60. Peter

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La abuela y su mermelada de ciruela

Los hermanos pueden ser los peores enemigos a la hora de los juegos de mesa o play, las ratas que se comen la comida que dejaste en el refrigerador o los más traicioneros al echarte la culpa de algo que no hiciste. Son el sinónimo de la discusión eterna y la lucha libre en el ring —mejor conocido como la cama de mamá—, donde se arreglan a los golpes todos los problemas. Ellos te hacen frustrar a menudo y te molestan más que las moscas. En muchos casos son asquerosos.

Pero son hermanos al final, y también pueden ser tus héroes de película, tus ejemplos a seguir y tus mejores amigos,

Son incondicionales.

Al menos, Roel lo ha sido para mí.

No se lo digo nunca, pero lo amo con la fuerza Hulk. Eso es mucho, y amarlo hace que me duelan el doble las cosas que le hieren. Estoy triste por Kenna, pero ni de cerca como lo está él. Nunca lo vi tan... Carente. Le falta su chispa.

«Es un tarro de mermelada vacío», diría el fósil de la abuela de estar viva.

—¿No quieres algo de comer? —Me enderezo contra el respaldo de la cama—. Porque podemos traficar una papas fritas de la máquina expendedora.

Niega con la cabeza desde donde está sentado y hace rotar sus hombros, exhausto. Parece que creció diez años de golpe. ¿Así de indiferente será cuando crezca si mi estado no mejora y se cansa de ser positivo? ¿Estará ensimismado, triste y se encerrará en su cuarto la mayor parte del tiempo?

—¿Y qué tal si hacemos aviones de papel y los arrojamos por la ventana? La última vez uno de ellos quedó atrapado en el cabello de la doctora Matilde cuando bajaba de su auto —recuerdo.

—No quiero, Peter. —No lo dice en tono brusco, pero me gustaría que lo hiciera.

Hablar suave y sin sentimiento no es mejor que hacerlo fuerte y, al menos, demostrar que tienes alguna emoción.

Esto nunca había sucedido. Siempre era yo el que estaba mal, nunca él.

Veo lo difícil que es lidiar con alguien que no quiere tratar ni con la gente ni consigo mismo. ¿Cómo hizo Roel para ayudarme cuando ni siquiera quería su ayuda o una en general? Siempre encontraba la forma.

En realidad, siempre lo hace, y no solo conmigo: con mamá, con Kenna y con cualquier ser humano que se cruce en su camino.

—Ven aquí —digo con algo en mente, y aparto el acolchado.

Me mira pero no responde. Parece confundido y es lo mejor que he conseguido en la hora y media que estamos juntos. Ya anocheció y Kenna sigue en cirugía, así que los Hamilton-Quinn lo mandaron a descansar a pesar de que él no quería.

—He dicho que muevas el trasero —repito.

Logro que se levante de mala gana. 

Cuando éramos más pequeños nos acostábamos juntos y, bajo las sábanas, Roel encendía una linterna para contarme historias sobre todos mis superhéroes favoritos. Una vez que se sienta a mi lado, a falta de linterna, alcanzo la lámpara de la mesa de noche y la ubico entre nosotros antes de tirar de la manta sobre nuestras cabezas.

Ríe un poco y eso me hace reprimir una sonrisa a pesar de que la risa cesa pronto.

—Hace mucho que no hacíamos esto —dice con nostalgia—. No sé por qué no seguimos. Tal vez me quedé sin historias que contarte.

—Tal vez no quisiste contarme más —objeto—, tal vez yo no quise escucharte o nos aburrimos. Tal vez, crecimos, pero ahora nos quedan recuerdos geniales. Valió la pena que mamá nos retara todas esas veces en que nos quedamos despiertos hasta entrada la madrugada en días de escuela.

Nos sostenemos la mirada un rato en silencio.

—Tus ojeras son por algo muy distinto a lo que eran antes —observo—. Pero siguen siendo las ojeras de Roel. Sigues siendo tú, tonto. Sé que tienes esperanza, es solo que no puedes sentirla cuando hay una pared de cosas malas en el medio. Generalmente, podrías, pero la pared es muy alta incluso para ti. Está bien tener miedo.

Me da un apretón en la mano.

—A veces hablas como si fueras mayor.

Si mamá estuviera aquí, nos sacaría una foto para dejar la hermandad del momento en la memoria de su celular. La usaría para avergonzarme al mostrarla a todos los enfermeros del piso. A Roel no le importaría. Incluso diría que salió atractivo. Somos muy distintos en ese aspecto.

—A veces pareces adulto, como ahora. No deberías olvidar tu parte de niño. Esa es la que ve más cosas buenas que malas y más probabilidades de éxito que de fracaso.

Traga en silencio y sus ojos se cristalizan.

—No me he sentido muy esperanzado últimamente, Pepe.

—Yo no he sentido esperanza desde que me diagnosticaron, pero tú lo hiciste por mí. —Me encojo de hombros—. Creo que puedo hacerlo por ti hoy. Aprendí del me... —No soy capaz de terminar mi discurso motivacional antes de que se lance para asfixiarme en un abrazo y usarme como pañuelo humano.

Gimo con horror, pero por dentro me hace feliz ser el que lo sostiene un rato.

—Todo estará bien. Pronto podrás seguir usando a Kenna como muñeca de besos de prueba.

Pronto volverá a ser Roel. Un superhéroe.

Mi hermano, mi superhéroe.

Mamá entra cuando envuelvo mis brazos a su alrededor. Lo sé porque reconozco su silueta.

También la silueta del teléfono.

A pesar de que el mundo se está derrumbando en algunas partes, no hay que olvidar que el amor es lo suficiente firme para que nos aferremos a él.

Espero que Kenna se aferre a nosotros un rato más.

Lo que digo para salvarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora