IV: Enfermedad

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Los sirvientes lo sabían, los guardias también. Cada trabajador del palacio vio al Rey de Etamin cargar a su esposo hasta la recamara. El rostro pálido, las pequeñas manchas de sangre, la casi imperceptible respiración, el bajo pulso; como si cargara a un cadáver.

Ningún vasallo se atrevió a preguntar qué sucedía, demasiado atemorizados de escuchar la verdad, preocupados por Katsuki que, aunque mantenía un semblante en blanco, podían notar lo tenso de sus hombros, sus pasos rígidos y el brillo angustiante de sus ojos. 

Sin palabras, le abrieron el camino al Rey de los Dragones, inclinando la cabeza en respeto, guardando sus preocupaciones, abrieron la puerta de la recamara real para él y la angustia entre los sirvientes aumentó un poco más cuando el rubio masculló un desolador agradecimiento. 

El sonido de la puerta al cerrarse retumbó por cada pared del palacio. Aquel hogar construido entre ambos reinos, el que se alzó como el símbolo de la nueva Era, de la paz que tanto esfuerzo tomó lograr, la calidez, el futuro prometedor, todo ello y más desapareció en ese instante. Cada lugar, cada muralla, cada habitación se sentían extremadamente frías. A aquellos que llevaban años trabajando para los reyes de Mesarthim, el ambiente del palacio se sintió tan oscuro y tenebroso como cuando la corona maldita estaba presente. 

El frío no abandonó el palacio por el resto del día, ni al siguiente, ni a los diez años siguientes. Desapareció cuando ya no existía un Rey, cuando ninguno de ellos vivía más. Cuando los imperios cayeron. 

[•••]


En cuando la puerta de la recamara de los Reyes se cerró, Dabi se materializó. 

Mientras el fuego azul del portal se extinguía, sus ojos se posaron en el esposo de su hermano menor. El cuidado y delicadeza con la cual acomodaba al inconsciente Rey sobre la cama solo era visible para el más minucioso espectador. Sus acciones eran pequeñas, pero decían mucho. Al igual que su expresión que fácilmente pasaría por una tranquila con un leve toque de molestia. Pero, si centraba la atención en los ojos rubíes, en el tenue brillo que el grisáceo día le entregaba; fácilmente se podía encontrar en ellos la genuina preocupación. 

Katsuki acarició la mejilla del durmiente Rey. Su respiración seguía siendo pausada y tranquila, pero tanto sus pulsaciones como su tono de piel volvían lentamente a su estado natural. Su mirada se mantuvo sobre aquel rostro tan pacifico por un par de segundos, luego suspiró, y sentándose en el borde de la cama, siempre junto a su esposo, miró al Nigromante. 

 —Shouto no me lo ha dicho, pero tiene muchas dudas sobre el "origen" —dijo el rubio—. No esta seguro de si lo que recordó es real, posee  una versión de su vida que siempre consideró la única, pero tu debes saber mejor sobre eso, ¿no?

Dabi sintió. 

—Shouto obtuvo la maldición siendo muy pequeño —comentó el Nigromante, mirando el rostro dormido de su hermano—. La maldición... entre la oscuridad avanza muy rápidamente, y más si se es consciente de ella. Tal vez pienses que soy una mierda de hermano por lo que te voy a relatar, pero suprimí, y cambie, sus memorias para retrasar su avance. Para tener la oportunidad de contrarrestarlo. 

—Creo fue una buena decisión. Eres una mierda, pero no como hermano. 

Los ojos rubíes volvieron al hombre durmiente. Con el dorso de su mano le acarició la mejilla que volvía a un color sano.

—Si a Eijiro le hubiese sucedido algo así, y yo hubiese tenido tu clase poder, supongo que habría hecho lo mismo. El tiempo siempre juega en contra cuando se trata de maldiciones. 

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