Lo que digo para salvarte

18. Roel

Cómo engañar a una enfermera

No es que no nos dejen tener teléfonos aquí adentro. Claro que hay zonas donde no se puede acceder con él, pero cada paciente puede tener el suyo en su cuarto. Sin embargo, algunos médicos recomiendan —tomando el papel de psicólogos a veces— que personas como Peter o Kenna no deberían estar constantemente con esos aparatos.

¿Qué hay de malo con hablar con tus amigos y animarte? ¿No puedes chequear las redes mientras te aburres entre estas cuatro paredes?

Ellos lo miran de esta forma: «¿No crees que te hace mal ver fotos en Instagram de tus amigos haciendo deporte, saliendo a discotecas y pasándola genial en la piscina o de excursión en ese lugar al que tantas ganas tenías de ir y ya no sabes si podrás visitar? ¿Ver a otros vivir al máximo no te hará pensar que desaprovechaste tiempo y oportunidades? ¿No podría eso deprimirte? ¿Crees que te hará bien que te cuenten que están por tomar un odioso examen de ciencias? Porque tú darías lo que sea por estar haciendo ese mundano examen en lugar de estar aquí. En caso de que todo vaya mal, ¿quieres pasar las últimas horas que te quedan pegado a una pantalla en lugar de abrazando a los que te rodean?»

Mi madre no deja a Peter usar su celular más de una o dos horas al día. Yo, como apoyo moral y porque solo quiero estar con él, tampoco lo uso.

Los padres de Kenna deben pensar lo mismo que algunos de los doctores más viejos.

—¿Estás seguro de esto? —Se cruza de brazos.

Apoyo una mano cerca de su cabeza en la pared y me inclino hacia ella, sonriente. Cuando se entere que voluntariamente no uso mi teléfono y que podría habérselo prestado sin problema, me matará.

Espero que sea después del beso al menos.

—100% seguro. Cuando nos vea besándonos, Doris pegará el grito en el cielo.

—Cuando nos vea fingir que nos besamos —corrige al apuntarme con el índice.

—Eso quise decir —respondo.

—Claro que sí, De Luca. —No me cree.

Yo tampoco me creería.