Capítulo Décimo Sexto

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Ya habían pasado dos semanas desde la ejecución del monje y desde entonces ella se había sumergido en una fuerte depresión la cual parecía insuperable. Apenas comía y casi ni salía de su recámara. Había tomado gusto por el alcohol, en especial por el vermú y el banyuls francés. Iba a escondidas al ala privada de su padre para robar una botella y beberla a solas, hubo una ocasión en la que se bebió una botella entera de vermú en media hora nada mas. Eso había ocurrido hace tres días.

Estaba nuevamente en su habitación, bebiendo moderadamente para "entrar en calor" debido a las temperaturas que eran sumamente frías, mientras veía por la ventana con la vista pérdida en el cielo extrañamente despejado. Se había convertido en una verdadera alcohólica en tan poco tiempo. Lo que más le dolía era que él se fue sin saber la verdad y ella lo vio sin hacer nada. Había caído desmayada en la mesa de su recámara y ni siquiera era mediodía, no sabía exactamente cuánto tiempo estuvo inconciente pero cuando abrió los ojos no había mucha luz en el cielo ya que éste estaba completamente nublado de la nada. Decidió guardar las botellas detrás del inmenso armario y recostarse en su cama ya que le comenzaba a doler la cabeza.

Iba a dormirse nuevamente hasta que la interrumpieron ya que habían ingresado en su habitación, se habría quedado acostada sin decir nada, pero al ver de quién se trataba no pudo evitar no hacerlo.

— Señorita, su padres preguntan si desea acompañarlos a la ópera en un rato —hablo una doncella de manera amable parada junto a la puerta mirándola allí acostada.

— No quiero... —respondio cansada y molesta con la voz ronca— Cuando termines de decirles, volvé que quiero hablar contigo...

La muchacha obedeció y cuando salió de la habitación de ésta, Elizabeth rápidamente buscó las llaves de la puerta, fue un poco complicado ya que todo lo que veía lo veía algo borroso y se mareaba pero eso no la detuvo a encontrar la llave a como diera lugar. Se arregló un poco peinándose y recogiendose el cabello con una cinta, aunque su rostro no era del todo dulce como antes sino que se notaban unas grandes ojeras y sequedad en sus labios antes de color rosita y ahora un tono pálido.

Luego de unos minutos, ella comenzaba a sentirse mareada mientras seguía parada esperando a esa mucama. Se sentó en su cama y esperó a que ella entrara en la habitación, su cabeza estaba que estallaba pero debía de aguantar. La mucama entró y la princesa la invitó a sentarse en su escritorio y Elizabeth prosiguió a cerrar la puerta con llave muy sigilosamente y se acercó hasta la mujer.

— ¿Quería hablar de algo importante, señorita? —pregunto la joven doncella con cierta timidez.

Ella era una mujer de alrededor de veinte años, su cabello estaba prolijamente recogido en un rodete y siemore parecía tener una cara con una ligera expresión de angustia. Elizabeth la despreciaba con todo su corazón.

— Quería hacerle una pregunta —hablo ella tomando asiento junto a ella mirándola con mucha repulsión— ¿Sabias que tenés que tocar la puerta antes de entrar a una habitación?

— S-si, señorita —Elizabeth se acercó aun mas a ella, la muchacha podía olfatear el olor a alcohol que venía de ella y comenzó a sentirse intimidada rápidamente.

— Entonces decime ¿Por qué mierda no lo hiciste antes de entrar hoy? —la chica había quedado en silencio, ya sabía a dónde iba esa conversación y no quería saber el final— Tampoco lo hiciste ese día —el tono de voz de Elizabeth había cambiado de uno cansado y ronco a uno frío y enojado— ¿Sabes que por tu estúpida culpa una persona inocente murió?

La mucama bajó la cabeza ante ella. Elizabeth la agarró de los pelos e hizo que se mantuviera recta ante ella.

— S-señorita... M-me...

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