Lo que digo para salvarte

63. Kenna

Antes de seguir, detente y escucha

—Mónica, por favor —pido a la madre de Roel.

Me sonríe con tristeza y el corazón de Michel se encoge en mi pecho.

—Nunca lo obligué a hacer nada que no quisiera. No empezaré a hacerlo ahora, mucho menos después de...

El silencio llena la habitación. La miro y pienso en mi mamá. ¿Cómo estaría si quien hubiera muerto hubiera sido yo? ¿Cómo puede alguien siquiera hacer los actos más pequeños como dar un par de pasos cuando acaba de ser golpeado por algo así?

—¿Sabes qué me encantaba de Peter? —susurro sabiendo que dolerá, porque a este punto todo lo que se relaciona con su nombre duele—. Que, aunque pretendía no querer ayudar, siempre lo hacía. Estaba en él ser así de bueno, y no te digo esto en una retorcida forma para hacerte cambiar de opinión, es que… Sé que tú también quieres que Roel se despida. —Alcanzo su mano y le doy un apretón sobre el acolchado—. Perdóname si estoy insistiendo, pero... Necesito verlo. Necesitaba verlos a ambos. Necesitaba agradecerles.

En sus ojos brillan las lágrimas.

—Sé que puede parecer exagerado, tal vez lo sea para aquellos que estuvieron fuera de nuestro triángulo de amistad. —Me encojo de hombros con suavidad—. Pero te juro que tus hijos son en su mayor parte responsables de que yo siga aquí. Ya dejé que se fuera Peter sin decírselo, por favor, no dejes que con Roe suceda lo mismo.

Lo medita un momento. Me molesta tener que hablarle de esto cuando acaba de perder a su bebé —pues los hijos siempre serán bebés para los padres, no importa la edad que tengan— pero no puedo por mí misma correr hacia Roel. Necesito ayuda, tanto como necesitaba tomar la mano de Mónica y hacerle saber que Peter se fue de aquí salvando a alguien.

—Esta tarde. —Asiente.

Esta tarde. 

Solo tendré unos pocos minutos antes de que se marchen.

No le agradezco con palabras, pero sí con un abrazo potenciado con la viveza de este nuevo y sano corazón.