A la deriva
Recuerdo cuando nos enteramos que Peter tenía cáncer.
Él tenía diez y yo trece. Se supone que aquel era un chequeo rutinario, así que, como no queríamos escuchar las aburridas palabras del doctor, dejamos que mamá entrara sola a su oficina mientras esperábamos fuera.
Estábamos jugando un videojuego de piratas. Era sencillo: si no conseguías el cofre de monedas de oro del barco contrincante, tu capitán y tu tripulación te obligaban a caminar por la plancha.Era su turno. Acababa de perder cuando escuchamos a mamá. Su sollozo fue tan potente que nos dejó helados. Ambos la miramos a través del cristal. La vimos hundir el rostro entre sus manos y supimos que algo marchaba terriblemente mal.
Me volví hacia mi hermano, quien tenía la vista fija en la pantalla. Su pirata, él, se estaba hundiendo.
—No conseguí ganar —dijo, y tragó con fuerza—. Perdí, Roel.
Miré al pirata que chapoteaba en el océano, desesperado.
—Perdiste una vez, y solo porque no sabes nadar. —Hice un ademán a la pantalla—. Sin embargo, puedes aprender.
—¿Y qué si con eso no basta? —replicó al levantar la mirada. Sus ojos estaban cristalizados y poco tenía que ver con lo virtual—. ¿Qué si empeora? ¿Qué si aparece un tiburón?
Estaba incluso más asustado que él, pero fingí ser valiente, porque eso hacen los hermanos mayores. Si no eres lo que necesitas, finges serlo hasta que te lo crees y terminas convirtiéndote en eso para dar fuerza al otro.
—Puedes domar a un tiburón, Peter.
—¿Y a un problema del tamaño de una ballena? —La primera lágrima se deslizó por su mejilla.
—Vas a necesitar ayuda para enfrentar a una ballena —consideré, y al oír la puerta de la oficina abrirse a mis espaldas le sonreí a pesar de que quería hacer todo lo contrario—. Pero me tienes a mí. También a mamá. Recuerdo eso, ¿sí? Podemos con una ballena entre los tres.
Asintió sin apartar los ojos de los míos.
—¿Niños? —Mamá sonó destruida, pero no nos giramos hacia ella enseguida.
Le quité el videojuego a mi hermano con suavidad. Él continuaba mirándome con intensidad, y las lágrimas no dejaban de caer.
Me miró como si fuera su salvavidas, y desde ese momento me prometí que lo sería.
Rodeé sus hombros y le di un apretón.
—Ya vamos, ma. —Sonreí a Peter con confianza—. Estábamos hablando sobre bestias marinas que, en realidad, no son tan bestias, ¿verdad, Pepe?
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Lo que digo para salvarte
Teen FictionLos vivos nos aferramos a la esperanza, no lo olvides. Portada por: TylerEvelynRood