VIII: Criminal

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Katsuki llevó al grupo de civiles hasta el salón de reunión. Les ordenó sentarse así como pedirle a las sirvientas ofrecerles un poco de té o algo, no le importaba, pero después de años viviendo más entre los humanos que entre los dragones algunas de sus costumbres se habían arraigado en él, especialmente aquellas de cortesía. 

La mayoría eran mujeres, siendo seis de ellas y solo cuatro hombres que se mantenían mucho más tranquilos que las féminas. Katsuki se sentó en la silla que correspondía a Shouto, e intentó ignorar el dolor que sintió en el pecho cuando pensó en él. La angustia, la preocupación y la traición aferradas a él. 

Eijiro y Midoriya estaban junto a él, de pie a cada lado de la silla como sus guardias en caso de que algunos de los civiles intentara algo contra el Rey. Pero, ¿qué podrían hacer? Eran simples personas sin entrenamiento, sin armas, había incluso una mujer con el rostro magullado que, en todo momento, mantuvo la vista baja y solo en ocasiones la elevaba para posarla en el rostro del rubio. La mirada verdosa de Itsuka seguía sobre él, llena de ira pero manteniendo el respeto que, todos sabían, el Rey de los Dragones lo tenía bien merecido. 

Las sirvientas entraron, sirvieron el té a cada uno de los civiles. El Rey rechazó la atención de los vasallos, y esperó a que estas salieran para comenzar a hablar. 

—Has hecho una acusación muy grave —masculló Katsuki, mirando a Itsuka—. ¿Qué te hace pensar que voy a creerte sin pruebas? Estas enjuiciando al Rey sin bases solidas. 

—He sida una ciudadana fiel al Rey desde el momento en que ascendió al trono, y a usted también desde que los reinos se unieron —dijo la chica con dureza—. Mis palabras son ciertas. 

—No tienes pruebas. 

—¿Dónde esta el Rey Shouto ahora mismo? —cuestionó. Intentó buscar una reacción en el rostro del Rey, pero el rubio siguió con su expresión desdeñosa—. Dígame, ¿dónde esta? 

—El Rey ha desaparecido, una noticia que todo el reino ya sabe. 

—¿Es eso verdad o es lo que nos quiere hacer creer para protegerlo? Así como no cree mis palabras, yo no creo en las suyas. No sé cómo será en Etamin, pero en Mesarthim tenemos leyes humanas, y nos regimos bajo ellas les guste a los salvaje o-

La mesa fue golpeada e interrumpió las palabras de Itsuka. Cada presente se sobresaltó con el golpe, y tembló al ver la mirada ardiente de ira del Rey de los Dragones. Conocían su mal temperamento, sabía cada hazaña en batalla del rubio y durante aquellos años se habían nutrido de aquellas historia, de lo poco que podían ver durante los recorridos de los Reyes por el reino, pero siempre ese fuego se mantuvo lejos, como un mero rumor. 

Verlo de tan cerca, ver esos ojos llameantes y salvajes, de quién había vivido en la guerra y que estaba acostumbrado a ella, era muy diferente y más intimidante que los rumores. 

—Repite esa palabra una vez más y no seré tan amable. No quieras jugar con el fuego de dragón si no vas a soportarlo —gruñó. La chica callo —. ¿Crees que acaso mandaría a la guardia real a recorrer todo el maldito reino, dar la alarma, decreta un estado de emergencia, hacer volar a los dragones, yo mismo recorrer la tierra, permitirte que entres a mi palacio, insultes a mi esposo y gente; todo para decir jodidas mentiras? 

Itsuka no respondió, y la poca paciencia que el rubio poseía desapareció.

—¡Responde! —exigió, poniéndose de pie y asustando más a los civiles—. ¡Responde la maldita pregunta si te crees con el jodido derecho de exigirme respuestas! 

—¡Solo quiero justicia! —La chica se levantó, sintiendo una oleada de valentía que esperaba después no arrepentirse—. ¡Quiero justicia para mi prometido! ¿No querría usted lo mismo si algo le sucede al Rey? ¡La creación de este imperio fue clara, el mismo Rey Shouto decreto: "Ningún monarca se quedará impugne se comete un crimen"

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