38. Roel

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Hecho con la medida justa

Nunca me gustó la biología.

No entiendo mucho del tema. Sé lo básico... A medias, por eso reprobé mi último examen. 

En parte por ello, no presto atención a la explicación que el médico le da a mamá sobre Peter. Solo sé que lo dejarán en un cuarto distinto por un tiempo porque deben tenerlo más controlado. No tengo idea de lo que ocurrió en el quirófano y no quiero saber. Me basta ver a mi hermano débil y postrado en esa cama para sentenciar que no es bueno.

Voy de camino a su viejo cuarto para recoger algunas cosas a pedido de mamá. Cuando despierte sé que comenzará a quejarse por su videojuego. Lo hace en el intento de aparentar que todo sigue normal y que no hay nada de lo que preocuparse.

Lo ha hecho todas las veces que el cáncer nos asustó así.

Saludo a las enfermeras y a los enfermeros que cruzo y les dejo saber que de momento está estable. Les sonrío, esperanzado, para tranquilizarlos, pero también para ayudarme a mí mismo a enfrentarlo.

Tengo que ser positivo, tener fuerza.

No voy a mentir: a veces me cuesta ser así. Sin embargo, con la práctica se hace más fácil ver el lado claro de las cosas y no enfocarse en el más oscuro.

Aparto la puerta corrediza y me quedo de piedra al instante.

—¿Kenna?  

Cualquier flaqueo de ánimo que tuve, desaparece.  

Da un respingo por la sorpresa, como si la hubiera pillado haciendo algo que no debía. Trata de ocultar lo que sea que estaba arreglando, pero en cuanto se percata que ya lo he visto, suspira y da un paso a un lado. Sus mejillas arden mientras coge aire y contiene el aliento en la espera por mi reacción.

Al principio parece nerviosa mientras me mira, pero en cuanto una sonrisa comienza a deslizarse por mis labios, exhala otra vez.

—¿Tú…? ¿Hiciste eso?

Me adentro en la habitación con emoción.

—A pesar de que el pastel de chocolate siempre será dueño de mi corazón, puedo hacerle un espacio al de vainilla. —Se encoge de hombros—. Sobre todo cuando los De Luca son fanáticos de esta cosa.

Me río con ganas y me llevo una mano a la nuca, feliz. Siento que acaban de darme una dosis de energía, justo como las que disfruto tanto de dar al resto de las personas.

—Peter no podrá comer pastel por un tiempo —informo.

—Por eso le pedí ayuda a Eliana, la dueña de uno de los cafés, para hacer gelatina de vainilla en forma en pastel —señala el postre que descansa sobre una bandeja, en uno de los carritos con los que mi mamá suele llevarle la comida a los pacientes. Ella ha pedido —probablemente robado— una bata limpia de la que llevan los del personal de niños para usarla como mantel. Tiene leones en miniatura, por eso la reconozco al instante—. Y, antes que preguntes, mandé a papá a comprar una vela porque, a pesar de que estoy segura que hoy no es el cumpleaños de Peter, me pregunté por qué no puede serlo. Al final, ¿de qué te sirve estar enfermo si no puedes celebrar tu cumpleaños las veces que quieras y cuando quieras? Deberíamos celebrar que estamos vivos todos los días, ¿no?

Está aplicando lo que le enseñé.

Está siendo tan... Roel.

Creo que estoy enamorado de mí mismo en cierta parte.

—Kenna... —Dejo caer los brazos laxos a los lados, aún sorprendido por el gesto.

—¿Sí? —inquiere expectante, y cambia su peso de un pie al otro junto al pastel.

—¿Puedo abrazarte?

Al principio no parece procesar las palabras, pero luego sus ojos se suavizan como los colores del cielo en el atardecer.

Puede que yo sea alguien que siempre ve lo bueno, pero eso no quita que necesite personas que me impulsen a seguir viéndolo, sobre todo cuando la vida me trata mal. Peter y mamá son mi combustible, aunque también lo son los amigos, y Kenna tiene el potencial para ser parte de mi propulsor.

Asiente en silencio.

Lo que digo para salvarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora