Introducción

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El Rey de Inglaterra se encontraba muy enfermo. Dió gracias a Dios el haber engendrado dos hijos hombres que pudiesen encargarse de sus tierras pero lamentó tener que dejarlos tan pronto. Meliodas con diecisiete años, pronto cumpliría los dieciocho y su hijo menor Zeldris, quien era solo un niño de cinco.

— ¿Estás bien padre? —pregunto el pequeño pelinegro subiendo a la gran cama de su padre.

— No te preocupes, hijo mío —lo tranquilizó— Meliodas —hablo el hombre de manera cansada. El rubio lo miró atento— Sé que no me queda mucho tiempo.

— No digas eso padre —le pidió con un gran dolor en su tono de habla.

El hombre sonrió con cansancio.

— Lo único que les pido, a ambos es que dirijan el reino con mano de hierro —dijo apretando un puño— Vas a quedar vos solo, Meliodas, demostra que sos un digno sucesor de la corona —dijo para después toser y dejar escapar unas pequeñas gotas de sangre.

— No te voy a fallar, padre —le aseguró firme ahogando un sollozo— Prometo... que voy a gobernar como vos lo hiciste —le dijo.

— Pero no te consumas, hijo. También tenés que ser feliz —le dijo pasando una mano por la alborotada cabellera de su hijo mayor— Y Zeldris, no hagas muchas travesuras —dijo el anciano con una sonrisa cansada. El pelinegro abrazó a su padre con fuerza. No sabía lo que estaba pasando pero si sabía que era algo serio.

La noche había caído. El pequeño príncipe de Inglaterra dormía en su gran alcoba y su hermano mayor caminaba por todo el palacio, no podía dormir, ni siquiera cenó por la inquietud que sentía. Entro en la cocina, que a esas horas de la noche parecía estar completamente deshabitada.

Al entrar, iba a tomar una fruta que había sobre una mesada pero se le cayó el platón entero.

— ¿Quien anda ahí? —pregunto una voz dulce y femenina. Ésta se aproximó— Príncipe Meliodas ¿En qué puedo ayudarlo? —preguntó una chica más joven que el haciendo una reverencia.

— Discúlpame, no te quise asustar —le dijo a la joven, quien comenzó a levantar las cosas que él había tirado— ¿Que edad tenés muchacha?

— Trece años, príncipe —le dijo dejando las frutas a un lado para después acomodar su vestido— Pronto cumpliré los catorce —agrego— Pero ahora sí me disculpa su alteza, tengo trabajo que hacer, señor.

La chica se alejó de él para seguir con lo suyo. A Meliodas le dió lastima, era una niña y trabajaba para él. Salió de la cocina y en el pasillo se encontró con un guardia.

— Príncipe Meliodas —se sorprendió éste haciendo una reverencia— ¿Que hace despierto a estas horas de la noche señor?

Meliodas iba a hablar hasta que dos guardias se acercaron con rapidez, se los veía exaltados.

— Es el Rey —hablo uno.

Meliodas entró en pánico.

— ¡¿Que es lo que pasa a mi padre?! —exclamo asustado. Los guardianes intercambiaron miradas y Meliodas se enfadó, así que fue corriendo a toda velocidad hasta la habitación de su papá, abrió la gran puerta y estaba acostado en su cama— Padre —le llamo pero este no reaccionaba. Meliodas se acercó a él— Padre ¿Estás bien? —lo movió un poco para después notar como un chorro de sangre caía de su boca y se perdía en el vello de su barba— Pa...pá —mustio en un tono casi inaudible para después abrazarlo con tldas sus fuerzas. Los guardias entraron en la alcoba y una de las sirvientas tuvo que sacar al príncipe de allí.

Meliodas estaba atónito, caminaba en línea recta hasta su habitación. Había quedado huérfano junto a su hermano, abrió la puerta de su habitación se sentó en su grande y lujosa cama. No podía creerlo, pensar que el día de ayer el aún estaba vivo y ahora... Ya no. Era doloroso, pero no lloraba, se sentía muy triste, pero no lo demostraba. En su rostro solo había una expresión neutra y una mirada perdida, que daba a entender que no le importaba cuando en realidad ese sentimiento lo consumía.

Los días pasaron. Zeldris no entendía lo que le había pasado a su papá pero Meliodas como buen hermano mayor que era, trató de explicarle lo que pasó.

— El... Alma, de papá.... Ya no podía seguir en su cuerpo.... —comenzó a inventar— Así que decidió.... Salir, y como ya no hay un cuerpo.... Ahora está en el cielo, desde una nube —le dijo.

El pequeño miro a su hermano muy curioso. El rubio se puso algo nervioso.

— ¿Va a volver? —esa pregunta, esa maldita pregunta. Lo destrozaba, pero su hermano lo preguntaba de manera inocente, el niño en verdad no entendía que pasaba.

— Nosotros, algún día vamos a volver a verlo —le dijo finalmente...

[Próximamente Marzo-Abril]

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