Capitulo 4: una llama se enciende

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Ya iba perdiendo una de las tantas apuestas que hacía con sus amigos. Alejandro era débil en el azar y aun así no le importaba perder dinero. Tomó un sorbo de su copa tirando su última carta sabiendo que de todas maneras perdería la partida.

— Ya debes ir aceptando que eres malo apostando — Bufa uno de sus amigos.

— No me subestimen.... quizá al final terminen perdiendo por descuidados.

Uno de ellos llevándose a la boca unos bocadillos comentó algo curioso lo que los allegados a Alejandro sospechaban. El más libertino de todos ellos, arqueó una ceja preguntando.

— Oye, ¿y cómo está eso de que ahora trabajas para la bruja dueña de los hoteles esos de los que todo el mundo habla? Esa mujer es un desperdicio, está buenísima pero dicen que es más agria que un limón.

Alejandro sonrió respondiendo.

— ¿Han oído ese dicho que dice, perro que ladra no muerde? Pues en este caso, no es perro..., sino perra. Pero no, no es mi tipo.

— Más bien es que no puedes con semejante mujer.

Algo mosqueado tomó un sorbo de vino a su copa y uno de sus amigos le propuso una apuesta que sin darse cuenta, podría ser el principio de muchos problemas. Pero para el todo en la vida era en reto. Nada podría ser mucho para él y menos una prepotente como Isabella McCarthy.

— Tu por más Don Juan que seas, jamás podrás con esa fiera Alejandro.

— Retenme, ninguna es mucho ni muy difícil para mi. Isabella McCarthy no es la excepción.

— Vale entonces te hacemos una apuesta, si en menos de tres meses tienes a esa mujer en tu cama y nos das prueba de ello, cada uno te va a deber un millón de dólares. Si no lo logras te toca a ti pagar los dos millones. Qué dices, ¿Aceptas?

No era el dinero lo que movía a Alejandro a querer aceptar, más bien era esa prepotencia que tenía y soberbia que aquella mujer tenía hacía los demás. La manera grosera y poco gentil de tratar a los demás. Decidido a bajarle los humos a aquella mujer a la que todos temían y casi veían como un Dios por encima de todos y todo respondió a sus amigos.

— En menos de lo que creen tendré a esa mujer comiendo de la palma de mi mano. Vayan preparando sus billeteras  porque tendrán que pagar esa apuesta.

— Estas loco, ¿realmente crees que vas a ganar? Hasta se rumora que esa mujer es lesbiana.

Alejandro sonrió casi victorioso. Nunca había perdido ante una mujer e Isabella no sería la excepción. Había visto como ella disimulaba su nerviosismo disfrazándolo de altanería y actitud despota  sabía que aquella mujer era de las que alardeaban pero era solo eso, puro drama o al menos eso el creía. La realidad es que Isabella era tan misteriosa como impredecible y con eso, el no contaba. Acepto aquel reto sin imaginarse que aceptaba el inicio de algo que podría terminar muy mal. Pero el era así, desmedido, arriesgado y sobre todo atrevido. Mientras el buscaba la manera perfecta de hacer caer en su juego a la que en aquel momento se había convertido en su socia, Isabella se asfixiaba cada vez más en el afán de tener todo bajo su control. Parecía que las cosas no estaban saliendo como ella quería.

— ¡Rosalia! ¡Rosalia!

Gritó enfurecida desde su despacho mirando cientos de papeles y agendas con juntas apiladas. Su tía entró al despacho con indigno y azotando la puerta se cruzó de brazos.

— Una cosa es que seas la dueña de medio España y otra muy distinta es que me grites frente a todos tus empleados como si yo fuera una más. Respeta que soy tu tía.

CautivameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora