31. Roel

17.9K 4.3K 629
                                    

Malpensar

—¿Y qué te dijo mi suegro? —pregunto mientras caminamos a través de uno de los tantos y familiares corredores.

—Tu falta de discreción a causa de tu curiosidad y exceso de confianza en lo que respecta a nosotros es increíble. —Niega entre divertida y exasperada con la cabeza—. En fin, aunque no te incumbe, mi padre me advirtió que hay dos tipos de personas en un hospital, y tú eres de los peligrosos en lo que a mí concierne.

Con las manos aún en los bolsillos, desacelero el paso para atrasar la llegada a mi Disney personalizado. Miro su ceño fruncido, cosa bastante normal en Kenna, pero este es un ceño que no expresa: «estoy enojada porque eres un idiota». Es el que dice: «estoy reflexionando y no me gusta a la conclusión a la que llegué... Y sigues siendo un idiota».

—Te dijo las desventajas de salir con un chico optimista, ¿verdad?

Me observa de reojo, sin negarlo. 

—Muchos piensan que no hay desventaja en eso. —Cruza los brazos y deja vagar sus ojos por las paredes blancas—. Pero sí la hay. La gente optimista a veces puede excederse y hacerte sentir invencible cuando en realidad deberías ser consciente de los riesgos y las probabilidades de éxito que hay en cada paso del camino... No solo por ti mismo, sino por las personas que quieres. Duele mucho perder a alguien, pero ¿si la persona expresaba continuamente sus ganas de vivir? Eso lo hace incluso pe...

Freno frente a ella de golpe.

—Esa última reflexión estoy seguro de que no te la dijo tu padre.

Entiendo que todos los extremos son malos y que la gente que es demasiado parecida a un protón, como yo, puede dañar de alguna forma a otros aunque no lo parezca; podemos dar esperanzas cuando ya es obvio que jamás las habrá, y eso hace todo más doloroso.

—¿Puedes dejar de hablar como si tu destino ya estuviera sellado y tuvieras fecha de caducidad? —insisto.

—Optimista —señala con una pequeña sonrisa.

—Soy realista ahora —corrijo.

La tomo de la mano para avanzar.

—Si sabes que no quiero ese corazón, en este caso, eres optimista. Realista serías si yo estuviera abierta a esa opción, cosa que no... —vuelvo a interrumpirla.

—¿Quieres algo realista, Kenna Hamilton Quinn? —Me giro para caminar en reversa y ver su linda y desconcertada expresión—. Porque puedo mostrártelo.

Pone cara disgustada cuando baja la mirada a mis pantalones, a modo de broma.

—¡No eso, pervertida!

Aunque me gustaría, de parte de mi lado hormonal, que no estuviera bromeando cuando ambos reímos.

Al llegar a la guardería del hospital, me mira confusa cuando sus ojos ven a través de un cristal a una docena de niños jugar. En cuanto golpeo con suavidad pero la suficiente fuerza la ventana, uno de ellos se percata de nuestra presencia y el resto le sigue.

—¡Joel! —gritan, abalanzándose contra el vidrio.

Kenna intenta retroceder pero sigo sosteniendo su mano, así que se encuentra incapacitada para escapar.

—¿Joel? —repite ella.

—La mayoría no sabe pronunciar la R aún. —Me encojo de hombros—. Ahora, ¿lista para la lección número 22 de tu sensei?

—¿22? —Se sobresalta cuando uno de los niños tira un conejo de felpa contra el cristal, directo a su cara—. Ni siquiera recuerdo me hayas enseñado la número 2.

—Entonces deberías dejar de prestarle tanta atención a cómo luce mi boca y enfocarte en lo que sale de ella.

La arrastro a la puerta de la guardería a pesar de que clava sus talones en el piso.

Esto será divertidísimo. 

                         

Lo que digo para salvarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora