A Simple Maid

Capítulo Décimo Quinto

Podría decirse que las cosas en Inglaterra iban sobre ruedas. La relación de Meliodas con su esposa era mucho mejor de lo que empezó y hasta se podría decir que él la amaba realmente.

Zeldris se había entrenado a sí mismo muy duramente para poder ser alguien admirable, casi cumplía los diez años y parecía un joven de catorce físicamente. Le había tocado madurar desde muy corta edad, sin dejarlo disfrutar su infancia la cual no fue para nada feliz que digamos. Se había convertido en un gran soldado de combate y uno muy fuerte y ágil, un excelente arquero y sus habilidades con la espada eran sin duda alguna sorprendentes y envidiables. Siempre trataba de ir a combatir o cumplir misiones por más que fueran cortas aunque en varias ocasiones la corte se lo prohibía, a él no le importaba, mientras no tuviera que estar cerca de la persona que se hacía llamar su hermano, todo estaría bien.

Era invierno y la nieve dificultaba mucho el entrenamiento así que lo habían suspendido por ese día hasta que limpien el lugar. En tres días se irían nuevamente a reclamar tierras con las villas que habían sido invadidas por extranjeros, Zeldris ya quería irse de esa maldita prisión y dejar de ver a todo ese circo de allí. En ese momento se encontraba yendo hacia el comedor para almorzar, por suerte no veía a su hermano y su intento de esposa durante la mayoría del día y eso siempre lo traía de buen humor, el bajaba tarde a comer siempre para no tener que compartir mesa con ellos y siempre funcionaba, al menos hasta ese momento porque cuando entro en el comedor ambos estaban allí y para su desgracia ni siquiera habían comenzado a comer, se atrevieron a esperarlo. Maldición.

Su humor cambio drásticamente y su rostro paso de normal, ni muy contento ni tampoco muy molesto a uno con cansancio y aburrimiento, su día ya estaba completamente arruinado. Decidió sentarse sin decir nada a ninguno de los dos, quizás se salvaría de ellos y no le hablarían. Ni que tuviera tanta suerte.

— Buenas tardes, Zeldris —hablo Elizabeth de manera amigable. Al parecer no tuvo tanta suerte— ¿Cómo te fue en el entrenamiento? —el pelinegro no respondió a eso, ni siquiera la miró, simplemente se dedicó a entretenerse con sus cubiertos para al menos tener una excusa para no hablar— Normalmente entrenan hasta tarde ¿Que pasó hoy?

Le sorprendía la pregunta que le estaba haciendo, no requería de una gran capacidad intelectual saber que la nieve incremento mucho en la noche y que así no se podía entrenar.

— No seas estúpida, la nieve no nos lo permite. De todos modos, sos una mujer, ese no es asunto tuyo —dijo firme y enfadado dejándose caer en el respaldo de la silla de manera arrogante.

Meliodas estaba por decirle algo a su hermano después de tratar de esa forma a su esposa pero ella lo frenó dando a entender que no tenía importancia.

Segundos después entro Cusack a la habitación dándoles buenas tardes a los presentes. Zeldris suspiro de alivio al ver qué entro una persona que si valía la pena en la habitación, le pidió que avisara a su trovador que quería oír uno de sus poemas para la hora del té y así se fue Cusack de la habitación.

Unos minutos de silencio horrible e incómodo inundaron el lugar, incluso luego de que la comida hubiera sido servida frente a ellos. Zeldris comió sin problema alguno, el silencio fue una gran virtud, trataba de comer lo más rápido posible para dejar de ver esas absurdas caras.

— Mañana va a llegar la prima Derieri con su marido y su bebé —aviso el rubio en voz alta— Como dentro de poco celebraremos tu cumpleaños, ella quería venir a conocerte.

— ¿Es tu prima que se casó hace un año? —su marido asintió. Ella se casó hace cuatro años y no tenía primogénito pero la prima de Meliodas ya tenía uno, que envidia— Nosotros ya llevamos casados poco más de cuatro años... —dijo tratando de enviarle una indirecta a él.