Capítulo Noveno

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Las clases de religión eran de lo más aburridas. Elizabeth estaba ya cansada de aprender de todo lo que era la biblia una y otra y otra vez, ya sabía todo lo que era lo básico, ya sabía rezar, se sabía los mandamientos y los pecados capitales, los pilares, la mayoría de las frases de Cristo y demás cosas que componían a ese inmenso libro. Ella lo único que quería era arrepentirse nuevamente.

Mael no era una excepción, él amaba pecar y luego arrepentirse, ya sea con la princesa o con cualquier otra persona. Pero con la princesa era muy diferente ya que no podía introducirse dentro de ella completamente, por temor a que con ese acto ella quedara encinta y el único culpable sería él y nadie más que él y como consecuencia su cabeza sería arrancada de su cuerpo y rodando por el suelo.

Ambos estaban en la habitación de ella con una nueva lección que habían empezado hacía ya tres horas. Ambos estaban algo cansados.

— Bueno.... Me parece que por hoy ya está bien —dijo este cerrando la biblia que tenía entre sus manos para después mirarla a ella y notar que no estaba del todo satisfecha— ¿Que sucede, Princesa?

Ella lo miro con las mejillas sonrojadas y algo molesta, se levantó de su silla y se sentó en el regazo del Monje de manera provocativa y rodeando el cuello masculino con ambos brazos mientras se acercaba más a él.

— Quiero volver a hacer eso, Hermano Mael —dijo en un caliente susurro ya a muy pocos centímetros de su rostro— No podría... sentir el arrepentimiento y por lo tanto no me purificaria.... Por favor.... Solo hoy.... —suplico jadeante mientras se movía en el regazo del hombre.

El monje tragó saliva algo nervioso. Rodeó la cintura de la princesa con su manos muy tentado a cumplir el deseo de ésta pero no era para nada correcto. Debía de declinar y abstenerse.

— No es bueno abusar del privilegio. Pecar por placer es simplemente incorrecto, tu alma podría terminar en el Purgatorio, no te olvides de eso —la apartó titubeante mientras se paró de la silla ya dispuesto a salir de la habitación de ésta, por temor a caer ante la tentacion— ¿Acaso olvida que la Lujuria es uno de los pecados capitales? Si quiere una digna recompensa de Dios, debe de abstenerse a la tentación.

Elizabeth se paró de la silla con una expresión seria en su rostro. El monje la miró muy decidido y en eso, ella, con ambas manos se levantó lentamente la falda del vestido, dejando ver las enaguas y debajo de éstas, unos muslos completamente descubiertos.

El monje no podía dejar de ver esas, hermosas, sensuales, provocativas y carnosas piernas las cuales no estaban con medias puestas, le pareció muy provocativo.

— Me quité la ropa interior antes de las clases creyendo que íbamos a hacerlo —se levantó las enaguas dejando ver su intimidad la cual ya estaba húmeda por la excitación y la tensión sexual que debía de liberar— Por favor.....

Esta vez, ella comenzó a pasar su mano por entre sus labios vaginales que estaban que chorreaban mientras iba pasando sus dedos por allí. Una y otra y otra vez.

Era una maldita tentación, no podía resistirse a ese pedido. Debía de hacerlo, tocarla, penetrarla. ¡No! No debía ser débil, seguramente era una prueba de Dios para ver qué tanto resistía ante la maldita tentación del diablo.

— Por favor, Señorita Elizabeth. Bajese la falda —le pidió serio— El que sientas ese gran deseo por copular es simplemente obra de Satanás, él quiere que caigas en la tentación así como lo hicieron Adán y Eva. Debe de demostrar que tiene una mayor fuerza de voluntad y que no va a caer en la tentación.

Ella se quedó pensando, quizás tenía la razón. Pero realmente no podía aguantarse las ganas de hacerlo, era como una necesidad poder hacerlo con él ese día. Nunca estaría tranquila pensando que no lo consiguió.

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