Capítulo Décimo Octavo

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— La hija de Margaret va a cumplir dos años —le dijo la Zarina a su hija que estaba en cama recostada sin expresión alguna en su rostro— El sábado darán un banquete para celebrarlo ¿Te gustaría asistir?

La joven estaba en cama reposando desde que la encontraron desmayada en el suelo aquel día, se había intoxicado gravemente. Llamaron inmediatamente a un curandero que le había hecho una infusión con muchas hierbas que la hicieron regurgitar todo lo que tenía en el estómago, luego de eso había estado inconciente por dos días enteros y apenas se habia dispuesto a hablar o a comer, pero ya staba mejor, inspeccionaron su habitación y sacaron todo rastro de alcohol de su recámara, habían sacado más de una docena de botellas en total que estaban vacías.

Su madre pasaba más tiempo con ella, para evitar gravedades y accidentes.

— No quiero —suspuro ella cansada llevando la vista a la ventana dejando ver un hermoso dia, el cielo estaba gris pero igual era una hermosa vista.

— Margaret se va a sentir muy decepcionada si no te ve —insistio la madre preocupada por tratar de animarla— Y todavía no estrenarse el vestido que te regalamos en navidad, se te va a ver muy bien para el banquete.

Elizabeth lo pensó unos segundos, ya no quería estar estar así, quería olvidarse de lo que sucedió pero no era tan fácil como parecía. Sentía miedo e ira, tristeza y angustia, todo junto dentro de ella cambiando la persona que solía ser antes. No podía seguir así y la única opción que tenía era distraerse de lo que había sucedido y una forma era asistir al banquete, después de todo, no había visto a su sobrina desde hacía ya año y medio, le haría bastante bien verla otra vez.

La Zarina se emociono al ver al fin una emoción real en su hija después de tanto tiempo, quedaban dos días para el sábado y ella quería cambiar un poco su estilo de vida y dejar el alcohol era lo primordial, no lo probaría ni siquiera para la medicina. Al inicio pensó que sería sencillo pero cuando estaban en la mesa desayunando casi no se resistió a sacarle la copa de hidromiel a su padre, pero su voluntad fue más fuerte que la ansiedad que sentia y tenia acumulada. Se juró a sí misma que no volvería a probar ni una sola gota de alcohol en lo que reste de su vida. No sería oara nada sencillo.

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Elizabeth decidió pasear por los alrededores del Castillo, tomar aire fresco le haría muy bien, se colocó un abrigo y su bufanda y unas botas de invierno. La nieve en los alrededores se veía muy hermosa, y más aún cubriendo las hojas de los árboles que habían allí, daban una sensación de tranquilidad incomparable a alguna otra. Le gustaba ver como al soplar en el aire se formaba una pequeña nube saliendo de su boca.

Comenzó a caminar por la nieve, como si fuera una niña pequeña que nunca la había visto antes. Le pareció divertido dejar sus huellas marcadas por toda la superficie. Pudo divisar a lo lejos que alguien se le estaba aproximándose, así que decidió guardar la compostura y dejar de hacer lo que estaba haciendo. Se trataba de un guardia, ella también fue acercándose hacia éste.

— Buenas tardes, Princesa —saludo éste haciendo una reverencia ante ella y volviéndose a incorporar nuevamente.

— Hola —secundo ella al saludo.

— Lamento la intromisión pero debo de escoltarla hasta el gran salón, su Magestad —dijo el hombre.

Estaba de muy buen humor como para protestar, así que decidió simplemente obedecer al hombre con una sonrisa en el rostro. Incluso podría hasta haber entrado al Palacio dando pequeños saltitos en la nieve pero se resistió al hacerlo.

No les iba a tomar más de tres minutos ir hasta el gran salón pero era algo raro caminar sin decir nada, además también quería saber para que debía de ir hasta allí.

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