Epilogo

69 4 7
                                    

« CINCO AÑOS DESPUÉS »

-Firme aquí -me decía el abogado de Jonathan señalando una línea marcada con un resaltador, cual tenía mi nombre abajo. Afirmé la pluma y firmé. El abogado volteó nuevamente, señalándome otra línea, cual firme nuevamente.

Jonathan jugaba constantemente con su corbata negra, meciéndose en la silla de madera oscura. Yo, quien estaba sentada frente a él, ni siquiera sabía como reaccionar.

-Yo me quedaré con Félix -saltó luego de un silencio abrupto, haciendo que yo alce la mirada. Eso ya es caer bajo-. Te puedes quedar con Gabriella y vemos si hay visitas en el verano.

Se rasca la ceja, como cada vez que está incómodo y no quiere seguir en la conversación. Lo conozco mejor que la palma de mi mano.

-Hablarán de la custodia luego, Doctor Corey... -comenzó mi abogada, pero yo la interrumpí alzando mi palma.

-No puedes quedarte con la custodia definitiva de mi hijo así como así, y no puedes abandonar a tu hija como si fuera reemplazable...

-¡No me trates de mal padre, Gabriella!

-¡No te atrevas a decir que eres uno bueno, Jonathan!

Sus ojos azul marino se clavan en lo míos, buscando la forma de que me arrepienta. Él estaba esperando que rompiera el divorcio por la mitad y que ambos nos fugáramos. Pero ya no era así. Jonathan no es el amor de vida, nunca lo fue. Y se que ambos lo sabíamos.

Pero teníamos dos hijos, teníamos que encontrar la forma, la manera de lograr que esto funcione.

-Doctora Williams, solo le queda una cosa por firmar y el divorcio está listo -recordó el juez mirándonos a ambos, esperando a que yo firmara.

-Gaby, por favor -murmuró Jonathan suplicante, y fui la única que pude escucharlo. Pero ya no.

La pluma acarició mis dedos, y una lagrima salió de mi ojo izquierdo, recorriendo mi mejilla, cayendo por los aires, finalmente aterrizando y esparciéndose. Lo amo tanto... el dolor que tengo en mi pecho es inexplicable. No se que es lo que siento siquiera.

Firmo lentamente sobre la línea, y juro escuchar el suspiro decepcionado de Jonathan, quien mira el papel impresionado, sin poder moverse.

-Procedamos con la separación de bienes...

-Yo me quedaré en la casa de Austin...

-Y yo con la de Nueva York -terminó mi ex esposo, pasándose la mano por la cara y pellizcándose la sien, frustrado.

El juez levantó una caja, que al caer en la mesa se pudo escuchar como las cosas sonaban. El juez sacó de la caja una toalla con nuestras iniciales bordadas en ella.

Mis ojos se elevan del mapa en mi mano para confirmar que el camino hacia donde estoy yendo está correcto, aunque en realidad se encuentran con algo mejor.

Un chico está parado, únicamente cubierto por una toalla alrededor de la cintura, con un tatuaje que le recorre absolutamente todo el brazo, mirándome con los ojos bien abiertos.

―Hola, soy Jonathan, el edificio de chicas está al otro lado.

Es amable, aunque también está con una sonrisa coqueta. Es un chico que sin duda llama mi atención.

―Gracias...

Me doy la vuelta no sin antes sacarle una foto mental y comienzo a caminar hacia la salida.

―¿Como te llamas? ―me pregunta ya lejos.

―¡No te interesa!

Miro a Jonathan: eran las cosas que no nos habíamos podido decidir quien se quedaba, ya que no podíamos ni siquiera verlas.

-Quédatela -le digo a él. El juez le pasa la toalla y el abogado la agarra, mientras que él me mira.

El juez saca una bola de billar número 13, provocando que sonría.

Jessie y yo habíamos vuelto de nuestra clase de cirugía. Jonathan y Sam nos esperaban, ambos jugando a billar en el bar cerca de la playa.

-Miren quienes se dignaron a aparecer -nos presentó Sam con una sonrisa, pasándome una vara-. Juega por mi, Jessie y yo iremos a agotarnos el tequila del bar.

Jonathan sonrió al verme, mientras que yo le sonreí de vuelta. Golpeé la bola blanca apuntándole a la bola numero trece.

El problema es que soy terrible en el billar: la bola número trece salió disparada de la mesa, rompió la ventana y golpeó un auto en la calle.

Jonathan y yo nos miramos por unos segundos hasta que ambos gritamos: ¡corre!

Ambos salimos corriendo del bar, cruzando por la calle. El la cera, la bola número trece reposaba cerca del auto aboyado. Jonathan, para no dejar evidencia, la agarro mientras corría y no paramos de correr hasta llegar al auto.

-No puedo quedarme con esa -recalca Jonathan. Mi abogada la agarra y me la pasa con una pequeña risa, provocando que sonría.

-Ok, último objeto -anuncia el juez alzando en su mano: la plantilla de la brújula y el reloj que el tatuador había usado hace quince años, en nuestro primer año de universidad.

Si, nos habíamos hecho un tatuaje por una frase que Jessie solía decirnos.

A ustedes ni el tiempo ni la distancia los va a separar.

Ambos pensamos mucho en eso, y queríamos hacerlo realidad: Jonathan se tatuó un reloj y yo me tatué una brújula, representando el tiempo y la distancia. Y quien lo diría: quince años después y ambos aquí firmando el divorcio.

Los dos abandonamos la sala luego de que ambos nos quedáramos con la plantilla que nos corresponde. Mi abogada se despidió de mi y me dijo que me veía en la pelea por la custodia, me dijo que tenía fe en mi y que era una batalla ganada.

-Gabriella. -Jonathan me llama provocando que me voltee.

-¿Que tienes en contra de Ella? ¡Es nuestra hija!

-Ella no es mi hija, y tú lo sabes. -Oh mierda-. Vi que hace poco le hiciste la prueba de ADN. Ella, la hija que yo crié por cinco años, es la hija de Sean.

Rayos lo descubrió.

-¿Por eso te estás divorciando? ¿Por que Ella no es tu hija biológicamente? Padre es el que está ahí todos los días, no el que dio la esperma.

-Cuando la veo, lo único que veo es a ti acostándote con Sean. -Golpe bajo-. Ahora si me disculpas, Gaby, iré a preparar mi caso para poder quedarme con mi hijo Félix, a menos que no sea mío tampoco.

Y bueno, quien lo diría. El príncipe morado y cenicienta no quedaron juntos. Ya lo veía venir. Era obvio: no todos los cuentos tienen finales felices.

Sí, chica de mechas moradas, yo soy Gaby Williams; y todo lo que dice esa ficha es completamente cierto. Soy un rebelde vaquera de Jennistown, de dieciocho años a la cual su mejor amiga abandonó para cumplir su sueño y a la cual su novio perfecto engañó. Esa soy yo, Gaby Williams.

Mala Reputación [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora