VII: Ilusión

2.2K 368 226
                                    

Inasa se inclinó y recogió las llaves. Con solo una de sus manos, abrió el calabozo, en una mano las llaves, en la otra posada sobre el mango de la espada. 

El cuerpo del rubio se encorvaba cada vez más y más, los quejidos de dolor se habían detenido, el chico estaba completamente inconsciente, pero aun así su cuerpo temblaba, el sudor seguía apareciendo sobre su piel. El color de su tez no se veía bien, poco a poco se volvía en un color que declaraba la enfermedad.

Sin duda estaba sufriendo, y su tormento crecería mucho más. 

Guardó las llaves, con suavidad, preocupándose de no producir ruido, Inasa desenvainó su espada. Poco a poco acercó el filo hacia el cuello del rubio. Solo necesitaba hacer un movimiento y ya, el otro no podría defenderse en ese estado, es más, dudaba de que el salvaje sobreviviera con aquella herida en su cuerpo y la infección en esta. Matarlo sería un acto de benevolencia. 

Si, que él terminara con la vida del muchacho sería mucho más amable que dejarlo vivir hasta el día de la ejecución, o dejar que la propia infección tomara su vida.

Pero, si creía en su acto noble, ¿por qué no podía mover la espada? El filo rozaba la piel del rubio, solo necesitaba enterrarla en la carne y ya, su sufrimiento acabaría. Pero, recordó que si lo mataba, el sufrimiento carnal del chico terminaría, y el del príncipe comenzaría. 

Suspiró. Cerró los ojos, y sus manos movieron la espada.    

Rápidamente salió del calabozo, cerrando la reja de este antes de marcharse e ir hacia la bóveda con los suministros para los prisioneros. 

Saludó con un asentimiento de cabeza a los guardias alrededor, no eran más de cuatro, y sus puestos de vigilancia estaban muy alejados los unos de los otros, el puesto temporal de Inasa era el más alejado del resto de los calabozos y los prisioneros comunes y corrientes. La celda del rubio estaba bastante alejada del resto, y como no, si era un prisionero de alta categoría.

Tras reunir todo lo que necesitaba, volvió a la celda que debía vigilar. Los guardias observaron lo que llevaba en brazos, pero no comentaron nada e Inasa tampoco les explicaría. 

Katsuki seguía en la misma posición en la cual lo había dejado, acurrucado contra un rincón de la celda, en posición fetal, abrazando su propio torso pero sin fuerza esta vez. Su cuerpo seguía temblando. Entró nuevamente al calabozo, sin preocuparse de cerrar la puerta, el chico no tenía la energía para escapar. 

Dejó a un lado los paños blancos, el balde con agua, el ungueto y vendas nuevas. Con sumo cuidado tomó el cuerpo del rubio, lo apoyó contra la pared del calabozo y quitó la venda ensangrentada y sucia de alrededor del torso ajeno. Observó la herida y una mueca de dolor se formó en sus labios; la carne abierta, la piel alrededor de esta tenía un horrible color, la sangre había dejado de salir, pero aun así gran parte del costado del rubio estaba manchado de carmesí. 

Remojó un paño y lentamente limpió la herida. Al primer tacto el cuerpo del rubio se estremeció. Dio un quejido, el dolor lo reanimaría del estado inconsciente que la fiebre le provocó. 

Sabía que dolía, el mismo caballero había experimentado su buena dosis de heridas abiertas y difíciles de sanar. Sabía lo que era sufrir con la fiebre a causa de la infección, los escalofríos, aquel frío interminable que sentía a pesar de que la piel ardía tanto que parecía que la sangre se evaporaría. 

Con toda concentración limpió la herida. Limpió la sangre que manchaba su piel, esperando que la infección fuese eliminada, aunque sabía que era casi imposible. Necesitaría mucho más. 

Entonces, una mano se envolvió alrededor de su muñeca. Los dedos se enterraron en su piel con una fuerza que no se esperaría de alguien que estaba sufriendo agonía. Las uñas se clavaban en su piel, poco a poco romperían la carne. 

Donde nadie nos encuentre © | TDBK |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora