XX: Proteger

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No hubo tiempo para los agradecimientos. 

Los dragones rugieron, el fuego fue escupido, las espadas blandidas y los demonios de brea volvía a levantarse bajo las ordenes de aquel que más de una vez los hubo invocado. Los soldados del Rey de Hemal corrían con las armas en mano hacia el grupo de guerreros que, con fuerza y fuego, se abrieron camino al interior del reino sin importar la destrucción a su paso. 

Pero, no importaba si uno o más edificios eran destruido. El total de los civiles ya había sido evacuado hacia los extremos más alejados del palacio de Hemal y en esos mismos momentos eran protegidos por los dragones.

Tenían plena libertad para luchar y manchar la tierra de sangre tanto como fuese necesario. 

Los gritos de guerra de los soldados del reino se hicieron cada vez más fuerte mientras más avanzaban, quisieran o no, entre la destrucción a por el grupo de invitados no deseados. Pero, cuando aquella brea que manchaba la tierra, que no había sido envuelta por el fuego del infierno, de los dragones o por la propia espada del Rey de Mesarthim, comenzó a levantarse y a tomar forma otra vez; los soldados se asustaron, mantuvieron las espadas en alto.

Los demonios de brea ignoraron a aquellos que poseían más poder de lo normal. Cambiaron de objetivo hacia los soldados que tan solo se valían de los años de experiencia en combate dentro del reino, pero nada de ello podía ayudar cuando se enfrentaban, por primera vez, a bestias de las cuales solo en sus peores pesadillas podrían aparecer. 

Sin siquiera dudarlos, el Rey de Mesarthim, el Rey de los dragones, el príncipe de Monoceros y sus dos caballeros se lanzaron contra los monstruo. La experiencia de una batalla pasada en cada musculo facilitando los movimientos que jamás se olvidarían. La tierra siendo manchada de brea otra vez, pero el fuego de dragón desde la espada de Shouto envolvió la sangre demoníaca, asegurándose de que no volvieran a levantarse otra vez.

Ante aquel gesto de salvación los soldados no sabían que hacer. Tenían ordenes de atacar y matar a todo intruso, pero su lealtad no estaba con el Rey Chisaki. Una duda existencial se posó en cada cabeza. ¿Seguir las ordenes por el temor que sentían o apoyar el derrocamiento? 

Shinzou se abrió paso entre el grupo, caminando tranquilamente hacia los soldados. Algunos lo reconocieron inmediatamente, otros buscaron en su memorias aquellos ojos violáceos carentes de energía que, estaban seguros, habían visto más de una vez en el pasado. Cuando el recuerdo se instaló en cada cabeza, la respuesta a la pregunta fue iluminada. 

Shinzou no necesitaba escuchar la respuesta de los soldados, sus miradas dijeron todo. 

—Seguiré directamente hacia el palacio —dijo, volteándose para mirar al ejercito a su espalda—. Los dragones están por todo el reino, así como los soldados. Y tras ver esas cosas, no dudo de que hayan aparecido en otros sectores también. 

—¿Sugieres que nos dividamos, no? —cuestionó el bicolor. Shinzou asintió—. No es lo más adecuado, pero ¿qué otra opción tenemos? 

—Ir todos juntos al palacio y cuando este idiota recupere el trono nos demos cuenta de que cada civil fue devorado por los jodidos monstruos —gruñó Katsuki—. Hay que separarnos.

Silenciosamente llegando a aquel acuerdo, cada presente asintió. Shinzou miró una vez más al grupo de soldados de Hemal que tan silenciosos habían estado durante aquel tiempo. El grupo de guardias, aunque nerviosos y temerosos, asintieron con convicción. 

Aquellos que eran reyes irían junto a Shinzou, como parte de una estrategia política que ya había sido antes utilizada. Si aquellos que poseían la corona de su respectivo reino reconocían a Shinzou como el legitimo Rey de Hemal, la ejecución del usurpador estaría más que respaldadas frente a las leyes que regían a los cinco reinos humanos. 

Donde nadie nos encuentre © | TDBK |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora