Capitulo 22: Complot

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Tras cerrar la puerta, Alejandro buscó una toalla para cubrir rápidamente a Isabella. Ella temblaba, sus dientes castañeaban y cada que podía evitaba la mirada de Alejandro toda avergonzada. Tras quitarse el saco y la camisa de mangas largas que llevaba puesto, se sentó al lado de ella y rodeándola con sus brazos susurró.

— ¿Quieres hablar?

— No

— Hacerte la fuerte y fría conmigo no te va a servir de mucho. ¿Puedes dejar ese coche orgullo a un lado y hablamos como gente civilizada?

Isabella levantó la mirada y preguntó algo incomoda

— ¿Que quieres saber?

— Solo quiero saber quien eres, quien está detrás de esa mujer fría y despota.

Volvió a bajar la mirada y ella realmente deseaba abrirse, quería sentirse libre por primera vez aunque eso significaba desnudar su alma frente a él.

— Las personas en las que he confiado, me han lastimado, me han humillado, me han hecho ser quien soy ahora. No voy a volver a caer en eso.

— No quiero humillarte y mucho menos lastimarte. Isabella, quiero entenderte. ¿A qué has venido acá?

Isabella cerró los ojos apretando los dientes fuertemente. Tan fuerte que lo único que quería era explotar y desahogarse pero al mismo tiempo se cohibía.

— Vine a despedirme de mi hija. Esa niña que nunca conocí, vine a despedirme del ser que más he amado en la vida y por el cual he sufrido. Ver su lápida, ver el nombre de ella grabado en aquella piedra terminó por vencerme. No sabes, no tienes idea del dolor..., de la angustia que he vivido en veinte años.

— Quizá si me cuentas podemos hacer que la carga sea menos. Empecemos por algo más fácil de responder, ¿Por que tomas? Porque llegaste al punto de depender del alcohol de la manera en la que lo haces.

Ella se levantó de la cama y caminando hacia el buró agarró un cigarrillo y tras encenderlo encogió los hombros dando una calada al cigarrillo.

— Encontré en el alcohol la manera de escapar de mi realidad. Fue primero una copa, luego otra, luego la botella hasta que no pude detenerme. Buscaba en el alcohol dejar de pensar, dejar de sentir. Pero no lo conseguía. — Mirando hacia la ventana el paisaje de la ciudad suspiró — No he encontrado salida a esto, no he podido decir que he sido feliz porque eso no existe sabes. Es como un espejismo, una tonta ilusión. Como la estúpida ilusión que tenía de encontrar a mi hija viva y la he encontrado después de veinte años muerta en otro país. Entonces...,¿Que me ha quedado? Hacer dinero, hacer poder y crear miedo para que nadie pueda volver a herir.

— No, has creado el miedo en los demás para evitar que se acerquen a ti, para evitar que te quieran, que te amen. Prefieres que te odien a que te quieran y tú te vuelvas vulnerable ante eso. Pero conmigo no te ha funcionado. Ven acá — Pidió con voz sutil.

Isabella dio otra calada al cigarrillo y se acercó con seriedad y cierta frialdad. Se sentó nuevamente al lado de Alejandro y este con un pañuelo húmedo le quitó todo el maquillaje corrido que tenía dejándola totalmente al natural frente a sus ojos. Nunca la había visto así, siempre la veía con sus labios rojos intensos,aquellos costosos trajes ejecutivos y los tacones de cuatro pulgadas que acostumbraba a vestir. Jamás pensó ver aquellas pequeñas pecas que adornaban su piel tan de cerca como en aquel momento. Frente a él estaba solo Isabella, la mujer, la vulnerable, la necesitada de afecto, frente a él estaba el corazón que sin proponérselo se había enamorado de él completamente.

— Qué te ha llevado a esto..., a ser quien eres ahora. Esa hija..., ¿Que pasó con su padre?

Isabella curvó la comisura con sarcasmo.

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