Capitulo 10: Un matrimonio a fuerzas

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Había pasado todo un día y ella ya no soportaba el frío ni la incomodidad del lugar. Un oficial le llevó la cena pero ella al ver lo que le habían traído hizo la comida a un lado para luego arrinconarse en una esquina de la celda. Las otras mujeres le habían quitado prácticamente todo; solo contaba con el vestido que llevaba puesto y apenas era algo cubridor. Recostó su cabeza sobre la pared pensando cómo salir de aquel lugar sin aceptar la propuesta de Alejandro. Pero es que no tenía ninguna manera, Alejandro la tenía en sus manos. El jefe de policías se acercó a la celda llamándola con algo de sequedad. 

— McCarthy, vengo a decirle que puede hacer una sola llamada pero es al número que le voy a dar. Yo usted pienso muy bien lo que hago porque puede ser la única oportunidad que tenga de salir de este lugar.

— Usted también está confabulado con ese idiota y se van a arrepentir los dos. No saben con quién se están metiendo. Tengo frío, hambre y necesito darme un baño. Les juro que los voy a hundir hasta que no quede nada de los dos.

Sonriendo con asombro él respondió

— ¿Acaso no ve que está en manos de ese hombre? Usted hace cualquiera de las cosas con las que amenaza y pierde su empresa y eso lo sabe. En fin, aquí tienes el móvil, intentar llamar a otro número es inútil, está bloqueado para cualquier otro número telefónico.

Ella agarró el móvil con agresividad. Sabía que ese número era de Alejandro y aún después del infierno que estaba viviendo en aquel lugar no quería dar su brazo a torcer. No se casaría con aquel hombre que no perdía tiempo para recordarle lo déspota y desagradable que podía llegar a ser. Alejandro constantemente miraba su móvil esperando una llamada de Isabella. Estaba algo desesperado más sin embargo sabía que aquella mujer terminaría aceptando.

— Me dijeron que necesitaba hablar conmigo señora Rivadeneira

— Alejandro, dónde está Isabella. Se que has hablado con ella, estoy casi segura.

Alejandro arqueó una ceja y jugando con una pluma replicó.

— Está detenida en la delegación. Su sobrina es una corrupta, fraudulenta y delincuente por demás. De ahí no saldrá hasta que ella misma lo decida.

Rosalia indignada inquirió

— ¿Qué has hecho Alejandro? 

— Encerrarla como se merece. Por años cometió fraude a la empresa de mi familia. Eso es algo que no voy a dejar pasar por alto Rosalia. Lo siento.

— ¿Qué piensas hacer entonces? No voy a permitir que lastimes a Isabella.

Alejandro sonrió de solo imaginar cuál sería la respuesta de aquella mujer. Cruzándose de brazos, respondió con algo de mofa.

— Jamás lo haría, hay muchas formas de domar una bestia sin tener que llegar a lastimar y a herir como hace esa mujer con todo lo que tiene cerca.

Alejandro estaba más que seguro que pronto recibiría una llamada de Isabella aceptando su chantaje. Y no se equivocaba, un día que llevaba allí encerrada y sentía que se moría de la desesperación. Estaba a punto de claudicar ante los chantajes de el hombre que comenzó a odiar con todas sus fuerzas. Isabella inició a enfermarse y debilitarse por demás. Arrinconada en una esquina de la celda empezó por apagarse, por dormir llena de frío y malestar. Agarró el móvil que el oficial le había dado y sin tener muchas opciones marcó el único número con el que podía comunicarse.

— Isabella..., me sorprende tu rapidez de decisión.

— Sácame de aquí infeliz

— Sabes cuales son las condiciones

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