Capítulo Vigésimo Octavo

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La economía no mejoraba en lo absoluto, la mayoría de los habitantes del pueblo acudían a los saqueos. El Rey con las pocas riquezas que tenía en ese momento había proveído comida al pueblo cocinada directamente del Castillo.

No podían exportar bienes, sin buenos cuidados las cosechas no eran buenas, con el cuero que se les proveía los sastres habían comenzado a zurcir ropa para el invierno que sería entregada en casa vivienda. Luego de unas semanas de implementar eso se comenzaron a levantar poco a poco, las cosechas no eran las mejores pero sí suficientes como para poder vender una parte a otros lugares, pero eso no cambio mucho en la tasa de mortalidad ya que seguía muriendo mucha gente por la malnutrición y las múltiples enfermedades acompañadas de ésta y no había doctores o curanderos que pudiesen ayudar.

El Rey estaba con mil cosas en la cabeza, tratando de que su pueblo estuviese bien, mejorando la economía y bajando la inflación, ocupándose de su esposa y su parto inminente. No era nada fácil para un hombre de apenas veinticuatro años.

Por las noches el no dormía, se sentaba en la cama con un velón al lado suyo y calculaba los impuestos, básicamente llevaba la contaduría de su pueblo para ver qué era lo que realmente se necesitaba y que no. Esa noche estaba lloviendo y aún con el ruido de la lluvia y los truenos él seguía con sus cosas sin ningún impedimento.

- Meliodas... -lo llamo la peli roja dándose vuelta en la cama- Pasa de media noche, si no dormís bien no vas a poder manejar tu rendimiento.

- Necesito revisar unos números... -dijo aún con un pedazo de papel apoyado en un libro y una pluma en la mano- Mierda... Había que sumar, no restar -se dijo a sí mismo en voz alta dejando las cosas por unos momentos para estirarse y sacudir su rubia melena con frustración

- Te estás descuidando mucho, si no te cuidas cómo se debe no vas a poder pensar con claridad -le recordó sentándose en la cama mientras lo miraba- Yo soy buena con los números, dejame encargarme a mí y vos dormí.

- No podría pedirte que te desveles por esto. Lo voy a dejar por esta noche -la tranquilizó dejando las cosas a un lado para recostarse en la cama junto con ella- Mí padre jamás habría permitido esto -murmuro mirando el techo.

- Los tiempos cambian, además... Solo es una mala racha, vamos a salir de esto -dijo tomando su mano haciendo que él la mire- Estoy segura.

Meliodas se acercó a ella para besarla en los labios cariñosamente y luego de separarse se acercó para besar el hinchado vientre de ella con cariño, incluso llegó a sentir como el bebé se movía allí dentro.

- ¿Cómo se va a llamar? -pregunto la pelirroja mientras observaba a Meliodas acariciando su abdomen con ternura.

Él la miró.

- Si es una nena podría llamarse Melody -propuso juguetón haciendo una referencia a su nombre sacándole una sonrisa a Liz- Y si es varón podría llamarse Meliodas II.

- No -dijo entre risas- No sabrían a quien le hablaría. Pero me gusta Melody.

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- A este ritmo vamos a morirnos todos -se quejo Zeldris con Cusack.

- Son tiempos difíciles -respondio dándole una taza de té- Esperemos que el hijo de Meliodas sea la salvación de Inglaterra.

- ¿Como el Rey Arthur? -bromeo el pelinegro- El Rey elegido que llegaría a Inglaterra para acabar con la Edad Oscura.... Dios te oiga -dio un sorbo a su taza- Quisiera poder llegar a los cincuenta junto a Gelda.

El escudero miró al príncipe con picardía.

- Si mis oídos no me traicionan... Está admitiendo que esa joven se ganó un lugar en su corazón -el príncipe se sonrojó al instante- Espero que mí memoria no me falle ya que según recuerdo usted dijo que jamás se casaría.

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