Epilogo

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Una semana después

Alejandro estaba desecho. Sus penas las ahogaba en el alcohol, todo había acabado, su vida, sus sueños de amar a Isabella con todas sus fuerzas. Se había aislado de todo y de todos. Solo quería tener en sus manos la botella de vodka y una fotografía de Isabella. No podía resistirlo, se negaba a creer que ella ya no estaba. Todos estaban de negro, el ambiente era triste y Rosalía no dejaba de llorar. Alejandro se acercó a ella dándole un pañuelo pero está llena de rabia gritó.

— No te vuelvas a acercar a ninguno de esta familia. Por tu culpa mi sobrina murió. No sabes cuánto me arrepiento en haber apoyado su relación.

— Rosalia, por favor no es momento de peleas. Quizá no me crea pero mi vida se murió junto con Isabella. No solo la perdí a ella; también a mi hijo.

Rosalia enojada lo miró a los ojos y gélida replicó

— Te quiero lejos de nosotras, hazte cargo de Anabel. Al parecer valió la pena para ti romperle la vida a mi sobrina por esa chiquilla.

Todos le reclamaban a Alejandro. La culpa lo estaba consumiendo, Isabella estaba muerta y todos los reclamos estaban sobre el. Mientras se preparaban para el sepelio de Isabella, Anabel no podía conciliar el sueño, su obsesión cada vez se tornaba más y más oscura y macabra. Tomando una copa tras otra hablaba para ella sola, comenzaba a maquinar cómo haría que Alejandro fuera suyo.

— Anabel, ¿Como estas?

— Bien

Adrián se acercó a Anabel mirándola con algo de preocupación. 

— No lo estás. No has visto lo que has provocado.

— ¿Que? Que esa estúpida se matara no es asunto mío. Pero claro, todos están idiotizados por esa muerta.

Adrián herido la regañó sintiéndose ofendido por la arrogancia y poca sensibilidad de Anabel.

— No vuelvas hablar de Isabella así. Ella ya no está y no tienes idea de lo que me duele eso. Me duele que la mujer que amo esté muerta, me duele que la mujer que amo haya muerto sin conocer a su hija. Tu inmadurez no te deja ver más allá de tus celos. Quizá no lo veas ahora pero en parte causaste toda esta tragedia. Te metiste entre ellos, llevaste a esa mujer al límite. No se como vas a cargar con eso en tu conciencia.

Anabel tomó otro trago a su copa y derramando una lágrima carcajeó perdida en su propio tormento.

— Todos la aman, ella..., ella siempre el centro de atención, pudo tener lo que quiso. Ella sabía que Alejandro me interesaba. Pero utilizó su poder, su dinero para demostrar una vez más que tenía el poder. — Soltó otra lágrima, esta última más sensible — No se lo que es sentir que alguien me ame. Muchos menos que se siente importarle a alguien. En Alejandro conseguí eso y ella me lo quitó. Por eso no me mueve el que se haya matado. Ha sido lo mejor que pudo haber hecho.

— ¿Crees que serás feliz con la felicidad que le pertenecía a otra persona?

Se quedó callada y solo abandonó la habitación llena de mil telarañas en su cabeza. Todo había haberse detenido en la ciudad. El luto se veía en las calles, en la gente menos en el corazón de Meredith. Antes de que el velatorio comenzara, Meredith se acercó al ataúd de su prima. Miró el cuerpo de ella, se miraba algo distinto pero se lo atribuyeron a que ya no había vida en ella. Cruzándose de brazos sonrió con maldad comentando.

— No sabes el gusto que me da verte por debajo de mi. Ha sido una agonía verte día tras día y no poder decirte con todas sus letras lo mucho que te odio. Me quitaste tanto, que no veía la hora en verte muerta. Y mira..., así estás. — Sonrió mientras tocaba el ataúd con algo de burla. Arqueó una ceja y susurrando añadió — Tengo algo que decirte prima..., has buscado tanto tiempo a la bastarda de tu hija que no te diste cuenta que desde hace tiempo la habías tenido cerca. Tan cerca que terminaron siendo rivales y créeme que haré que ella sufra tanto como sufriste tú. Ella va a pagar llevar tu sangre y la de Adrián. Y espero que estés donde estés, veas cómo sufre así como he sufrido yo por veinte años. Descansa en paz, querida prima. 

CautivameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora