Capítulo Vigésimo Nono

117 16 2
                                    

Era otro día normal en el palacio. Elizabeth aún estaba en busca de su pretendiente  elegido por el destino que parecía que nunca iba a llegar ya que era remotamente imposible que un hombre con tres hijos desposara a una princesa, era irrisorio más que nada. Ya se estaba dando por vencida, con veinte años y aún sin marido literalmente ya era considerada una solterona pero ya le había echado el ojo a un marqués alemán hace unos meses y éste se preparaba para pedirle la mano formalmente.

Éste marqués era algo adelantado para su época ya que en lugar de simplemente pedirle la mano de Elizabeth al Zar él prefirió llevar a cabo el famosísimo ritual llamado cortejo. Era muy revolucionario para ser literalmente el Siglo VII y ella estaba más que encantada con él aunque no era muy bien visto por el resto pero sus padres decidieron no interrumpir lo que estaba pasando.

— Oh princesa, benditos los ojos que la ven tan radiante ésta tarde —dijo él tomando su mano a los pies de la escalera— Me complace mucho que haya aceptado mí invitación para pasar la tarde.

— A mí también me deleita su presencia —dijo ella con una reverencia.

En el lapso de tiempo pudo superar al difunto monje, no había sido para nada fácil pero ella sola lo superó y así dándole la bienvenida a nuevas aventuras y oportunidades.

Ambos estaban en el jardín jugando croquet. Lo único que le molestaba a Elizabeth del marqués era que siempre era muy adulador, todo el tiempo trataba de adularla y hacer que el resto notara sus cualidades y si no lo hacía esperaba a que alguien trajera su nombre a colación para poder seguir hablando de ella. Pero fuera de eso era un buen chico, era unos cuatro años mayor que ella.

— Hay algo que debo de notificarle, linda dama —dijo él usando de soporte su mazo. Elizabeth lo miró atenta— El sábado debo de volver a mí amada Alemania.

— Todavía nos quedan dos días —se apresuró a decir.

— Debemos de partir con mí madre mañana por la mañana si queremos tomar el Ferry en Ucrania —Elizabeth entristeció— No te aflijas, florecilla. Doy mí palabra de caballero y juro que volveré en dos meses a pedir tu mano.

— ¿Me lo promete, Lord Tarmiel —pregunto con una pequeña sonrisa tímida.

— Por mí honor —levanto la mano izquierda y la derecha la colocó en su corazón— Y si me permite, hermosa dama.

El hombre se le acercó y beso sus labios con rapidez ya que consideraba que era una acción algo íntima. El rostro de la peli plata se tornó rojizo rápidamente  y no se percató de que el joven se había despedido de ella para poder irse en dirección a Ucrania.

_.-._.-._

Maldita sea, yo teniéndote que salvar el maldito pellejo. Esto es absurdo —dijo alguien caminando por las calles de un lugar desconocido.

Había hecho una travesía desde muy lejos solo para salvar a un ser querido. Estaba caminando por los bosques que ya casi no tenían hijas por la anunciada llegada del otoño y la ya conocidísima noche de todos los santos en la que los espíritus de los muertos vuelven a la tierra. Los bosques eran tétricos de noche y más con los sonido de la fauna de fondo pero no podía echarse para atrás, había llegado muy lejos y no volvería a su casa hasta poder cumplir con su encomienda que se impuso a su persona. Cuando iba a dormir entre las hojas pudo escuchar voces conocidas. Era un grupo de hombres.

— Tres días más y estaremos en la capital —dijo uno de ellos— Ya es muy tarde, habría que montar el campamento acá.

A Simple MaidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora