Capítulo Vigésimo

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A la pobre Elizabeth la azotaba todo el tiempo el recordatorio de que en cuestión de unos cuantos meses se convertiría en la Duquesa Elizabeth Hoffman de Holth y para su desdicha pasaría a ser literalmente de la propiedad de un estúpido con estúpida sangre noble y con el título nobiliario más absurdo que se le pueda colocar a una persona en esos tiempos. Era sábado, el día del banquete en celebración a su pequeña sobrina, Rose, mucho antes de que le dijeran que ya le habían encontrado marido estaba aprendiendo a superar a su difunto amante. La boda se celebraría semanas después de la boda de su hermana mayor Verónica, quien se casaría con el Zarevich Griamore.

Desde que había descubierto esa habitación en lo más alto del Palacio, ella había comenzado a pasar más tiempo allí sola y en secreto sin que absolutamente nadie lo supiera y eso era bueno y sano según ella.

La buscaban por todas partes a lo largo del día para que por lo menos tratara de convivir con su futuro cónyuge Gustaf en sus ratos libres pero ella se negaba terminantemente a hacerlo o siquiera pensarlo y se desaparecía, varios empleados de la servidumbre murmuraban que era bruja o que tenía un pacto con el diablo y cosas relacionadas con el oscurantismo, ya que luego de que ella había quedado sola en el palacio el día de la ópera, a la nueva empleada le había agarrado una gangrena gaseosa terrible muy grave, tuvieron que cortarle la pierna. Ella sabía muy bien lo que decían a sus espaldas y a esas alturas ya no le importaba en lo absoluto y sencillamente lo dejaba pasar aunque si ella quería podría hacerlas perder el trabajo en un abrir y cerrar de ojos.

Por desgracia, debía de volver a su habitación para cambiarse de vestido puesto a que en cuestión de unas cuantas horas ya debía de estar en el carruaje en camino al banquete. Estaba bajando las escaleras de lo más tranquila para no levantar sospechas absurdas entre las entrometidas mucamas, no estaba muy contenta pero tampoco era como que estuviese enojada o triste, cuando llegó a la puerta de su habitación y la abrió la interrumpieron. Ella se volteó. Lo que faltaba.

— Buen día, Lady Elizabeth —saludo Gustaf con una reverencia hacia la fémina. Era todo un lambiscon ese estúpido.

La peli plata lo miró sin sorpresa, seria más que nada. No iba a ser descortés, debía contestar por mas irritante que le pareciera

— Hola —dijo con simpleza sin mostrar alguna expresión facial que indicara alguna emoción hacía él en particular y prosiguió a introducirse en su habitación y cerrarle la puerta en la cara. Se quedó recostada contra la madera un corto lapso de tiempo mirando a la alfombra inexpresiva— Dios, por favor, no permitas que ese hombre se case conmigo, por favor te lo ruego —suplico con frustración en su tono dejando caer su cabeza hacia atrás.

El lado bueno de ese día era que no vería a Gustaf por un largo tiempo (aunque en realidad casi ni lo veía) Planeaba quedarse a dormir en el palacio del Zarevich Gilthunder por unos días, así al menos no ver la cara de ninguno de los descarados de su familia, quizás así pueda controlar aún más su dependencia al alcohol y tal vez ir soltando el tema de Mael. A veces ella despertaba en las noches con lágrimas en los ojos, nunca recordaba lo que soñaba pero estaba segura que se trataba de aquel Monje.

Esperó unos minutos dentro de su habitación para poder corroborar de que su "prometido" (si es que así se le podía llamar a ese incompetente) ya no estuviese fuera de la habitación. Para la suerte de ella no estaba allí, se había ido. Justo paso una mucama.

— Hey, vos —llamo Elizabeth con cautela, la mujer la miró, tenía un jarrón en las manos y se aproximó a ella— Por favor, preparame el cuarto de baño, y alisten mí vestido amarillo para cuando me terminen de bañar —le mostró una sonrisa y luego cerro nuevamente la puerta.

Casarse con el hijo de ese Archiduque de cuarta sería la ruina total para ella, pensar en ello le hacían tener ganas de vomitar y más aún pensar que tenía que engendrar a sus hijos con ese. Directamente casarse no estaba en sus planes, esa simple palabra le daba rencor y sufrimiento.

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