Capitulo 13: Alta mar

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Una semana después

— No pensarás que voy a compartir camarote contigo.

Dejando las maletas al costado de la puerta riendo replicó.

— Este es el tuyo. Hay una puerta allá que conecta con el mío. Si se te ofrece algo estaré al lado. Relájate un poco.

Alejandro se fue a su camarote y ella se quedó sola en el suyo sin saber qué coño hacer en un crucero. No tenía ganas de nada, solo de estar en su casa sin tener que lidiar con cosas nuevas. Se sentó suavemente en la cama soltando un suspiro algo nervioso. Su pequeña diabla deseaba tocar aquella puerta y saciar sus deseos mientras la razón..., esa metiche e insensible que solo pensaba en dinero y poder. Se desvistió quedándose en encajes y caminando hacia el baño se detuvo para mirar su reflejo en el espejo. Odiaba lo que veía, odiaba tener un cuerpo sensual y no ser capaz de disfrutarlo, odiaba mirarse al espejo y ver frente a ella a una mujer la cual el cuerpo había olvidado ya lo que era un orgasmo. Ya no era mujer, no sabía lo que era hacer el amor hacía más de una década. Del otro lado de la puerta, Alejandro caminaba de lado a lado confundido, aturdido y sin saber qué es lo que realmente pasaba por su mente. Agarró su saco y sintiéndose asfixiado salió del camarote para tomarse una copa en la barra. Una, dos, hasta quizá tres copas contadas y lo único que tenía en la cabeza, era los labios de Isabella. El reto se le estaba yendo de las manos, el odio se comenzaba a unificar con el deseo y lo menos que deseaba era enamorarse nuevamente como una vez ya lo había hecho.

— Llevas rato tomando...

Alejandro levantó la mirada y al ver a Anabel se cubrió el rostro.

— ¿Qué haces aquí?

— Soy asistente personal de Isabella. Creí que sabias que vendría a este viaje.

— Sabes que no es a eso a lo que me refiero. ¿A caso me espías?

— Estas tenso, ven porque no me acompañas a dar una vuelta

— Anabel, no estoy de humor.

— Se supone que te casas pronto, debes estar feliz no todo lo contrario.

— Sabes de qué va todo lo de esa boda. Anabel de verdad no estoy de humor. Quiero estar solo.

— ¿Qué te pasa conmigo?

— No es nada, estoy algo cansado. Siéntate, acompáñame una copa

Anabel se sentó a su lado con mimos y una mirada seductora. Físicamente Alejandro le gustaba Anabel, desde el principio, le gustó aquella chica. Pero por más que deseaba llevarla a su cama, había algo que lo detenía.

— Será mejor que no sigas con esas miradas

— ¿Qué pasa si sigo mirándote así?

— Pues realmente no lo sé, ese es el problema. Me caso en un mes

— Con una mujer que no te gusta, que no amas..., ¿O si?

— Honestamente no sé a dónde quieres llegar con esta conversación Anabel.

Ella se acercó a los labios de Alejandro para besarlos suavemente. Eran todo lo contrario a los de Isabella. Estos eran tiernos, suaves, delicados..., mientras que los de Isabella despertaban en el deseo, pasión, ese ardor de querer poseerla con salvajismo, con fuerza. A lo lejos, Anabel vio entrar a la barra a Isabella. Volvió a besar a Alejandro procurando que esta la viera. Isabella los miró y no sintió enojo, más bien había sentido impotencia por no poder ser igual que aquella joven. Envidiaba a Anabel, porque a pesar de ella tener millones, no podía tener el amor ni deseo de ningún hombre.  No se acercó, mucho menos hizo algún escándalo. Serenamente se sentó en la barra y pidió una copa de coñac. Esta vez teniendo la copa en sus manos, el olor del alcohol la tentaba brutalmente. Justo cuando desistiría de tomarse la copa vio como Anabel y Alejandro dejaban la barra y juntos caminaron hacia los camarotes. Harían lo que ella se negaba a hacer, sabía que irían a tener sexo como él estaba acostumbrado. A ella le jodia eso, le jodía tanto que solo deseaba ahogarse en alcohol. Acercó la copa a sus labios, luego de casi ocho años de sobriedad, volvió a probar el alcohol y de ese modo, se sumergió nuevamente en la oscuridad de aquel vicio. Tomó un sorbo, luego dos y al tercero se detuvo intentado ir más allá de su propia adicción. Quería seguir tomando, pero casi a fuerzas salió de la barra sintiendo que le faltaba el aire. Anabel había logrado entrar al camarote de Alejandro. Hizo que se tumbara en la cama y ella lentamente se desvistió hasta quedar mostrando solo una fina lencería color rosada. Fue hacia él y suspendiendose sobre su cuerpo lo besó y susurró en su oído.

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