Capitulo 26: Tempestades

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Aun se sentía extraña, compartir la misma cama con Alejandro era algo nuevo para ella. Pero más extraño le resultaba despertar todos los días y verlo a él, mirándola fijamente con una sonrisa y caricias. Pero algo había en el, Alejandro la amaba, la deseaba pero no se sentía capaz de hacerle el amor. La conciencia lo estaba carcomiendo y a ella el deseo de que la hiciera sentir mujer la estaba asfixiando también. Le daba pena sentir deseos que creía extintos. Había dejado de escuchar el agua de la ducha correr, la puerta del baño se abrió y vio de reojo salir a Alejandro recién bañado con solo una toalla cubriéndolo de la cintura hacia abajo. Isabella tragó saliva y volteándose rápidamente le deseó buenas noches. Su cuerpo temblaba, tenerlo tan cerca era suficiente para descontrolarla completamente. Dejó la toalla a un lado quedado desnudo totalmente. Alejandro bajó las luces y tras someterse a la cama terminó acercándose a ella y besó su cuello susurrándole.

— Nunca he deseado tanto a una mujer como te deseo a ti

— Ya duérmete

— Y aunque finjas frialdad conmigo se que mueres por que te toque, por que te bese, mueres por que haga que cada por de tu piel se erice.

La respiración de Isabella lentamente se fue tornando en jadeos y pequeños latidos en su vagina. Alejandro había comenzado a rozar su pene erecto en la espalda de ella ocasionado que quedara rendida ante sus deseos. Mordió sus labios y entre jadeos excitados respondió.

— Ya..., ya basta. Déjame en paz por favor.

Sin avisar, de un solo movimiento volteó a Isabella poniéndola boca arriba de modo que el rápidamente se subió sobre ella presionando su erección contra su vagina. Le quitó aquella blusa traslúcida que llevaba puesta dejándola totalmente desnuda. La combinación de deseo y al mismo tiempo de repulsión que tenía isabella era lo que más excitaba a Alejandro. Sus manos recorrieron la piel de ella con suavidad, con detalle, con gran deleite. Fue desvistiéndola de a poco mientras sus besos suavizaba los nervios y negación de Isabella. El roce de piel contra piel, sentir como su sexo se frotaba incansable sobre su vagina consiguió que la Isabella descarada, que la mujer, esa que se empeñaba en ocultar surgiera para tomar control sobre sus deseos.

— ¿Te gusta? Anda..., dime que te gusta

Isabella no quería darle el gusto, mordiendo sus labios intentaba contener sus gemidos, sus deseos de gritar, de pedirle que la penetrara fuerte, que no tuviera piedad sobre ella.  Jamás había sentido aquel ardor, aquel placer que desbordaba por sus poros. Enredó su mirada con la de Alejandro y con un débil hilito en su voz susurró.

— Te necesito

— ¿Qué necesitas?— Preguntó Alejandro con picardía

— Te necesito dentro de mi.

Aquella declaración ocasionó un destello en los ojos de Alejandro, la bestia se había desatado y esta vez no habría nada que pudiera detenerla. Era más que sexo, más que placer, entre los dos había una conexión que era difícil de explicar con palabras. Era algo que se sentía, que corría por sus venas. Los quemaba y aquel ardor era dulce, placentero. Alejandro sujetó las caderas de la mujer y adentrándose en su vagina experimento con cada embestida el paraíso entre las piernas de la mujer que en primera instancia sentía que odiaría. Sus cuerpos temblaban, sudaban, las uñas de ella se clavaron en la espalda de él dejándolas marcadas contra cada gemido. Aquella noche una parte de aquella Isabella humana, cálida y ardiente volvía a florecer, como si se tratara de un témpano de hielo a las llamas del fuego. Alejandro la embistió con dureza, con ese salvajismo que dejaba a Isabella alborotada por dentro. Estaba húmeda, tanto que le causó algo de pena pero a él le fascinaba tenerla así, le mataba tenerla a chorros y saber que era él el causante de aquel mar de sensaciones. Se sentía viva, sentía que volvía a ser ella, comenzaba a confiar en su cuerpo, en su sexualidad. En ese poder de seducción que creía que había perdido. Y el..., el con cada estocada que daba al interior de Isabella, gemía, se regozaba en placeres. Sus pupilas se dilataron fundiéndose en las de ellas sintiendo por primera vez el verdadero placer. Ese que sentía tan intenso al conectar cuerpo con alma y mente. Se hundió con fuerza en la vagina de Isabella ahuecando un gemido en la garganta de ella. Mordió suavemente el labio inferior y apenas pudiendo recitar palabra susurró en su oído.

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