— ¡Es un maldito imbecil! Eso es lo que es, cree que va a poder conmigo pero se equivoca.
Isabella caminaba de lado a lado sintiendo que la llevaba el demonio. Volvió a sentir la necesidad de calmar su enojo con whiskey o coñac. Era lo que la hacía dejar de pensar, dejar de sentir. Pero era imposible encontrar una sola gota de alcohol en aquella casa. Rosalía se había encargado de que no quedara ni una.
— ¿Que ha pasado con ese hombre? En qué lío te has metido ahora Isabella.
— Ese hombre se ha metido con quien no debía. Haré que se aborrezca de ser mi socio. Voy a conseguir que se vaya de una vez por todas. No lo soporto.
Arqueó una ceja. Rosalia cada vez entendía menos a su sobrina. Lo único que sabía era que Isabella de alguna manera comenzaba a perder el control.
— Isabella, por Dios deja ya la guerra absurda con ese hombre. Vas a acabar mal con tanta soberbia.
Isabella la miró fijamente a los ojos decidida a no dejarse sucumbir ante nadie. Ya era tarde para arrepentirse por lo que había enviado hacer. Subió a su cuarto y Rosalía la siguió para de alguna manera intentar hasta el cansancio hacer entrar en razón a su sobrina.
— Hace mucho que no hablamos de tu madre. Ella definitivamente desaprobaría todo lo que estás haciendo.
Quitándose la ropa, entró al baño respondiendo de forma escueta.
— No veo porqué tenemos que hablar de ella. Sabes que me duele hacerlo
— Pues pienso que deberías recordarla. Susana te amaba con la vida, eras la luz de sus ojos y ella no te crió con la frialdad que tratas al mundo.
Isabella se detuvo a pensar en su madre y solo tenía buenos recuerdos al lado de su madre. Gracias a Mauro también ella había perdido a su madre. Pero aun con el dolor que le causaba recordarla no podía derramar una sola lágrima.
— Ella es lo único bueno que puede mi mente recordar. Ahora tía por favor déjame sola no tengo mente ni cabeza para nada en estos momentos.
A Isabella le daba vueltas una y otra vez ese arrebato que había tenido con Alejandro hacía algunos minutos. Pero su orgullo era mucho más fuerte que su necesidad por de vez en cuando, asumir que se equivocaba. Agarró su móvil y le marcó impulsivamente y no dejaba de caminar de lado a lado. Sonaba y sonaba pero nada que le respondía. Sin pensárselo mucho salió de su casa aquella vez sin su escolta. Subió en su coche y buscando la forma de contactar a Alejandro, llamó a uno de sus tantos subordinados y en menos de diez minutos tuvo la dirección del apartamento de Alejandro. Manejo a toda prisa hasta llegar a la dirección que le habían dado. Era una torre de apartamentos lujosos, los más exclusivos de la ciudad, pero ni tanta exclusividad lograron que los empleados de Isabella lograran su cometido.
— Buenas tardes señor. Necesito subir al apartamento de Alejandro Harrison.
El portero la miró e indiferente replicó
— Cual es su nombre y para cuál es el motivo de su visita.
— Eso a usted no le importa. Déjeme pasar
— Lo siento señora. No puedo.
— ¿Acaso es tan inútil que no puede llamarle a ese hombre?
El portero llamó al apartamento de Alejandro pero nadie respondía. Algo extrañado comentó
— No responde pero hace un rato lo vi entrar.
Isabella comenzó a asustarse aun cuando no entendía la razón. La sensación de impotencia por no tener el control de lo que sucedía la mataba. Como siempre conseguía, con un par de euros había logrado sobornar al portero y a toda prisa subió al apartamento de Alejandro. La puerta estaba abierta y al entrar había un total desorden. Buscó por todos lados a Alejandro a gritos hasta que llegó a la habitación principal y lo vio tendido en la cama todo golpeado, inconsciente y ensangrentado. Corrió a su lado y frustrada reclamó.
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Cautivame
RomanceNo estaba acostumbrada a recibir órdenes, mucho menos a estar por debajo de nadie. Fría, calculadora, manipuladora y poco empatica, Isabella creía tener su vida y la de los demás bajo control; hasta que llega él con su actitud libertina, descarada y...