La cautela no sirve al final
Estoy inquieto.
Inclinado sobre mis rodillas en un asiento de la sala de espera, retuerzo mis manos. Inhalo y me tiembla todo el cuerpo, ¿en qué momento hacer algo tan involuntario y automático se convirtió en un acto tan difícil?
Miro a los papás de Kenna. Se sientan juntos, abrazados; él rodea sus hombros y apoya su mentón sobre la cabeza de ella, que descansa en su pecho y llora sin emitir sonido, con la vista perdida en algún lugar. El señor Hamilton sorbe por la nariz.
Están más allá de la preocupación y la tristeza, pero en una especie de limbo; no están devastados porque tienen esperanza, pero tampoco se ven del todo esperanzados porque tienen algo de esa devastación envolviéndoles el pecho.
Este hospital es mi segunda casa. He visto padres perder a sus hijos e hijos perder a sus padres. Me he arrimado a los que esperaban por noticias a solas, sin familia ni amigos, y he tratado de estar con los pacientes que ni siquiera tenían a una persona que estuviera allí para ellos. Aprendí quiénes necesitaban espacio y quiénes un abrazo, pero de entre todos, los que me dieron más lástima e impotencia fueron los que querían ese abrazo pero sabían que los rompería, así que se mantenían alejados.
Ahora me doy cuenta que soy una de esas personas.
Me encantaría que mi madre y Peter me abrazaran o que alguna de todas las enfermeras me apretara el hombro, pero no podría resistirlo sin romperme. Cada vez que mi hermano recayó, tenía a la esperanza aferrada a mi mano. Por eso podía ser fuerte y ayudar a los demás, pero Kenna...
Lo de ella se siente distinto.
No sé cómo, pero siento la pérdida cuando ni siquiera ha llegado. Hay muchas posibilidades de que no lo logre y es aterrador imaginar el mundo sin alguien que forma parte de él y, sobre todo, de ti.
—Lo siento —susurro.
La señora Hamilton continúa perdida y no responde. Ben me mira y sonríe sin ánimo antes de palmear el asiento a su lado. Me tenso y vacilo, pero termino yendo hacia él. Apenas me siento me mira con ojos llorosos sin dejar de abrazar a su esposa.
—No tienes que disculparte por hacer feliz a la gente, Roel —dice—. Cuéntamelo todo... Dime de qué hablaron, cuántas veces sonrió y si la hiciste reír o si ella se rió de ti, porque hay una gran diferencia ahí. —Me hace reír a pesar de que es lo último que quiero hacer en este instante.
—Hablamos de las estrellas y me dijo que era un mal besador.
Reprime una sonrisa y una lágrima cae por su mejilla. Nos reímos juntos esta vez.
—Esa es una buena señal —dice Maise, quien estuvo callada y cruzada de brazos al otro lado de la abogada todo este tiempo—. Quiere decir que no te dejará cuando se recupere. Mi antigua amiga hubiera desechado algo inútil, pero la nueva busca la utilidad y el significado a todo. Puede que vea tu lado bueno a pesar de tu carencia de habilidad.
—Si es que hay lado bueno. —Me encojo de hombros, medio en broma y medio en serio.
Una mano alcanza la mía y la aprieta. Es la mamá de Kenna.
—Claro que lo hay, cielo. En el fondo sabes que no es culpa de nadie. —Su voz sale rota y quiero llorar por la suavidad con la que me habla—. Ni los más cautelosos y controladores como yo pueden saber de antemano qué sucederá a merced de la vida.
El silencio vuelve a caer mientras me sostiene la mirada. Al final no aguanto a pesar de que es lo que más deseo. Me hago papilla y el señor Hamilton me envuelve y me suma al abrazo. Me siento culpable porque yo le enseñé a Peter y a Kenna hacer esa especie de regalos y celebraciones peligrosas.
Me desahogo ahí, pidiéndoles perdón en silencio por casi causar una tragedia.
O causarla.
No lo sabremos hasta que avisen los doctores.
ESTÁS LEYENDO
Lo que digo para salvarte
Teen FictionLos vivos nos aferramos a la esperanza, no lo olvides. Portada por: TylerEvelynRood