Capitulo 2: En visperas nupciales

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— ¡Eso es imposible!— Vociferó

— Licenciada, la decisión está en sus manos. Si no acepta, todo el dinero de su padre será para instituciones benéficas.

Maldiciendo enojada caminó de lado a lado buscando alguna solución a la condición que su padre había puesto para ella poder heredar pero no, no la había. Ella no podría dejar de buscar aquella pequeña que ya debía comenzar a ser toda una mujer. Era como renunciar a lo único que realmente le importaba en la vida. Lo único puro e inocente que había salido de ella, era eso o la fortuna que necesitaba para vengar el dolor que cargaba en su alma.

— Haga lo que sea, lo que tenga que hacer para que esa condición ridículamente absurda no me sea problema para reclamar mi herencia.

— Aún no acaba de comprender, su padre dejó muy claramente escrito que sin ese poder firmado por usted no podrá heredar.

No tuvo que pensarlo mucho, necesitaba ese dinero para hacer todo a su antojo. Tuvo que ceder, no le quedaba de otra. Ceder a parte de su pasado para construir el presente y el futuro que más le convenía. Pasaron los días y la amargura que consumía a Isabella, comenzaba a consumir el aire en la casa. Rosalía no perdía oportunidad para pedirle que aceptara nuevamente a Meredith pero solo conseguía un "No" rotundo.

— Deberías poner más atención a tu alrededor.

Isabella arqueó una ceja

— ¿Ahora porque lo dices?

Lanzando un periódico sobre la mesa responde resoplando.

— Tu actitud, tu amargura, tu forma déspota de ser está poniendo en boca de todos nuestro apellido.

— Apellido que odio llevar, hago lo que quiero cuando quiero y eso no va a cambiar Rosalia.

— Lee, lee esa primera plana.

Con algo de mofa comenzó a leerlo pero rápidamente se alarmó aunque intentó disimularlo. Hablaban solo de ella, criticaban su falta de luto, cuestionaron si realmente a la implacable Isabella McCarthy le gustaban los hombres. Poco le importaba por no decir que le importaba nada.

— ¿No piensas decir nada?

— La verdad, no. No tengo absolutamente nada que decir. Si eso piensan pues ni modo, que lo crean.

— No estás entendiendo, por ti y tu vida puedes hacer un papalote si te da la gana. Pero nos arrastras a todos en eso.

Isabella se quedó callada por unos momentos. En el fondo sabía que algo de razón tenía su tía pero odiaba aceptar que perdía, que no tenía razón.

— Dile a la vaga de tu hija que regrese a la casa, si con eso me vas a dejar en paz y vas a dejar de meterte en mi vida, por mí más que satisfecha.

Se levantó de la silla dejando el desayuno a medias y como todas las mañanas, su chofer la llevó hasta el monopolio en el que se estaba convirtiendo su empresa. Todos le temían pero para ella eso estaba más que bien. Prefería eso que verse ante los demás. Intentaban ser cortés con ella pero solo conseguían humillaciones de su parte. Sentándose en su escritorio comenzó a ver su correspondencia y entre ellas vio una que le alteró la paz. Leyó la carta unas tres veces y no podía creer que fuera posible. A gritos llamó a su recepcionista casi temblando. Desesperada pidió que le comunicaran con el remitente de la carta y a escuchar aquella voz furiosa cuestionó.

— ¿Cómo demonios te atreves a enviarme esa carta? ¿Te has vuelto loco?

— No mi querida Isabella, simplemente es una carta de cortesía para recordarte que no eres Dios. Que te tengo en mis manos y parece que lo olvidas de vez en cuando.

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