Capítulo Trigésimo Primero

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Para Zeldris que recién arribaba de su travesía no fue para nada sorprendente ver un escenario casi apocalíptico. El azabache apenas habia pasado unas cuantas semanas fuera de su reino y todo estaba casi muerto, el pueblo más que hambriento y molesto peleándose entre si por miserias de comida. Estaba seguro que si tuvieran fuerzas se levantarían en contra de la monarquía.

Con la mula que había encontrado en el camino, le ordenó galopear hasta la entrada del Castillo. Algunos guardias seguian allí, estaban repartiendo la poca comida que tenían, casi confunden al príncipe con un pordiosero por su aspecto poco cuidado y sin mencionar sucio que tenía, y ni bien se habían disculpado con él, le informaron que el Rey quería verlo urgentemente aunque Zeldris no estaba seguro de si ir o no pero termino por aceptar.

Mientras caminaba por los pasillos del palacio, pensaba en Gelda y en Cusack ya que Zeldris se había tardado más de lo que había diagnosticado así que asumió que ya no estaban en el reino y si no se llevaron a su hermano fue por lo testarudo que era. Mientras caminaba podía observar lo poco aseado que estaba el lugar aunque por suerte ninguna alimaña. Subió las enormes escaleras y fue hasta la habitación de su hermano, donde se oía un gran bullicio dentro y al observar por la puerta arrimada pudo verlo fiera de la cama y por sobretodo vestido. Estaba caminando de un lado a otro muy nervioso hasta que Zeldris ingreso y su vista fue hacia la puerta.

- Estuviste desaparecido por más de un maldito mes -le reprochó pasando una mano por su poca cuidada melena- Apenas te apareces y sin si quiera anunciarte.

- Es que no me interesa el reino, solo quería ir a atrapar mariposas por los valles mientras romaba té en tacitas de porcelana -dijo con sarcasmo de manera seria- Si me fui de acá lo hice a conciencia y para poder salvarnos a todos. Maldita sea -bramo con el entrecejo fruncido mirándolo directamente- Por si no estabas enterado un grupo de tus "soldaditos" planeó un atraco a un Reino aliado. De todos modos, sé que te importa así que no tiene caso discutir todo esto.

Meliodas lo miró estupefacto.

- ¿Un atraco? ¿Cu-Cuando? ¿De que reino estamos hablando? -indago extrañadisimo.

- ¡A mí no me boludeas! -espeto furioso gesticulando con las manos- Pero no te preocupes, ya pude salvarte el culo para que sigas actuando como el cínico que sos.

Tras haber dicho eso salió de allí, pero no sin antes dar un fuerte azote contra la puerta causando un gran estruendo y y molestia de su hermano.

Meliodas no sabia que hablaba, quizás estaba atravesando una etspa de negación o lagunas mentales debido a la depresión o redención que estaba atravesando. A Zeldris le pareció muy extraño verlo recompuesto casi del todo tan rápido ya que al recordar como lo había visto cuando partió le resultó casi imposible siquiera pensar que era el mismo Meliodas que hace unas semanas, el que no podía levantarse de su cama y de cierto modo quería acabar con su vida lentamente. Se preguntaba en ese momento su el rubio estaba al tanto de lo que le había pasado a su mujer.

No quería darle mucha importancia al asunto, pero después de todo era su hermano y le gustara o no le resultaba imposible no preocuparse por su bienestar. Por más canalla que se halla comportado no se permitía culparlo de todo. En esos momentos prefería preocuparse por otras personas que sí valían completamente la pena para él y esos claramente era Cusack y Gelda quienes él asumía que ya para esos momentos estarían muy lejos debido a la orden que les había dado a ambos por su bienestar pero lo que el pelinegro no esperaba era un fuerte abrazo a sus espaldas que lo habían tomado por sorpresa y casi tomó la acción de defensa propia como respuesta hasta que se dio cuenta de que se trataba de un abrazo de parte de su contraria fémina que oía sollozar sin cesar.

- Dieu merci, tu es en sécurité -suspiro aliviada mientras besaba la mejilla del joven de cabello azabache quien no se oponía a las muestras de afecto de ella- Te creía en la cárcel o mucho peor -dijo ella para finalmente soltarlo mirarlo, estaba muy sucio y descuidado. Realmente apestaba a un linyera cualquiera pero no le impidió abrazarlo.

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