Capítulo Uno

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Damién Cowell un arquitecto muy reconocido, no solo por su profesionalismo y carisma, para muchas mujeres muy conocido por sus impresionantes ojos esmeralda, su musculoso cuerpo e importante estatura, muy atractivo a decir verdad. Un hombre de armas tomar y con temperamento fuerte cuando es necesario. Eso no le impide ser encantador con las personas de su entorno, amaba a su madre por encima de todo. Su padre los abandonó cuando estaba pequeño, su madre tan luchadora lo sacó adelante sola, él la admiraba enormemente. Decidió que sus hijos nunca pasarían por eso. Cuando los niños llegaran a su vida serían su prioridad, hasta sería molesto lo mucho que podrían a contar con él. Aunque en ocasiones muy mujeriego se había prometido a sí mismo, que en el momento que encontrara a una mujer que se robara su corazón, iba apreciarla enormemente, amarla y protegerla, quería y ansiaba una gran familia.

Algo muy característico de Damién es su calidad humana, las personas que se ganaban su afecto tenían en él, un amigo para toda la vida, no importaba las circunstancias siempre podrían contar con él. Para muestra los Rutledge, los gemelos eran amigos de Damién de toda la vida, pasando por diversas situaciones entre divertidas y tristes, el vínculo que los unía se había vuelto inquebrantable. Lastimosamente a los gemelos les había golpeado la desgracia en repetidas ocasiones, dejando como consecuencia grandes grietas en sus vidas, y por consiguiente en Damién, que contaba con un nivel de empatía increíble.

Sawyer Rutledge uno de sus mejores amigos estaba internado en una clínica, esto se debía a que padecía una enfermedad terminal, desde hacía un par de años estaba allí, Damién entró en la habitación y todo estaba como siempre, las paredes blancas, todo limpio frío, como tenía que ser para evitar gérmenes, era el tipo de frío más de la melancolía, tristeza y desazón que cubrían el ambiente. 

Él lo entendía perfectamente, así que decidió mostrar su habitual sonrisa y hacer lo de siempre, fingir, lo que menos necesitaba su amigo era su tristeza. — ¡Ey! Sebs, ya llegó tu gran amigo. — Comentó Sawyer con una sonrisa al verlo.

— ¿Solo el gran amigo de Sebs? Me hiere tu indiferencia hacia mí, pensé que teníamos algo especial aquí. — Respondió Damién.

— Que haya paz, idiotas. — Dijo Sebastian Rutledge sus ojos grises brillaban con diversión, ellos siempre bromeaban así.

— Cierto, no estoy aquí para discutir tu falta de aprecio por mí, Sawyer, estoy aquí porque quiero saber cómo te sientes, ¿Qué tal estas?

— Muriendo.

Sebastian rodó los ojos exasperado y Damién respondió.

— No eres nada gracioso.

— Que bueno que no soy comediante entonces, respondiendo tu pregunta, hoy me siento bien, pero ya sabes cómo es esto, hay días de días.

— Lo entiendo, amigo. — El silencio se hizo en la habitación, él pensó en algo para aligerar el ambiente. — Por cierto, tengo algo que contarles, no lo van a creer. — Dijo Damién con gesto divertido. Pasaron cuatro horas conversando de todo y de nada, recordando que cuando pequeños la vida era menos complicada. Sawyer, agotado, les pidió que lo dejaran dormir. Damién y Sebastian decidieron ir a tomarse un trago en un bar cercano.

— Actualizame lo que ha sucedido, te noto muy serio y pensativo. — pidió Damién.

— Sawyer me pidió que le prometiera algo.

— ¿Qué fue?

— Que viviera, viajara, me divirtiera, que amara a una mujer, tuviera hijos y les hablara de él.

— Me parece una de las ideas más inteligentes que ha tenido, ¿Se lo prometiste?

— Le dije que no y se alteró, tuve que.

— Eres un hombre de palabra por supuesto que le cumplirás.

— No quiero, me siento culpable, joder, todos a mí alrededor mueren, creo que tengo una maldición, no sé cuánto más soportaré todo esto, odio perder a todos. No. Puedo. Más.

— Primero: Lo de la maldición es algo estúpido. Segundo: Sí, sé que esto es jodido y que has pasado por mucho, entiendo que te sientas mal y perdido, pero esta es la vida y hay que aceptarla como venga, no es fácil, te sugiero como tantas otras veces que busques ayuda profesional, estás en una continua depresión y no es sano. Tercero: No te sientas culpable, nada de lo que ha pasado es tu culpa, y pienso que sí, que tienes que vivir e ir mitigando poco a poco el dolor de tus perdidas, no tienes una maldición, no todos a tu alrededor mueren, yo estoy aquí y siempre lo estaré, amigo. — Damién ya no sabía qué hacer para ayudar a su amigo, quería dejara atrás todo ese sufrimiento o al menos que disminuyera poco a poco.

Sebastian se quedó un rato meditando y luego respondió — Tienes razón, en todo, siento cargarte con tanto y ponerme como un niño, gracias, hablar contigo me hace bien.

— Para eso estoy amigo, para ayudarte a sobrellevar todo esto, como siempre.

— Gracias. Ahora cuéntame de tu vida, ¿Qué ha hecho el mujeriego más conocido de Vancouver?

— Creo que me enamoré.

Sebastian no podría estar más sorprendido. — ¿Qué? Mientes.

— No lo hago. Es una mujer maravillosa, es mi nueva vecina, he cruzado y hablado varias veces pero estoy reuniendo el coraje para invitarla a una cita. Me gusta mucho.

— ¿Tú? ¿Reuniendo coraje?, ha de ser una mujer impresionante para tenerte así.

— Lo es, y no solo por su físico que admito que es una belleza, es también su personalidad, es una persona hermosa. Estoy loco por ella.

— Me alegro muchísimo que hayas encontrado una mujer tan especial, y espero, sinceramente que la logres conquistar.

— Yo también amigo, yo también.

Por siempre tuyo, mi amor ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora