Linternas y chocolate
—¿De dónde sacaste ese trozo de pastel, cariño? —Ríe papá al dejar un bolso sobre la silla y tomar asiento junto a mí en la cama.
Me obliga a hacerle un espacio, como siempre.
—Había un cumpleaños. —Levanto el tenedor hasta su boca. Ni siquiera pregunta, se lo traga de un bocado.
—Mhhh. Chocolate —degusta.
Sonrío un poco. Roel casi se echa a llorar al ver que no era de vainilla.
—Sabes que no deberías estar comiendo eso, ¿verdad? —Me da un codazo. Estoy a punto de protestar cuando me arrebata el tenedor para volver a servirse otro trozo—. No importa, un poco no le hace mal a nadie. Te ayudaré a terminarlo.
—Mamá se divorciaría y ganaría la custodia en la corte si se enterara de que apoyas esta clase de dieta contra las órdenes del doctor.
Él siempre fue mucho más permisivo.
Cuando era niña, mamá me obligaba a apagar las luces a las diez, pero como yo quería seguir dibujando o tenía tarea de último minuto por hacer —tonteaba todo el día y después me entraba el pánico— papá ayudaba.
Él decía que, una vez que ella se marchara de mi alcoba, debía esperar siete minutos antes de volver a encender la luz.
Noblemente la entretenía por un par de horas. Cuando crecí supe a qué se refería con «entretener» y comencé a hacer la tarea más temprano y a dibujar con una linterna cerca.
Ugh.
—Por eso vamos a deshacernos de esto antes de que ella... —La voz de la abogada se oye desde el corredor, preguntándole algo al enfermero de turno.
Al mismo tiempo que me inclino y empujo el plato con restos de pastel bajo la cama, papá guarda el tenedor de plástico en el bolsillo de su chaqueta.
Mamá se detiene abruptamente bajo el umbral de la puerta corrediza. Entrecierra los ojos con cautela.
—¿Qué están haciendo? —pregunta.
Maldito instinto detectivesco.
—Charlando —respondemos al unísono.
—¿De qué? —sigue ella.
—De ti —respondemos.
Somos, en mayor parte, sinceros. Cualidad de la familia Halmilton-Quinn.
—Más vale que sea de lo genial que soy —advierte con una sonrisa, acercándose para depositar un beso en mi cabeza.
Papá y yo le sonreímos de forma sincronizada, como cada vez que le ocultamos algo.
Supongo que olvidarse que tienes chocolate entre los dientes es solo cosa de los Hamilton, no los Quinn, porque exponemos nuestra propia evidencia incriminatoria.
—¡Ben y Kenna Hamilton! —chilla mamá.
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Lo que digo para salvarte
Подростковая литератураLos vivos nos aferramos a la esperanza, no lo olvides. Portada por: TylerEvelynRood