusión de la paz, nosotros luchamos por otros, pocas veces por quienes queríamos. Fuimos obligados a madurar rápidamente, a olvidar alguna vez la infancia que existió o no, y convertirnos en adultos. Hacernos responsable de nuestra propia gente.
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Donde nadie nos encuentre © | TDBK |
Fanfic| FINALIZADA | Shouto estaba decidido a encontrar su sol, aquello que alejaba la oscuridad de su sangre maldita. Y lo encontró en el hijo humano del Rey Dragón. Un príncipe que no deseaba la corona, y un salvaje que jamás había tenido contacto algu...